Cuba
La plata de Orlando, su peso en oro
El atletismo español vuelve a subir al podio doce años después con Ortega, vallista nacido en Cuba. «Espero conseguir más éxitos para este país que me ha acogido», dice
El atletismo español vuelve a subir al podio doce años después con Ortega, vallista nacido en Cuba. «Espero conseguir más éxitos para este país que me ha acogido», dice
Orlando Ortega (29-7-1991, Artemisa –Cuba–) consiguió hace algo más de un año que el Consejo de Ministros le concediera la nacionalidad española, que llevaba esperando desde que en 2013 decidió dejar atrás el Caribe para instalarse en Guadalajara, parada y fonda de tantos atletas compatriotas suyos. Algunos, como él y Joan Lino, optaron por nacionalizarse; otros, como Iván Pedroso, han preferido mantenerse fieles a Cuba, aunque viviendo en la Alcarria. Y es precisamente de la escuela cubana de donde ha salido la medalla de plata de Orlando en la final de los 110 vallas.
Casi le faltó tiempo para obtener el billete español para los Juegos –la IAAF y el COI le permitieron competir con España justo el día en que cumplió 25 años–, y le sobró un mal ataque a la primera valla tras la salida para haber superado al campeón, McLeod, un jamaicano que hace historia al proclamarse oro olímpico en esta especialidad; también pone un pica en Flandes Ortega con esa plata que honra su pasaporte y avala la decisión de quienes creyeron en sus cualidades y vieron en él a un campeón.
Madera tiene, la exhibe y la anuncia, sin arrogancia: «Orlando no tiene límites», manifestó después de proclamarse subcampeón olímpico, podio que sirve al atletismo español para recuperar el brillo perdido. Desde 2004, en Atenas, con Manolo Martínez, Lino y Paquillo, no veía una medalla. Ésta, como otras, formaba parte de las previstas, aunque algunas no terminan de subir al cuello. La de Orlando es muy fiable y preludio de grandes éxitos. Ortega era la perla entre los vallistas cubanos, el sucesor de Dayron Robles. Demoraron las autoridades de su país todo lo que pudieron la carta de libertad para nacionalizarse español. Él nunca dudó de lo que quería. «En Cuba no me faltaba de nada; pero necesitaba cambiar de ambiente», dice.
Después de él llegó su padre, que dirigía una escuela de vallistas en su país. Son un tándem extraordinario que entrena en la Blume de Madrid, después de la peripecia de quedarse en Guadalajara, para fichar a continuación por el Valencia Ontinyent y poner rumbo, finalmente, a la capital de España, «donde lo tengo todo», confiesa orgulloso.
Su padre le exige, no permite que se pierda un entrenamiento haga frío, calor o caigan chuzos de punta. Eso se ha notado en Río: corrió la serie bajo la lluvia e hizo 13.32, idéntico tiempo que en la semifinal, el momento en que se encontró más nervioso, todo lo contrario que en la final: «No tenía ya presión y salí a divertirme». No salió bien y hasta la séptima valla no vio el cielo abierto. En los últimos 15 metros aseguró el subcampeonato y sólo le faltó echar el guante a McLeod (13.05), el único de los ocho finalistas que había bajado de los 13 segundos en 2016. El hispanocubano llegó en 13.17 y el francés Dimitri Bascou, en 13.24.
Con Orlando Ortega, el atletismo español recupera la pasión por las vallas, que el hispanoecuatoriano Jackson Quiñónez, finalista en Pekín y de paseo en Londres, rescató de los tiempos de Javier Moracho y Carlos Salas. Hoy tiene un diamante en sus filas dispuesto a entregarse por la causa. «Voy a dar lo mejor de mí por España. Quiero conseguir más éxitos para el pueblo español. He sufrido mucho estos tres años hasta llegar hasta aquí y quiero agradecer a la Federación Española de Atletismo la confianza que depositó en mí». Y a continuación, las dedicatorias: «A mi padre, a mi abuela que está en el cielo, a mi familia de Cuba. Ha sido una carrera fantástica», y no pudo reprimir las lágrimas. «Esto es maravilloso, grandioso, un sueño», y él un vallista excepcional.
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