Macroeconomía

¿Por qué no crece más la economía mundial?

Uno de los retos es incrementar la productividad de forma sostenida a medio y largo plazo

¿Por qué no crece más la economía mundial?
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La economía mundial no acelera porque los países que crecían a buen ritmo han perdido velocidad y los que deberían crecer más continúan atónitos. Este año avanzará un 3,1%, la misma tasa que en 2015.

La economía mundial crecerá este año a un ritmo del 3,1%, idéntico al del ejercicio pasado, según las previsiones del FMI. ¿Por qué no avanza más? ¿Se han gripado los motores o se ha acabado el combustible? Los países que crecían a buen ritmo han perdido velocidad y los que deberían crecer más continúan estancados. Y es que el potencial de crecimiento prácticamente se ha agotado. El ciclo actual se encuentra ante un techo, y falta una causa o conjunto de causas que puedan romperlo.

En el grupo de países que han visto mermada su tasa de crecimiento se encuentran los emergentes, con China a la cabeza –al haberla reducido a menos de la mitad desde 2007–. También los productores y exportadores de materias primas, como Rusia o Brasil, que han sufrido el desplome de los precios. Además, los efectos de la crisis financiera y la recesión en Europa todavía pesan, de modo que la debilidad de los bancos y los elevados niveles de deuda siguen haciendo mella. Por otra parte, la productividad total, que es el determinante del crecimiento futuro, está empantanada debido a la pérdida de impulso del avance tecnológico. Y el deterioro de las perspectivas conduce a más recortes del gasto y a un menor avance.

CAUSAS

Las causas de la actual flacidez van desde el exceso de ahorro mundial hasta la necesidad de un ajuste en la economía china, obligada a cambiar de modelo. «China está haciendo su reconversión industrial y del éxito de ella dependerá, en buena parte, su propio futuro y el del resto de la economía global». El economista Juan Ignacio Crespo explica que el gigante asiático es actualmente el principal exportador de deflación. De hecho, mientras que la participación de la inversión china en el PIB no baje más de 15 puntos, esa inversión estará expulsando la formación bruta de capital en el resto del mundo y debilitando a las demás economías.

El G20 es lo más parecido a un embrión de gobierno mundial, y buscará un plan para estimular la economía en la cumbre que acogerá la ciudad china de Hangzhou entre hoy y mañana. Los principales desafíos serán conseguir que el proteccionismo no avance y que la globalización no se detenga. Para ello, es necesario luchar contra las fuerzas deflacionarias y contener los incipientes brotes de nacionalismo económico. Crespo sostiene que para lograrlo sólo hay una vía: reactivar las economías que pueden permitírselo por elevadas tasas de ahorro. Y es que de los 20 países que se reúnen hay un grupo de cuatro (China, Japón, Corea del Sur y Alemania) que acumulan un superávit en su balanza por cuenta corriente equivalente a un billón de dólares. «Ése es un desequilibrio demasiado potente como para que la economía mundial se recupere sin haberlo reconducido antes, o simultáneamente». Crespo apostilla que la superación de esos desequilibrios y el impulso del comercio internacional por medio de acuerdos que vayan a contracorriente del proteccionismo de los dos últimos años son las claves del crecimiento futuro de la economía global.

Aunque en Estados Unidos continúen apreciándose signos de mejoría, no se terminan de despejar todas las incógnitas. Este año crecerá un 2,2%, por encima del 1,6% que se augura para la eurozona, donde las dudas constituyen la nota dominante. Además, los emergentes no acaban de emerger. Santiago Carbó, catedrático de Economía de la Bangor University y director de Estudios Financieros de Funcas, afirma que, en general, «el mundo vive una tremenda acumulación de reservas de liquidez y de deuda. Continúa sin haber la suficiente confianza inversora».

La cumbre del G20 comenzará con múltiples acuerdos sobre la mesa gracias a las reuniones previas mantenidas entre sus miembros. Acuerdos sobre coordinación de políticas monetarias y fiscales, y el desarrollo de otras que permitan el acceso al crecimiento a grupos de población sobre los que parece que la globalización pasa de largo. Según fuentes consultadas, la búsqueda de herramientas para que el crecimiento sea más inclusivo y trasversal sobre la población debe estar en la agenda de todos los países.

DESAFÍOS

El mundo no crece más porque no puede. Y uno de los retos debería ser incrementar la productividad de forma sostenida a medio y largo plazo. Aunque las políticas monetarias laxas hagan las economías menos productivas, distorsione los precios y los tipos de interés y, por ende, el valor del dinero, el G20 seguramente apueste por implementar más estímulos y por avivar la demanda mediante un aumento del gasto público.

El Brexit preocupa. Y hay motivos para ello. Tanto cuantitativos, porque su impacto a medio y largo plazo está aún por producirse, como cualitativos –por la falta de confianza en el proyecto europeo que pueda generarse–. Asimismo, Carbó recuerda que los acuerdos de comercio que habían creado grandes expectativas, como el TTIP, están muy tocados. Y «se espera que el G20 reactive alguna esperanza en relanzar el comercio mundial».

La cita tiene por lema «Hacia una economía mundial innovadora, vigorosa, interconectada e inclusiva». Sin embargo, el director de Estudios Financieros de Funcas opina que se trata de un título retórico. Mantiene que la economía mundial está condicionada por un doble cambio de paradigma económico: un nuevo modelo energético y un cambio en las relaciones productivas y laborales inducido por la digitalización.

Si en 1929 Wall Street se desplomó tras unos felices años 20, en los que las bolsas estadounidenses habían llegado a multiplicar por cinco su tamaño, en 2008 el banco Lehman Brothers quebró después de especular con créditos «subprime» e hipotecas basura. Y en el arranque de este año se llegó a vaticinar un nuevo cataclismo bursátil y otro descarrilamiento de la economía. Los expertos alegaban que el pinchazo de la burbuja china salpicará al resto del mundo, que la apreciación del dólar encarecerá la deuda contraída por muchos países, que las condiciones financieras más restrictivas generarán vulnerabilidades en los mercados emergentes y que la escalada de las actuales tensiones geopolíticas perturbará el comercio mundial.

Manuel Hidalgo, profesor de Economía de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, admite que 2016 comenzó con numerosas preocupaciones. Y, entre ellas, quizás la más importante fuera la evolución del comercio internacional, que se encuentra estancado debido a las dudas que existen sobre el crecimiento de algunos emergentes. Y es que, entre 2010 y 2014, el avance del PIB mundial se sostuvo por el impulso que estos emergentes consiguieron insuflar al resto de las economías, ya que la crisis financiera de 2008 y la de deuda en Europa entre 2010 y 2012 provocó la salida de capital hacia gran parte de estos países, que fueron utilizados para expandir su demanda interna. Pero la normalización de las economías desarrolladas, junto a las amenazas de subidas de tipos por parte de la Fed, provocó que esta corriente de capital cambiara de sentido, dejando a algunos de estos países en serios problemas, como es el caso paradigmático de Brasil, que acumula seis trimestres consecutivos de contracción económica.

«Los principales retos pasan por encontrar un modelo de crecimiento global que permita recuperar el papel fundamental de las economías desarrolladas». En especial, de la estadounidense y de la europea. Al mismo tiempo, y en un orden más estructural, «las economías del globo deben entender que no sólo el aumento del comercio y la globalización suponen nuevos retos, sino el cambio tecnológico que esto conlleva e incentiva. Por ello, tienen que plantearse compromisos sobre educación, investigación e innovación», apostilla Hidalgo.

Más reformas

El crecimiento de la economía mundial requiere reformas estructurales, financieras y monetarias. Debe avanzarse en la integración de las distintas áreas comerciales. El camino, pues, no tiene que ser el proteccionismo, sino el comercio. Al menos, en opinión de Hidalgo. Y es que «no debe cejarse en el intento de alcanzar mayores niveles de globalización económica». Sin embargo, el profesor de la Universidad Pablo de Olavide cree en la necesidad de aumentar el control y la regulación financiera para evitar la excesiva volatilidad de los mercados que, a su vez, puede afectar seriamente al crecimiento global. Y éste es un reto complejo, dado que «exige de la unanimidad de las grandes economías». En cuanto a reformas monetarias se refiere, Hidalgo aboga por convencer al gobierno chino de que ahonde en la liberalización del tipo de cambio del renminbi, e insta a proseguir con la coordinación de los bancos centrales y a ampliar el papel del FMI para evitar crisis sistemáticas como las recientemente vividas. De forma paralela, ve necesario un cambio en los protocolos de actuación frente a crisis nacionales, tanto en el Banco Mundial como en el FMI. E insiste en que la globalización y el incremento del tamaño de los mercados financieros exigen un mayor papel a ambas instituciones, «y no sólo en cuanto a actuación, sino también respecto al volumen de dicha intervención. El FMI debe tener un arsenal suficiente para ayudar a atajar cualquier atisbo de reedición de crisis financiera global. Es fundamental una estrecha colaboración entre esta institución y los bancos centrales».