Coronavirus

Sánchez y Casado en la buena dirección

Es estéril plantear la cuestión en clave de ganadores o perdedores porque ningún líder que se precie puede, en la situación de peligro en que se encuentra España, dirimir prestigios personales»

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El líder del PP, Pablo Casado, conversa por videoconferencia con el presidente del Gobierno, Pedro SánchezlarazonDAVID MUDARRA (PP)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Pablo Casado, orillaron ayer sus patentes diferencias políticas y personales para acordar el marco de las negociaciones que deben llevar en último extremo a la aprobación de unos Presupuestos Generales del Estado que den respuesta a la emergencia económica provocada por la pandemia del coronavirus. Que sea por medio de una comisión parlamentaria, como pedía el dirigente popular, garantiza la necesaria transparencia –ese clásico «luz y taquígrafos– y, al mismo tiempo, evita las pretensiones de algunos actores políticos que cuestionan el modelo económico, social y territorial de la democracia española. Como ya hemos señalado en estas mismas páginas, nada puede haber sobre la mesa que suponga alterar los fundamentos de nuestra convivencia, como, por ejemplo, los derechos a la propiedad y a la libertad de empresa, sin pasar por la vía de las urnas y de la reforma constitucional. Debemos insistir en ello porque no es posible obviar que no hay cambio alguno, no puede haberlo, en la actual aritmética parlamentaria, donde operan formaciones políticas separatistas y de extrema izquierda, lo que va a exigir a los dos grandes partidos españoles, el PSOE y el PP, voluntad de acuerdo y capacidad de transacción.

Estamos, pues, en la buena dirección y tanto Pedro Sánchez como Pablo Casado merecen un voto de confianza y sería bueno que se redujera el actual ruido de fondo de la controversia sin que ello signifique renuncia alguna a la labor de control del Ejecutivo por parte de la oposición o al ejercicio de la crítica. Pero nos parece razonable evitar el tono insultante de algunas intervenciones que, a la postre, en nada ayudan a la consecución del objetivo que a todos importa y al que todos estamos convocados. La tarea es ingente y no podía acometerse en solitario por un Ejecutivo en el que cohabitan planteamientos distintos sobre el papel de lo público y lo privado en la articulación del modelo económico y, por lo tanto, en las recetas más adecuadas para superar la crisis, pero que cuenta con la legitimidad parlamentaria y el mandato de las urnas. De ahí que resultara un error tratar de imponer al presidente del Gobierno condiciones inaceptables, como la renuncia a su acuerdo de coalición con Podemos, que reclamaban algunos sectores mediáticos y políticos. Porque, en nuestra opinión, es estéril plantear la cuestión en clave de ganadores o perdedores. Ni Sánchez ni Casado pueden, en la situación de peligro en que se encuentra la sociedad española, dirimir prestigios personales, actitud que sería no sólo mal comprendida por la opinión pública, sino que supondría un lastre, uno más, para la recuperación.

Además, el tiempo apremia. No sólo es preciso aunar esfuerzos en el frente doméstico –donde los agentes sociales, en especial el mundo empresarial, tienen mucho que aportar y donde es imperativo conseguir una coordinación eficaz entre los distintos gobiernos autonómicos, sobre los que, junto con los ayuntamientos, recaerá buena parte del esfuerzo de contención social de la crisis–, sino que España debe presentar una posición fuerte y con el mayor respaldo político posible ante una UE que no acaba de entender que sólo desde la acción conjunta de todos los estados miembros se podrá superar la grave recesión que nos acecha en el horizonte. España es víctima de una epidemia terrible como lo son otras naciones y es injusto tratar de buscar culpables. No se trata de mutualizar deudas ni de que paguen otros. Asumiremos nuestra responsabilidad, por supuesto, pero la Europa unida se juega su razón de ser. Si priman egoísmos nacionalistas, trufados de prejuicios, ante el mayor problema humano y social que ha acaecido en su historia, es que poco queda de los principios sobre los que se fundó.