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Gozo y congoja

Gozo y congoja
Gozo y congojalarazon

Perdón por la vanidad. No soy humilde. En mi vida literaria he recibido muchos premios. Cuatro de ellos me enorgullecieron especialmente. El Cavia, el Ruano, el Jaime de Foxá y el Baltasar Ibán. El primero es el premio por excelencia del periodismo literario. El Ruano, de la Fundación Mapfre, falleció. El Jaime de Foxá premia los escritos de caza y naturaleza. Y el Baltasar Ibán es un galardón taurino donde se reúne la afición, la defensa y la universalidad cultural del arte de la tauromaquia. Lo cierto es que la alegría es intensa y breve. A poco de recibirlos, parece como si uno hubiera nacido con ellos. Pero Antonio Burgos, que me precedió en el Cavia de igual manera que yo me adelanté a él en el Ruano, me abrió los ojos del gozo cuando me concedieron el Mariano de Cavia. «Enhorabuena, compadre. La mayor alegría de recibir un premio de esta importancia no nace del premio en sí, sino de lo mal que lo pasan los que no lo han obtenido. Es el gozo de la envidia ajena, el pitorreo de la frustración de los mediocres».

Algo así me sucede en mi afición futbolera y mi innato madridismo. Nací madridista, como mi padre y mi abuelo paterno. Mis nueve hermanos, madridistas. Mis hijos y nietos madridistas. Hoy, sábado, el Real Madrid disputa una nueva final de la Copa de Europa, la Liga de Campeones. Tenemos 12, y puedo asegurarles que de no ganar en Kiev, me conformaré con las 12, y no me rasgaré las vestiduras por no conseguir la 12 más una, escrito en memoria y honor del gran Ángel Nieto, madridista hasta las cachas. Pero me molestaría la alegría de los barcelonistas, que son los antimadridistas más viscerales. Hay mucho de política en todo esto. El Real Madrid se identifica con España, y el antimadridismo visceral con la anti-España.

La rivalidad me ha hecho evolucionar. Y en la actualidad, reconozco que siento más alegría con los males del Barcelona que con los bienes del Real Madrid. Aborrezco al Fútbol Club Barcelona y todo lo que representa. En mi memoria destaca como una de las noches más felices de mi vida su derrota en la Final de la Copa de Europa frente a un equipo vulgar y ramplón, el Steaua de Bucarest. Cuando supe que tenían preparada una cena para celebrar la victoria en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla para trescientos comensales mi dicha se desbordó. No se presentó nadie y tuvieron que pagar la factura al precio convenido anteriormente. Y este año, mi grito más emocionado y vibrante surgió de mi alma cuando la Roma le dio por retambufa al «Barça» de los 500 millones de euros en fichajes. Esa carita de Messi, esos dientes sin morder de Suárez, esos ojos de Piqué... me proporcionaron no sólo alborozo, sino hilaridad, regocijo y entusiasmo.

Si el Real Madrid triunfa, celebraré por décimotercera vez en mi vida el gran triunfo. Si es derrotado por el Liverpool del extraordinario Klopp, sincera felicitación. Pero no soportaré el gozo de los barcelonistas, totalmente legítimo por otra parte. Será el único gozo legítimo de los separatistas en los últimos meses.

Estamos acostumbrados a ganar la Liga de Campeones. Magnífica costumbre. ¡Hala Madrid! Hasta la muerte. Pero por mucha alegría que sienta, dada la reincidencia merengue o vikinga en el torneo más importante del mundo, será menguada comparada con la que sentí cuando la Roma le metió el tercero al Barcelona, y no deseo que esa alegría viaje en el AVE o el Puente Aéreo hasta la región de los lazos amarillos. En una palabra. Que también el aborrecimiento es fuente de alaridos benéficos.

Y hasta el año que viene en el Metropolitano.Y a ver que escribe el tonto sin ortografía de los lunes.