Crítica de cine

«El molino y la cruz»: Desde las entrañas del cuadro

Dirección: Lech Majewski. Guión: L. Majewski, Michael Francis Gibson. Intérpretes: Rutger Hauer, Michael York, Charlotte Rampling. Polonia-Suecia, 2012. Duración: 92 minutos. Drama.

La Razón
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Es un espectáculo en sí misma, una pequeña y extraña joya desde el punto de vista formal: los grandes cuadros que adquieren vida propia, estos personajes que, dentro de los lienzos, caminan, portan leña, tiran de los animales, venden pan, mientras el pintor los espía y esboza la imagen para que la eternidad se ocupe de ella. Inspirada en la maravillosa obra «Camino al calvario» del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, y con una profundidad de campo de resultado casi tridimensional, hay mucho de Bergman en la luz y la mirada a veces un tanto fría, desapegada, de Majewski, sobre sus criaturas, incluso Pasolini habría sonreído de medio lado ante estos hombres con pocos dientes y algunas plumas en el sombrero. Y, por encima de ello, se asombraría ante la suciedad y miseria. Porque, más allá del continente y la belleza de cada detalle en esta producción hipnótica, de ese mimo riguroso por la imagen «congelada», existe una especie de oscuridad espesa, insalubre, y se presiente el olor de la muerte y la lenta putrefacción de los cuerpos mientras las aves devoran hasta las entrañas de un pobre tipo en un filme que ofrece una visión bastante dura de cómo Flandes tuvo que soportar aquella época la opresión de los españoles. Hay muy pocas palabras, sin embargo, en la cinta, casi todas pronunciadas por un cinematográficamente recuperado Michael York. Aunque, y quizá pocas veces mejor dicho, una imagen vale más que mil palabras. Y que cien mil.