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Reavivando los cimientos
Los datos conocidos ayer de la EPA son realmente extraordinarios. Sin paliativos. Pocas veces hemos visto –y ojalá que no sea la última– una creación de empleo tan intensa en tan solo un trimestre en nuestro país. Un incremento de más de 400.000 ocupados en un solo trimestre nos hace remontarnos a épocas muy anteriores a la crisis que, aunque parezcan olvidadas, existían gracias al «boom» económico y laboral.
Estos datos corroboran lo que todos sabemos: que los milagros en economía no existen y que en este campo nada es fruto del azar. Cuando tenemos datos tan contundentes en materia de empleo, los que venimos observando desde hace tiempo el mercado laboral, sabemos que se deben a una suma de factores que tienen que ver claramente con el esfuerzo colectivo, el trabajo constante de muchos, el sacrificio de todos y en la perseverancia, con fe, en un camino concreto basado en un espíritu reformista que siempre que ha existido en España ha dado un resultado más que satisfactorio.
Hace unos pocos años nuestro mercado de trabajo estaba devastado, pero lo que era más preocupante, no se veía la luz al final del túnel y mes tras mes las cifras de paro eran cada vez más aterradoras, con destrucciones de empleo impresionantes. No parecía que esa cuesta abajo tuviera algún día un final cierto. Había que sentar, al modo de un edificio, unos cimientos nuevos, más sólidos, con reformas de calado que propiciaran un parón en seco de la destrucción de empleo, un impulso del consumo y una reducción drástica del déficit. La Reforma Laboral consiguió cambiar una dinámica centrada en una legislación laboral rígida y anclada en el pasado, dónde el despido era la primera opción en casos de crisis, a un uso acentuado, como alternativa, de medidas de flexibilidad interna, propias de otros países de nuestro entorno. Todo ello ha tenido, no cabe duda, un alto coste político y social, pero ha demostrado altas dosis de responsabilidad que están comenzando a dar sus frutos, como lo demuestran todos los datos macroeconómicos que vamos conociendo.
¿Qué nos falta ahora? Es de todos conocido que la legislación laboral de un país es clave para un progreso económico y social sostenido, y el hecho de que se tenga una ley laboral flexible o moderna no augura una mayor prosperidad económica per se. Pero de lo que nadie duda –y España es un ejemplo paradigmático de ello– es que una legislación laboral rígida no va a favorecer nunca un buen resultado en el comportamiento del mercado del trabajo ni una mejora en la competitividad de las empresas. A día de hoy, en el mundo globalizado dónde están compitiendo nuestras empresas, con una configuración de la relación laboral totalmente distinta a la de hace 30 años, bastan estas razones para justificar un enfoque continuamente «reformista» en nuestras instituciones laborales, no ya con la vista puesta en el corto plazo, si no en lo que se nos está requiriendo y se va requerir en la siguiente treintena, para dejar atrás de una vez por todas, los viejos fantasmas de drama social que venimos padeciendo desde los inicios de nuestra democracia. Hay que seguir pensando en acuñar un nuevo modelo de relaciones laborales, el que queremos para los años venideros tan dinámicos que tenemos por delante.
Por todo ello, y vistas las consecuencias desastrosas para el empleo de un mercado yerto distinto del resto de los países desarrollados con los que competimos, es claramente necesario seguir en el camino emprendido de cambio de modelo en nuestras instituciones laborales, complementando la profunda reforma laboral que se ha realizado, relanzando la creación de empleo y la viabilidad de las empresas a futuro, para propiciar un crecimiento sano y sostenido de nuestra economía en el nuevo marco de competencia global al que nos enfrentamos y que será más acusado en las próximas década. Con este empeño hay que seguir fomentando las políticas activas de empleo y de formación –verdadera clave para una salida robusta de la crisis–, ser responsables en la aplicación de la ley –no aprovechando arbitrariamente la misma para simplemente reducir salarios, sino para mejorar la productividad–, primar a las empresas con compromisos específicos de contratación a los más vulnerables –jóvenes y parados de larga duración– y hacer más atractiva la contratación laboral estable eliminando la tan malograda dualidad del mercado de trabajo. Con todos estos ingredientes se puede y se debe seguir siendo optimistas, aunque no triunfalistas. Hemos avanzado bastante, pero todavía nos queda mucho por recorrer.
* Abogado Profesor Titular
de Derecho del Trabajo
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