Editorial
La violencia no cabe en una democracia
La violencia debe ser condenada, sin excusas y sin condicionantes
La violencia, sea como ejecución directa y efectiva, amenaza o forma simbólica de expresión, nunca debe tener cabida en una democracia. Nunca. Debe ser condenada de inmediato, sin excusas y sin condicionantes, porque acabará ocupando el espacio que le corresponde a la razón y a la palabra. A la política. Así nos lo dice la Historia, también la nuestra, muy especialmente. La prueba más evidente es que después de que tres políticos –Grande-Marlaska, María Gámez y Pablo Iglesias– hubiesen recibido en un sobre a su nombre unas balas, hoy la campaña electoral de Madrid está ocupada exclusivamente por este hecho. Que se haya introducido cuando los partidos deberían debatir sobre los problemas reales de los ciudadanos y no sobre la violencia y sus legitimidades, forma parte de la habitual perversión de los que utilizan tales métodos propagandísticos. En todo caso, voluntaria o involuntariamente, el efecto de un acto tan deleznable es ya el que estamos viendo: se ha acabado la campaña electoral y ahora es el momento de la batalla entre unos que dicen ser los demócratas y otros a los que se les arroga el papel de antidemócratas.
Es el clásico esquema de las fórmulas totalitarias. Pero hay algo previo sobre lo que conviene reflexionar, y es que esta campaña electoral se inauguró con un acto de violencia contra Vox dirigido por Unidas Podemos, que consideró que no podía ir a celebrar un acto a su supuesto territorio. Pablo Iglesias y todo su estado mayor no sólo no quisieron condenar las agresiones, sino que las justificaron y animaron. También entonces tuvo que haber una condena unánime, pero no la hubo porque la izquierda –y aquí la diferencia entre radicales y moderados es inexistente– entiende que ejercer la violencia contra los partidos de la derecha –y aquí también la diferencia entre radicales y moderados es inexistente– es un derecho en defensa de la democracia. Ese mensaje se ha aceptado, se cultiva y, desde los gabinetes de los estrategas que diseñan la política, se utiliza.
Que Iglesias ha elegido el terreno de confrontación que más le conviene está claro –él no ha venido a hablar del transporte público, ni siquiera de las residencias de ancianos–, y es el de situarse como dique de contención de un fascismo que parece estar a las puertas de Madrid. Iglesias ha venido a parar los pies a Vox. Lo extraño es que Ángel Gabilondo asuma ese discurso y lo aproveche en su desnortada campaña electoral. Decir que «esto no va de Madrid, va de democracia» es una manipulación de la realidad, un desprecio al partido que gobierna la Comunidad y a sus votantes. Impropio de un partido que gobierna España, considerada una democracia plena, y que va a recibir 170.000 millones de euros de Europa. La violencia no debe ser aceptada, ni de acción ni de palabra. Nunca.
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