Memoria histórica
El Valle de la (des) Memoria
La basílica que guarda los restos de Franco no deja de ser el centro de la polémica por parte de quienes piden su expropiación o su demolición. Entre fieles y turistas transcurre su día a día
La basílica que guarda los restos de Franco no deja de ser el centro de la polémica por parte de quienes piden su expropiación o su demolición. Entre fieles y turistas transcurre su día a día.
El Valle de los Caídos constituye una suerte de oscuro objeto de deseo para amplios sectores de la izquierda en nuestro país. Cientos de miles de personas pasan diariamente frente al Arco del Triunfo en Moncloa, un monumento dedicado específicamente a inmortalizar el triunfo del bando nacional en la Guerra Civil situado en una de las principales vías de entrada a la capital y, sin embargo, apenas levanta polémica esta poco agraciada mole gris. Mientras tanto, la colosal Cruz que se levanta en el valle de Cualgamuros, a cincuenta kilómetros de Madrid, es el epicentro de una corriente de animadversión por parte de los sectores más radicales de la izquierda que piden la expropiación de la abadía benedictina y su transformación en un centro de la «memoria histórica» o, directamente, su demolición.
El penúltimo capítulo de la dilatada historia de neurosis política que rodea al Valle de los Caídos ha ocurrido este verano cuando Alfredo González-Rubial –arqueólogo investigador del Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC y director del proyecto sobre arqueología de la Guerra Civil y de la Dictadura en Madrid– retiró una ofrenda floral depositada frente a la tumba de Franco, una actuación por la que fue reprendido por uno de los funcionarios de Patrimonio Nacional que se encarga del orden en el monumento. El investigador relató en su blog el intercambio de opiniones con la empleada, lo que provocó que saltara la polémica. La narración describe a un ecuánime profesor universitario rodeado de estudiantes estadounidenses interpretando el papel de defensor de los valores democráticos con la circunspección de un tribuno romano increpado por una nerviosa trabajadora pública. Aunque días después, testigos presenciales aseguraron a este diario que la actitud del investigador no fue tan calmada como su relato hace presumir –al parecer hubo también nerviosismo y actitud desafiante en su manera de dirigirse a la funcionaria– lo cierto es que, en su conversación con LA RAZÓN, Alfredo González-Rubial no da el perfil, ni de lejos, del fanático cruzado de la memoria histórica al uso. Lo cual no le impide afirmar con tranquilidad: «Sí. Lo volvería a hacer. Creo que es mi deber cívico».
El arqueólogo matiza que se ha hecho mucho énfasis en la retirada de las flores pero, desde su punto de vista, el suceso clave es el saludo a la tumba con el brazo en alto que realizó la persona que dejó sobre la tumba del general la ofrenda: éste es el detalle que le llevó a retirar las flores a Franco en concreto y no, por ejemplo, las que adornaban la tumba del fundador de la falange, José Antonio Primo de Rivera, asesinado por los republicanos durante la Guerra Civil. «He ido muchas veces al Valle de los Caídos y nunca he retirado ninguna flor», explica. «Es el saludo fascista lo que me llevó a intervenir». En efecto, la retirada de las flores es el asunto que más críticas ha levantado en el propio blog de González-Ruibal. Por ejemplo, un usuario escribió: «Usted no es nadie para quitarle las flores que una persona le pone a otra. Son sus convicciones, sus respetos y sus sentimientos. No es un acto político. Esperemos que tenga el mismo celo cuando se hacen homenajes a otros dictadores asesinos y criminales, pero de signo contrario, que se llevan a cabo impunemente en cualquier manifestación izquierdista». En nuestra conversación con el investigador se hizo referencia a esta crítica y Gonzalez-Ruibal fue tajante: haría lo mismo si se tratarse de un dirigente comunista relacionado con la violencia política y cita concretamente a André Marty, encargado por la Internacional Comunista de organizar las Brigadas Internacionales, «un personaje siniestro del ala estalinista más dura». El arqueólogo va incluso más allá y afirma sin ambages que «la calle dedicada a Carrillo en Fuenlabrada, o donde esté, no debería estar ahí». El dirigente comunista durante la Transición fue consejero de Orden Público durante la etapa más sangrienta del Madrid republicano cuando se llevaron a cabo las matanzas de Paracuellos del Jarama.
Días después del acontecimiento que hizo desatarse una vez más la polémica, el Valle de los Caídos amanece invadido por un grupo de turistas judíos provenientes de todo Israel. Lo cierto es que no parecen muy impresionados negativamente por la ominosa atmósfera fascista que, a juzgar por los argumentos de los cruzados de la memoria histórica, puede respirarse en el lugar. Se fotografían sonrientes junto a la cruz y bajo la estatua de la Piedad. Haim es mecánico en el puerto de Haifa, al norte de Israel, y asegura que va a recomendar a sus amigos visitar el Valle de los Caídos. Le explico –a él, a su esposa y a su hija– que el régimen de Franco quiso que los muertos de ambos bandos descansaran en el mismo lugar y que se simbolizara la reconciliación entre los españoles con el signo de la cruz: «Muchos presos de la guerra trabajaron de forma voluntaria en las obras ya que por cada día trabajado se les conmutaban tres días de condena y, además, podían ganar un sueldo y mantener a sus familias». Haim escucha asintiendo con la mirada perdida en la mole de piedra gris que preside el Valle de la desmemoria de España. Difícil deducir qué pasa por su cabeza durante esos instantes. Antes de despedirse señala el monumento y dice que recomendará a sus amigos en Israel que vengan a verlo. «Muy interesante», dice pensativo. Y uno no puede evitar pesar que quizá se haya llevado a casa –donde algo saben de divisiones– ideas bien distintas a las que obsesionan a los enemigos del Valle.
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