Río de Janeiro
«Malditos Juegos»
Testigo directo
Hay cuatro sedes en las que se disputan competiciones en los Juegos, pero la principal se concentra alrededor de Barra de Tijuca, donde sí se nota el ambiente olímpico, con gente por las calles haciéndose fotos con los aros o con las sedes de fondo y donde los voluntarios vienen y van a todas horas. Barra está bastante lejos de los lugares con los que todo el mundo asocia Río de Janeiro. En la «Ciudad maravillosa» uno se da cuenta de que «bastante lejos» es un término idéntico a «muy lejos»: Hotel Rio Stay-Restaurante Viasete, de Barra a Ipanema, 32 kilómetros, una hora para ir (sólo el camino, más otros cuarenta minutos hasta que llega el taxi), dos horas para volver.
Si hay un gremio que no está contento con los Juegos es el de los taxistas. «Es bueno que llegue tanta gente de tantas culturas», dice Junior, el conductor del viaje de ida. «Pero el tráfico...», añade. «1.500 reales (unos 415 euros) de multa por pisar el carril olímpico. Siempre robando a los trabajadores», continúa mientras conduce mirando el móvil o es adelantado por una moto en un espacio por el que apenas cabía. Se queja también de la delincuencia del país y advierte que es mejor no mostrar mucho el dinero en la calle, por si acaso.
Carlos es el taxista de la vuelta y todo va bien hasta que, según el mapa del navegador, faltan tres minutos para llegar al destino. Han transcurrido 40. Todo parecía ir de carrerilla. Es más tarde y hay menos tráfico, pero la policía tiene cortada la calle: «Está cerrado. Sólo familia olímpica», explica el agente. Empieza la negociación, pero no hay manera. El taxi no pasa, aunque le dan indicaciones de cómo llegar al lugar. Las sigue y por el otro lado... Cortado. Pero le señalan una tercera alternativa que... Cortada. Vuelta al comienzo, el mismo rodeo y nada... «¡Malditos juegos!», grita Carlos mientras golpea al volante. «Ya sucedió lo mismo con Rock in Río hace dos años», masculla. Toma forma la opción de ir andando y una vez superado el cordón, encontrar allí otro taxi. «Lo siento», dice Carlos al despedirse. «Que tengan unos buenos Juegos», continúa, resignado. Ya está, tras andar un rato entre el desagradable olor que desprenden las lagunas de Jacarepaguá. Todo parece controlado al fin, aunque ha transcurrido ya una hora y cuarto desde la salida. Entonces, el tercer taxista de la noche gira una esquina y... Cortado, policía. Se repite la jugada. El día de la marmota, la misma negociación, las mismas quejas, el mismo resultado. A dar vueltas otra vez. Para ir a un lugar que estaba ya a pocos kilómetros el rodeo es espectacular. Dos horas han pasado desde la partida. Con un poco más de tiempo, una persona que vive en el centro de Madrid puede acabar bañándose en una playa de Valencia. Río y tráfico deben ir asociados a la palabra paciencia. Y eso que la competición de verdad no ha comenzado todavía.
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