MotoGP

La venganza de Valentino

Rossi parece dispuesto a abrir esa guerra psicológica en la que es un maestro. El temor es que la tensión se dispare como en 2016, cuando Márquez necesitó guardaespaldas en el circuito de Mugello

Imagen de archivo de Rossi y Márquez en rueda de prensa
Imagen de archivo de Rossi y Márquez en rueda de prensalarazon

Rossi parece dispuesto a abrir esa guerra psicológica en la que es un maestro. El temor es que la tensión se dispare como en 2016, cuando Márquez necesitó guardaespaldas en el circuito de Mugello.

Casi no había periodistas en la conferencia de prensa del ganador en Argentina. El triunfo fue para Crutchlow, pero los focos apuntaban a otro lado. La gran victoria del británico era una anécdota al lado del choque entre los dos mayores imperios del motociclismo, que cuando colapsan tiembla MotoGP y todo lo demás es accesorio. Durante muchas temporadas, Rossi se acostumbró a hacer lo que quería. Era el rostro de las motos, el carisma, la sonrisa, los títulos y el ídolo. No ponía las normas directamente, aunque una palabra suya bastaba para que aquello que le venía mejor apareciera reflejado en el reglamento. Era superior a sus rivales en pista y también en repercusión mediática, así que fue encadenando títulos y convirtiéndose en leyenda. Es, sin duda, el mejor piloto de todos los tiempos, aunque como la mayoría que ha competido, guarda también varios cadáveres en el armario.

Aunque Stoner, Hayden y Lorenzo también le quitaron alguna corona, fue la llegada de Márquez la que hizo peligrar su reinado. Marc es carismático, conquista con su cara de chico bueno y también es un pillo cuando hay que ir de puntillas por el borde de las reglas. En un principio, Marc era un niño con talento que idolatraba a Valentino y que no sólo le hacía gracia a Rossi sino que lo vio como un buen heredero. De hecho, la empresa de «Il Dottore», que explota la mercadotecnia de muchos pilotos, se encargaba también de gestionar la de Marc, la más rentable después de la del eterno «46». Su asociación en los negocios se rompió de forma fulminante después de la guerra de 2015, que empezó con la famosa patada en Sepang y concluyó con aquel final en Valencia en el que Rossi acusó a los españoles de un complot para apartarlo del título.

Sapos por la boca echó «Vale» después de la última carrera, con un discurso tan incendiario como el del pasado domingo en Argentina. Varias veces pronunció la palabra miedo para referirse a lo que siente cuando escucha el motor de Márquez llegar por detrás. Le acusó de cargarse este deporte y de convertirlo en algo peligroso. Una exageración quizá más grande que la pasada de frenada del español. Una acción incorrecta por la que ya fue sancionado quedándose sin puntos y por la que intentó pedir perdón en el box de Yamaha. Allí se encontró con los malos modos de Uccio, un amigo de la infancia de Valentino, pero quizá no su mejor relaciones públicas.

El miedo de los responsables del campeonato es que ahora la tensión de la pista se traslade al «paddock» y a las gradas, donde en muchos sitios Marc ha sido pitado e insultado. Fue necesario ponerle seguridad personal en algunos circuitos, algo embarazoso e inédito en un deporte que presume de no admitir el hooliganismo del fútbol.

Giacomo Agostini, el piloto con más victorias de la historia y también italiano, defendió ayer a Márquez, recordando a Valentino que él y el resto de pilotos tienen acciones como la de Marc en su álbum de fotos. «No debió ser sancionado, así son las carreras, no hay que exagerar», dijo la otra gran leyenda de las dos ruedas, poniendo un poco de cordura. La guerra anterior dejó un ambiente irrespirable entre Marc y Valentino, que poco a poco consiguieron normalizar su situación. Ahora, Rossi parece dispuesto a librar la batalla psicológica en busca de contrarrestar la ventaja de su rival en la pista. Quería venganza y aquí la tiene.