Editorial

No brilla la excelencia ética en Podemos

Los casos de nepotismo en la formación morada son un lastre para el Gobierno

Pablo Iglesias e Irene Montero
Pablo Iglesias e Irene MonteroLuca PiergiovanniAgencia EFE

Sin perjuicio de la necesaria confirmación judicial, al partido de Unidas Podemos, aunque será más exacto circunscribirnos al matrimonio Iglesias-Montero, sin cuyo concurso nada se mueve en la formación morada, le ha surgido un nuevo caso con tintes de nepotismo que, sin duda, no sorprenderá a un amplio sector de sus cuadros dirigentes, que no pueden llevarse a engaño sobre la particular manera de entender la función pública de quienes llegaron a la escena política desde la máxima exigencia ética. Por supuesto, desde el respeto esencial a la presunción de inocencia que asiste a todos los ciudadanos, no es posible afirmar la existencia de un delito de desviación impropia de caudales públicos, como parece desprenderse de la denuncia formalizada en los tribunales por la antigua auditora del partido, Mónica Carmona, que sostiene en su escrito de acusación que la ministra de Igualdad, Irene Montero, estaría empleando como niñera de uno de sus hijos a una de sus asesoras, Teresa Arévalo, para la que se creó un puesto específico en el Ministerio como jefa de Gabinete adjunta de la titular.

Más allá de los documentos gráficos que hoy publica LA RAZÓN, nadie del entorno del matrimonio gubernamental puede desconocer la estrecha relación de Arévalo con la pareja, que ya fue colocada en un puesto destacado de la ejecutiva del partido tras haber perdido su acta de diputada por la provincia de Albacete en las últimas elecciones generales. Desde Unidas Podemos se niega la mayor, y están en su perfecto derecho, al tiempo que se reitera la denuncia de una supuesta trama de «las cloacas del poder» contra la figura del vicepresidente segundo del Gobierno, alegación que, sin embargo, no parece tener en cuenta el efecto que crea en la opinión pública el rosario de incidencias, algunas de carácter judicial, que jalonan la trayectoria pública del líder de la extrema izquierda española, que, hay que insistir en ello, maneja con mano de hierro el timón de un partido que nació asambleario y ha caído en los mismos vicios que denunciaba en los demás.

Si ya es insólito, hay que remontarse al caso peronista, la simultaneidad de dos cargos ministeriales en un matrimonio, de cuyo mero cuestionamiento Pablo Iglesias hace una ofensa personal, también lo es que el ruido de fondo que este tipo de problemas generan al Gobierno de Pedro Sánchez se considere como algo inevitable. Desde Dina Bouselham, hoy convertida en azote de periodistas incómodos para Unidas Podemos, hasta la niñera-funcionaria –tiene nivel 30 en la Administración–, pasando por la escolta tratada como sirvienta, con la que se llegó a un acuerdo extrajudicial a pocos días de celebrarse el juicio, Iglesias y Montero no parece que den ejemplo de exigencia ética.