Editorial

VOX no quiere ser un mero apéndice del PP

Sin duda, muchas de las propuestas políticas, económicas y sociales que figuran en la particular agenda de VOX, que ayer presentó su líder, Santiago Abascal en un acto multitudinario, las suscribirían la mayoría de los votantes del Partido Popular o, de hecho, ya figuran en los programas de Pablo Casado, pero, es evidente que la articulación legislativa de buena parte de las demandas de la formación conservadora conllevaría una sensible reforma de la Constitución para la que, al menos de momento, se carece del necesario consenso social y político.

Nos hallamos, por supuesto, ante una declaración de principios, absolutamente legítimos, vaya por delante, que requerirían, para su implementación, de profundos cambios en la percepción de la sociedad actual, incluso, de carácter moral, y de una previa labor de pedagogía que se nos antoja ilusoria. Asimismo, otras propuestas, que señalan con acierto los problemas más acuciantes de los españoles, adolecen de la misma falta de anclaje en la realidad de los populismos de izquierda, tan proclives a las soluciones simplistas. Con todo, nada hay en el discurso de VOX que se aparte, siquiera remotamente, de las reglas de juego de la democracia y del respeto a los derechos fundamentales de las personas.

Cuestiones como el rechazo a la discriminación positiva en favor de las mujeres o de otras minorías suscitarán el rechazo, con tintes apocalípticos, además, de la izquierda y de los movimientos feministas, pero no son más que la reivindicación de la igualdad de todas personas ante la ley, por encima del cualquier otra consideración. Igualmente, la devolución al Estado de las competencias de Educación, Sanidad, Seguridad y Justicia, que vaciarían de contenido el modelo autonómico constitucional, no son descabelladas, pero, como ya hemos señalado, exigen un consenso, hoy, imposible. Por último, las propuestas del control de inmigración ilegal o las de carácter salarial, siempre suenan bien entre los sectores más desfavorecidos, que compiten por unos servicios sociales escasos, pero responden a factores complejos, presentes en casi todos los países de nuestro entorno.

Se aducirá que si la política es el arte de lo posible, ello no implica renunciar a aspiraciones de máximos. Y es cierto, pero el partido de Abascal, como otras formaciones europeas de corte más conservador, no debería encastillarse en sus referentes ideológicos, hasta el punto de impedir el cambio político que desea la mayoría de los españoles. Abascal, por supuesto, está en su perfecto derecho a no dejar que su partido se convierta en un mero apéndice del PP, aunque sólo sea porque una parte de sus votantes, como señalan los estudios de opinión, no proceden de ese sector ideológico y difícilmente apoyarían a un centro derecha que perciben como liberal, pero el hecho es que VOX y el Partido Popular están condenados a entenderse y que cuanto antes se rebaje el tono de las críticas personales, mejor será.