El Euroblog

Una Europa sin ambición

La Razón
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Tras ocho años buscando un nuevo tratado que agilizara la toma de decisiones y adaptara las instituciones a la mayor ampliación de su historia, la Unión Europea ha optado por dos políticos desconocidos y con escasa experiencia para pilotarla. Herman van Rompuy y Catherine Ashton son la viva imagen de una Europa gris y sin ambición. El mínimo común denominador de la UE-27 parece que no da para más

Tras semanas discutiendo entre bambalinas los nuevos cargos previstos por el Tratado de Lisboa, los líderes de los Veintisiete acudieron el 19 de noviembre a Bruselas para anunciar los nombres del primer presidente permanente del Consejo Europeo y del "superministro"de Asuntos Exteriores. No hubo que esperar demasiado. Antes de que comenzara la cena, los jefes de Estado y de Gobierno ya habían pactado los nombramientos.

Como presidente del Consejo, escogieron al primer ministro belga, Herman van Rompuy, un auténtico desconocido fuera de Bélgica y que no lleva ni un año al frente del Gobierno de su país. Aficionado a los "haikus"(poemas breves japoneses) y con una reconocida falta de ambición, Rompuy deberá representar a la UE en el exterior y organizar el trabajo del Consejo Europeo.

¿Acaso no había mejores candidatos para un puesto en el que prima tanto la imagen? Probablemente sí, pero ni Sarkozy ni Merkel deseaban tener en Bruselas un pepito grillo que les dijera qué tienen que hacer o les robare protagonismo internacional. Porque cuando Obama quiera hablar con Europa no llamará a Herman van ¿qué?, sino a Blair, Sarkozy o Brown directamente. Ahora Estados Unidos ya tiene un número al que poder llamar si quiere hablar con Europa, pero ni siquiera lo usará. Preferirá seguir llamando directamente a Berlín, Londres o París.

Pero si el nombramiento de Rompuy era previsible, puesto que su nombre figuraba como favorito en todas las quinielas, el de la Alta Representante ha dejado a todos de piedra. La baronesa Catherine Ashton, desde hace trece meses comisaria europea de Comercio y sin ninguna experiencia internacinal, sustituirá a Javier Solana al frente de la diplomacia europea.

Más conocida en Bruselas que en Londres, la baronesa ha sido el "tapado"del primer ministro británico, Gordon Brown, una vez que sus socios rechazaron a Tony Blair como presidente europeo. Ashton llega a su puesto de "Mrs. PESC"y vicepresidenta de la Comisión Europea por tres casualidades: ser mujer, laborista y procedente de un país grande.

¿Acaso no había mujeres más preparadas que ella para ocupar este puesto? Por supuesto que sí. Por ejemplo, la también laborista Margaret Beckett, que dirigió el Foreign Office en los últimos tiempos de Blair; la presidente finlandesa, Tarja Halonen, socialdemócrata y que también dirigió la diplomacia de su país; la sueca Margot Wallmström, aún vicepresidenta de la Comisión Europea... Y esto sólo en el campo del centro izquierda.

Ashton hereda de Solana un cargo que crece en competencias gracias al Tratado de Lisboa. El flamante Servicio Europea de Acción Exterior (SEAE), con 6.000 funcionarios y un presupuesto de 50.000 millones de euros hasta 2013, aumentará hasta niveles desconocidos la presencia internacional de la UE, que podrá mirar de igual a igual a Estados Unidos. Además, para evitar duplicidades la Alta Representante asume el puesto de "número dos"de la Comisión Europea. Reino Unido logra con este nombramiento satisfacer su ambición de controlar la diplomacia europea, que tendrá un marcado carácter británico.

Junto a la decepción por el nombramiento de personajes grises al frente del Consejo y la diplomacia europea, este proceso de elección se ha caracterizado por la ausencia de la transparencia democrática que exigimos para elegir a nuestros respresentantes nacionales. Como si se tratara de la Unión Soviética o del Vaticano, los Gobiernos europeos se han guisado entre ellos mismos los nombres de los elegidos en un método que difícilmente puede acercar a los ciudadanos a las instituciones europeas.

Rompuy o Ashton no son culpables del déficit democrático de la UE o de la falta de ambición europeísta de los líderes europeos. Como demostró Jacques Delors durante su década al frente de la Comisión Europea, la relevancia del cargo es directamente proporcional a la personalidad de quienes los ocupan. Es decir, con Lisboa la UE ya cuenta con la herramientas necesarias para avanzar en el proceso de construcción europea. Ahora sólo hay que esperar la llegada de dirigentes más visionarios que quieran usarlas. ¿Acaso alguien podía imaginar hace cincuenta años que tendríamos una moneda única o que desaparecerían las fronteras europeas?