Editorial
Un PSOE silente, uncido a Sánchez
El alarmante nivel que están alcanzando la contradicciones en el PSOE, cubiertas por un cínico relato que justifica una posición y su contraria sin solución de continuidad, no tiene parangón.
La táctica del Partido Popular de elevar mociones contra la amnistía en las instituciones donde gobierna y en el Senado de la Nación busca, por supuesto, reflejar el amplio rechazo que existe entre la opinión pública a la probable cesión de una medida de gracia que se sale del marco constitucional, pero, también, situar a los diferentes cargos socialistas frente al espejo de su incoherencia, porque nadie es tan ingenuo de esperar que alguno de ellos traslade a lo público lo que dice en privado. Baste como ejemplo el caso de Javier Lambán, ex presidente del ejecutivo de Aragón y senador por designación autonómica, que ha expresado sin paños calientes sus diferencias con el proceso de investidura de su secretario general, Pedro Sánchez, hasta el punto de dudar de «que pueda formar un gobierno dentro del marco de la Constitución», pero que votó disciplinadamente con el resto de la bancada del PSOE.
No sólo la excusa es manida –no alentar la estrategia política del PP–, sino que a la postre traslada una falsa imagen de uniformidad que en nada contribuye a impedir que se acometa el venteado engendro legislativo. Como en otros momentos estelares de la historia del socialismo español, al final primarán los intereses políticos de la dirección de turno sobre cualquier otra consideración. Ciertamente, como entonces, se habrán escuchado voces internas disidentes, pero que luego callan cuando llega la hora de la verdad.
No es cuestión de negar el hecho de que en todas las formaciones políticas existe una vocación de poder, aunque ésta se atiene a unos principios ideológicos y programáticos propios sin los cuales los partidos políticos serían meras maquinarias de gestión de intereses corporativos. No es, exactamente, el caso del actual PSOE, pero el alarmante nivel que están alcanzando sus contradicciones, cubiertas por un cínico relato que justifica una posición y su contraria sin solución de continuidad, no tiene parangón.
De ahí, que la campaña abierta por el Partido Popular a lo largo y ancho de España, con mociones razonables, de defensa del marco constitucional y por la igualdad de todos los españoles, es decir, que cualquier demócrata puede suscribir, se haga incómoda a muchos representantes socialistas, por más que sus portavoces se refugien en el desprecio. Por otra parte, no es nada de lo que no advirtiera en el discurso de su fallida investidura Alberto Núñez Feijóo. El Partido Popular va a batallar hasta el final contra la ignominia de la amnistía con el recurso de todos los medios que le proporcionan sus parcelas de poder territorial e institucional.
Y se equivocan en el PSOE los que crean que la presión no les pasará factura, aunque sólo sea porque, más tarde o más temprano, lo que llegará desde el nacionalismo son exigencias presupuestarias discriminatorias que, una vez más, tendrán que avalar con su voto.
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