Editoriales

Un voto de futuro para Cataluña

El constitucionalismo, mayoritario en Cataluña, debe hacer una apuesta electoral unitaria ante los próximos comicios. Ellos son el voto de futuro en una comunidad paralizada por el laberinto del ‘‘procés’’

No cumple la ley. Ni gobierna. Sólo ejerce de vicario de su «jefe», el de Bruselas. Joaquim Torra, el aún presidente de la Generalitat de Cataluña, no acató la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que le condenó a un año y medio de inhabilitación por un delito de desobediencia, al mantener la pancarta por la libertad de los condenados por el «procés» y el lazo amarillo, pese a la orden de la Junta Electoral Central (JEC). Luego, con el Covid, dio muestra de una profunda deslealtad con el Gobierno. Ni la urgencia ante un caso tan claro de salud pública parecía distraerle de su objetivo independentista.

Sin embargo, tras tantos años alimentando esa deslealtad y animar al incumplimiento de las leyes, también a él acabó pasándole factura: ahí están los «levantamientos» de Lérida o L’Hospitalet contra su orden de confinamiento que acabó siendo una «recomendación». Difícil que te hagan caso y te obedezcan con tan mal ejemplo de años. Ahora, Torra se enfrenta a su más difícil todavía, un doble salto político que sólo busca posicionar a su jefe de Bruselas ante la próxima e ineludible cita electoral. Los partidos catalanes han estado estos días más pendientes que nunca de una posible convocatoria electoral. Si la fecha elegida es el 4 de octubre, Torra debería firmar este próximo lunes el decreto. Se agotan los plazos. Por más que suene con fuerza también el 15-N. Convocar a unas elecciones el 4-O permitiría al independentismo hacer coincidir la Diada, el aniversario del 1-O y la vista del Supremo sobre la inhabilitación de Torra durante la campaña. Un triple golpe de efecto. Una puesta en escena –ahora que no se pueden hacer demostraciones multitudinarias–, por razones obvias.

Más publicidad para un «procés» que no tiene fin y cuya única razón de ser es mantenerse en la pugna política con ese viaje sin fin a Ítaca. Ante esa cita con las urnas nadie ha de quedarse mudo políticamente en Cataluña. Ciudadanos, el partido más votado en las pasadas elecciones autonómicas –para humillación de las opciones independentistas– debe dar un paso al frente. Las encuestas, siempre retorcidas, daban hace meses ganador a ERC, y todo eran cábalas sobre posibles acuerdos de gobierno: de un apoyo de gobernabilidad por parte del PSC a renovar, de nuevo, la entente soberanista que ha conducido a Cataluña a sus peores indicadores de creación de riqueza, hundir la economía y tensionar a la sociedad. Ahora, desde Ciudadanos y ante la más que previsible debacle de la formación naranja en el Principado, se apunta que ofrecerá al Partido Socialista y al PP ir en coalición o buscar otra fórmula electoral similar en las próximas elecciones catalanas con el objetivo de ganar al independentismo.

Una victoria harto complicada a la vista del tablero electoral catalán, que no beneficia a los partidos constitucionalistas, hegemónicos en las comarcas y ciudades con mayor población. El PSC debe también de hacer un examen de conciencia política y valorar a dónde le ha conducido, durante los pasados años, su apuesta, cada vez más radicalizada, por un catalanismo en el que quería converger con ERC. Los tiempos del tripartito han quedado atrás. Aquella aventura de la mano de los republicanos y los antecesores de Podem solo contribuyó a descabalgar la economía catalana del progreso y precipitar el hundimiento de Cataluña en el laberinto independentista. Con años de crisis económica por delante, hasta retornar a los estándares anteriores al Covid, Cataluña necesita un voto de progreso que la aleje del precipicio en el que el independentismo y la unilateralidad la han conducido. La hoja de ruta del cambio que han de acometer Cs, PP y PSC ha de ser ilusionante y realista, abierta a todos los no independentistas. Esos que son mayoría en Cataluña pero que asisten, desde hace años, como convidados de piedra, a los desvaríos de gobiernos secesionistas que les desprecian y les ignoran.