Editorial
Una paz que depende de Hamás
Una paz que será todo lo frágil o duradera que quieran los terroristas de Hamás, que fueron los que hicieron una declaración de guerra no oficial cuando decidieron mancillar, asesinar y secuestrar a más de un millar de ciudadanos y ciudadanas israelíes
Que la guerra de Gaza «sea la última de las guerras en Oriente Próximo». Toda una declaración de intenciones del presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi, en su discurso de apertura de la cumbre de paz que cerró ayer el acuerdo de alto el fuego en la Franja de Gaza, que ha sentado las bases para la posible solución de los dos estados y que pone fin a un «capítulo doloroso en la historia de la humanidad», abriendo la puerta a una nueva era de paz y estabilidad en Oriente Próximo. Una paz que será todo lo frágil o duradera que quieran los terroristas de Hamás, que fueron los que hicieron una declaración de guerra no oficial cuando decidieron mancillar, asesinar y secuestrar a más de un millar de ciudadanos y ciudadanas israelíes. El presidente de EE. UU., Donald Trump, fue mucho más grandilocuente y aseguró en su intervención que «han hecho falta 3.000 años para llegar a este punto». Y certificó su intervención con un «nunca antes había visto tanta felicidad». No le sobra razón, al menos para el pueblo gazatí, secuestrado por las huestes de Hamás, que han utilizado su dolor y su sacrificio durante dos años como una pantalla para intentar hacer olvidar su canalla ataque, que provocó el desastre humanitario posterior. La expectación también era máxima para determinar la graduación de temperatura a la que podría llegar un encuentro entre el presidente de Estados Unidos y el de España. El primer mandatario estadounidense decidió no ir más allá y solo mostró una ligera discrepancia en relación al gasto en defensa durante su discurso final en la cumbre, bajo la distraída mirada de Pedro Sánchez. «¿Estáis ya trabajando en el tema del PIB? Nos acercaremos», se limitó a señalar Trump, que parece no querer agrandar la herida abierta que supura alejamiento y rechazo mutuo. El mandatario norteamericano dio un capotazo sobre el «trabajo fantástico» que está haciendo España, sin dar más detalles, pese a que apenas unos días antes propusiera expulsarnos de la OTAN por no invertir lo suficiente. Tampoco saltaron chispas cuando estuvieron cara a cara, más bien indiferencia y miradas displicentes, con cierta indolencia. El escenario y el motivo de su presencia en Egipto eran más importantes que su evidente animadversión mutua. El de ayer fue el primer saludo entre ambos desde que Trump regresó a la Casa Blanca en enero, pese a que coincidieron en la Cumbre de la OTAN en La Haya en julio. Pero entonces se evitaron y no hubo saludo. Lo mismo que en el discurso de Trump ante la Asamblea General de la ONU. En este caso, Sánchez no asistió a la cena ofrecida a los líderes, en la que España estuvo representada por el Rey Felipe VI. Ayer no tuvieron más remedio que estrecharse las manos. Un paso adelante que debe abrir la puerta de un retorno a la cordura y la colaboración con el socio de cabecera.