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Sara Hurtado, patinadora sobre hielo: El oro estaba en Moscú
La siete veces campeona de España vive desde 2016 en la capital rusa donde trabaja junto a Kirill Khaliavin, el compañero nacionalizado español que le devolvió la ilusión
La siete veces campeona de España vive desde 2016 en la capital rusa donde trabaja junto a Kirill Khaliavin, el compañero nacionalizado español que le devolvió la ilusión.
«No era feliz. Algo no iba bien». Hay situaciones en las que uno tiene que perderse para volver a encontrarse. Eso es lo que le ocurrió a Sara Hurtado, una patinadora artística que decidió emprender una nueva aventura en la otra punta del mapa, Moscú. «Era una oportunidad única en la vida y que quizás no se me volvería a presentar. No dejaba de ser otra ocasión para ver hasta dónde puedo llegar. Te conoces mejor saliéndote de tu zona de confort», apunta Sara.
La siete veces campeona de España, que el pasado fin de semana consiguió el último oro junto a Kirill Khaliavin, tuvo que empezar de cero para volver a recuperar la ilusión por el patinaje.
Una ilusión que nació junto a Adriá Díaz, su primera pareja. Competían juntos desde que tenían 16 años. «Empezamos muy jóvenes y fue todo muy rápido», comenta Hurtado. Lograron cinco campeonatos de España, se conocían a la perfección y consiguieron ir a los Juegos de Sochi. Todo eran alegrías hasta que un día Sara sintió en Montreal, ciudad en la que vivían para entrenarse en las mejores condiciones, que algo se estaba estancando. «Los entrenamientos no estaban funcionando bien. Me vi en una situación que no era feliz. Sentí que no estaba evolucionando. Había conseguido mi sueño que eran los Juegos Olímpicos y no necesitaba llegar a más para poder dormir tranquila. Estábamos forzando algo que ya había acabado».
Puso punto y final a su etapa con Adriá y tocaba la difícil misión de encontrar a un nuevo compañero. Una tarea que no fue nada fácil y que incluso le llevó a plantearse colgar los patines. Pero entonces apareció Kirill, su actual pareja y con la que ya en noviembre ganó el Grand Prix. «No teníamos seguro si íbamos a estar siquiera invitados a la Liga de los Grand Prix. Solo estar allí significaba un gran paso hacia delante. El hecho de conseguir medalla y subirte al podio superó todas las expectativas».
Comparten la misma visión de que todo es posible con trabajo. Son muy perfeccionistas, aunque para Sara, él quizás un poco más. Él, ruso nacionalizado español, no sólo le ha devuelto a la senda de la victoria, sino que ha conseguido algo mucho más valioso, devolverle la ilusión. «Cuando dudo de mis capacidades, él me las recuerda. Me transmitió mucha confianza, que era algo que había perdido».
No se lo pensó dos veces y la madrileña se fue a vivir a Moscú, país donde el patinaje está por encima del fútbol: «Aquí pesa mucho la tradición y la cultura. La gente nace sabiendo que este deporte existe. Saben a quién seguir de su país, conocen cómo se organiza una temporada, cuando son los europeos, los nacionales...». Aunque también confiesa que en España cada vez se le está prestando más atención: «Es un espectáculo que atrae mucho y a nosotros los españoles nos gusta mucho ver a alguien bailar. Forma parte de nuestra cultura».
Su día a día en la capital de Rusia, al igual que ella, son muy estrictos. La jornada junto a Kirill arranca a las nueve y media de la mañana con clases de ballet o de elevaciones y a continuación tienen dos sesiones de dos horas cada una. Tres días a la semana realizan físico por la tarde o hay veces que refuerzan con bailes de salón, ya que es una disciplina en la que necesitan saber bailar todo tipo de ritmos, desde un tango hasta una rumba. Es una modalidad muy completa y «por eso me gusta tanto porque sé que no me voy a aburrir», afirma Sara.
Se están machacando mucho porque el próximo reto está a la vuelta de la esquina: el Europeo que se disputará a finales de enero. «El año pasado fuimos octavos y en este campeonato vamos a apretar lo máximo posible para estar cerca del podio porque subirnos a él todavía creo que va a ser demasiado ambicioso».
Sara, que «vive lo que hace», cada tres meses tiene que regresar a Madrid para renovar el visado. Aquí recoge la energía que le dan los suyos, duerme en su cama, que es lo que más echa de menos, y vuelve con fuerzas renovadas a Moscú. Al 2019 le pide salud y que le siga tratando así de bien.
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