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Crimea no es Kosovo

Crimea no es Kosovo
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Tanto el presidente ruso, Vladimir Putin, como su ministro de Exteriores, Serguei Lavrov, no se cansan de equiparar los casos de Crimea y Kosovo para justificar la secesión de la región ucraniana. Sin embargo, el Derecho Internacional no se muestra tan categórico. Parecería que Moscú, como ya hizo con el reconocimiento en 2008 de las regiones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur, quiere hacer pagar a Occidente la humillación infringida a su hermano eslavo, Serbia, unos meses antes.

Si bien es cierto que tanto Crimea como Kosovo son regiones cuya población mayoritaria no coincide con la del Estado al que pertenecían, su historia es bien distinta. Mientras que la península del mar Negro, con un 60% de población rusa, goza de amplía autonomía y está vinculada con Kiev desde 1954, la ex provincia serbia perdió su autogobierno a manos de Slodoban Milosevic, que, como en el resto de Yugoslavia, inició una sistemática limpieza étnica en Kosovo, cuna del nacionalismo serbio. Precisamente es esta violencia sistemática contra una población albonokosovar, que representa el 90% de Kosovo, lo que llevó a la OTAN a lanzar en 1999 la primera operación militar de su historia. Como resultado de esta intervención y la derrota serbia, Kosovo pasó a ser un territorio administrado por la ONU durante casi una década. Luego, en base a la resolución 1244 del Consejo de Seguridad, que, aunque reconocía a Kosvo como provincia serbia, concedía a su población el derecho de decidir su futuro, el Parlamento de Pristina declaró su independencia en febrero de 2008. Lo cierto es que Belgrado no perdió Kosovo entonces, sino que lo había perdido en 1999 por su política suicida.

Por el contrario, en el caso crimeo, los ucranianos no han agredido en ningún caso a la población rusa de la península. Al contrario, las nuevas autoridades de Kiev prometen ampliar la autonomía de la región si ésta permanece bajo la soberanía nacional.

La otra gran diferencia entre ambos casos es el paso dado después de la declaración de independencia. Los kosovares, en contra de lo que soñaban los nacionalistas albaneses, no se integraron en el país vecino para constituir la Gran Albania, sino que se declararon un Estado independiente que ha recibido el reconocimiento de la comunidad internacional, empezando por la Estados Unidos y la inmensa mayoría de países de la UE. Sólo España, Grecia, Chipre y Rumanía se resisten a dar el paso por miedo a dar alas a movimientos nacionalistas existentes en sus propios territorios.

En cambio, las autoproclamadas autoridades de Simferopol no han esperado a los resultados oficiales del referéndum del domingo para solicitar ayer oficialmente su integración en la Federación Rusa. De hecho y de forma simbólica, ayer ya adoptaron el huso horario de Moscú y el rublo como divisa.

Finalmente, desde un punto de vista constitucional, hay una diferencia abismal entre ambas regiones. La Constitución yugoslava de 1974 concedía el derecho de autodeterminación a Kosovo, que estaba al mismo nivel que las seis repúblicas federadas (Serbia, Montenegro, Macedonia, Croacia, Eslovenia y Bosnia-Herzegovina). Por el contrario, la Constitución ucraniana no reconoce legitimidad a que una de su partes, en este caso Crimea, pueda decidir en solitario sobre la integridad estatal.

Pese a que Putin desea recibir como si de un hijo pródigo se tratara a la región ucraniana, lo cierto es que Crimea corre el riesgo de engrosar la lista de conflictos sin resolver que desestabilizan el espacio postsoviético (Abjasia, Osetia del Sur, Nagorno Karabaj o Transdniéster). Mientras, Kosovo, pese a su difícil viabilidad como Estado independiente, inicia, de la mano de Bruselas, su reconciliación con Serbia y su proceso de integración europea. Dos casos distintos con finales diametralmente diferentes.