Brasil
El oro de los elegidos
Nadal y Agassi seguirán como los únicos campeones olímpicos y ganadores de los cuatro «Grandes». Djokovic lloró ante Del Potro
Nadal y Agassi seguirán como los únicos campeones olímpicos y ganadores de los cuatro «Grandes». Djokovic lloró ante Del Potro
En Atenas, Nadal estuvo apenas de paso, «dos días»; en Pekín disfrutó «al máximo», tanto, que quedó marcado. También Novak Djokovic, que perdió el partido de semifinales con él y hubo de conformarse con el bronce que ganó a James Blake. Luego vio a Rafa subir al Olimpo bañado en oro y deseó con todas sus fuerzas verse en ese estado de levitación y de gracia: además del «Grand Slam», de ampliar la vitrina con los cuatro «Grandes», proclamarse campeón olímpico individual, como Rafa, como Agassi, y nadie más.
Federer conquistó el oro en dobles, un consuelo, y se quedó en la plata, un escalón por debajo que en este deporte adquiere más importancia en el medallero del país que en la vitrina del jugador. Aunque no es despreciable, por supuesto. En Londres, otra oportunidad. Nadal causó baja y «Nole» empezaba a situarse irremediablemente en las alturas. Del Potro le bajó a la tierra, o a la hierba de Wimbledon. Le disputó el bronce y se lo ganó.
El oro olímpico es para los elegidos, en cualquiera de las especialidades, y no es fruto de la casualidad. Intervienen muchos factores, cierto, como le sucedía a Indurain cuando pisaba las carreteras de Francia. Nada le distraía, superaba los imponderables, como una fiebre de 39 grados el día de la contrarreloj –y se la adjudicaba–, y seguía como un trueno hacia los Campos Elíseos. A Djokovic le frenó en seco su «bestia negra» olímpica, que podía haber sido Rafa, pero es Del Potro. Intervenido de las dos muñecas, con la carrera más próxima al arcén que a la meta, superó el trance. Desapareció del circuito, pero no de los Juegos, aunque durante casi una hora estuvo atrapado en el ascensor de la Villa, hasta que le rescataron sus compatriotas del balonmano.
Jugó. Sacó como ningún argentino lo ha hecho, anduvo con ese tranco que le da aspecto de agotado, engaña. Resiste, se supera. No cedió el servicio, tampoco Djokovic, que, sin embargo, perdió lo más importante, el pulso. Eliminado a las primeras de cambio, desviado de un camino que por tercera vez le parecerá un laberinto insondable, en su llanto del final y en el abrazo con el amigo que le venció se condensa la grandeza de este deporte cuando pintan bastos. Ganó Agassi, ganó Nadal, los dos conquistaron los cuatro «Grandes» y el oro olímpico, ¿es fácil? No lo es. Él no puede, ni siquiera en pistas que le son propicias. La hierba de Wimbledon se alió con Del Potro, también el cemento de Río. Le quedan el consuelo del dobles masculino, que juega con Troicki, y el mixto, con Ivanovic, eliminada por Carla Suárez en individuales.
Cuando cae el número uno, ese tenista que se mostraba superior a todos e invencible e insaciable, el oro de Nadal, y de Agassi, adquiere todavía mucho más valor.
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