Editorial
Existe un PP después de Bárcenas
Falta más compromiso de los antiguos dirigentes en apoyo del partido
Más allá de la veracidad que se pueda conceder a la palabra de Luis Bárcenas, a quien, sea dicho de paso, el fiscal puso ayer en varios aprietos para los que no tuvo salida creíble, la batería de acusaciones, prácticamente sin apoyo documental, del ex tesorero popular, señalando a casi todos los ex altos cargos del partido como perceptores de complementos salariales sin declarar fiscalmente y procedentes de una «caja B», causarán el efecto buscado , que no es otro que el de retratar un modus operandi en su partido, general y extendido en el tiempo, en el que el propio Bárcenas sólo sería un simple ejecutor de las instrucciones recibidas de sus superiores. Llegados a este punto, e, incluso, sin sustraernos a la obligación moral de no admitir la subversión de la carga de la prueba, es preciso reconocer que el daño sobrevenido a la formación que actualmente preside Pablo Casado no será menor, ni mucho menos, con unos opositores políticos dispuestos a mantener vivo el estigma de la corrupción sobre el PP todo el tiempo que puedan, que, no hay que dudarlo, será bastante largo. Sin embargo, es necesario que la nueva dirección popular se desprenda de esa «foto fija» de Bárcenas, no sólo porque no refleja la verdadera realidad –ni siquiera la de una época pretérita determinada, de un partido que, desde una amplia responsabilidad en la gestión pública en ayuntamientos, autonomías y en el propio Gobierno, actuó al servicio de los ciudadanos–, sino porque, inevitablemente, perjudica su labor de oposición, en un momento, además, de serias dificultades para la mayoría de los españoles y con un Ejecutivo socialista condicionado por la extrema izquierda, cuyas fórmulas económicas y sociales para salir de la crisis, mil veces propuestas, mil veces fracasadas, no auguran nada bueno para el futuro. Debe, pues, existir un Partido Popular fuerte, líder del centro derecha, después de Bárcenas, que, sin renunciar a una trayectoria histórica bastante notable, deje muy clara su desvinculación de aquellas conductas personales que resulten reprobables, y, en cierto modo, frente a la nueva catarata de acusaciones, se echa en falta una mayor implicación de muchos antiguos dirigentes en defensa de la honorabilidad del partido, que es la propia, y en apoyo de la nueva dirección popular que, no lo olvidemos, fue elegida en unas elecciones primarias impecables. Como hemos señalado antes, no es cuestión de reclamar la inversión de la carga de la prueba, mucho menos de la renuncia a la presunción de inocencia, pero sí de no ampararse en un cómodo silencio, mientras quienes hoy dirigen los destinos del partido, muchos enfrentados a desafíos tremendos de gestión, permanecen bajo el bombardeo.
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