Elecciones generales

Albert Rivera: Al ritmo de Sabina y del ballet de su hija

El líder de Ciudadanos habla desde una tarima en uno de los actos de campaña
El líder de Ciudadanos habla desde una tarima en uno de los actos de campañalarazon

Sus fetiches para el sprint final de la campaña: el «salid y disfrutad» de Johan Cruyff y un libro sobre la vida de Adolfo Suárez.

«Cuando fuimos los mejores nuestro otro yo nos acechaba», dice la letra de una canción de Loquillo. Una estrofa que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, tendrá registrada en la cabeza de las veces que ha recurrido al cantante catalán para relajarse en la vorágine de la campaña, y ahora más que nunca en la recta final antes de que el 20-D los españoles decidan si debe ser él quien ocupe La Moncloa. Posiblemente, haya sentido esta frase en su propia piel durante estos días en que ha hecho un gran esfuerzo y necesitado un gran control mental recorriendo España de norte a sur para movilizar la intención de voto mientras amanece al capricho de unas encuestas que sitúan a su partido como segunda o tercera fuerza en intervalos de apenas tres días.

Rivera suele poner el pie fuera de la cama entre las 6:45 y las 7:00 de la mañana, en función de lo que marque la agenda. Embutido, un poco de fruta y café con leche: estimulante que a lo largo de la jornada repetirá en dos o tres ocasiones. El miércoles, en Santander, la playa del Sardinero lo envolvió en un recuerdo dulce de una de sus grandes pasiones y que más echa de menos en este acaparador sprint político: el mar. Porque como ha dicho en más de una ocasión: «Yo soy muy Mediterráneo».

Y el ruido del motor de su Yamaha Fazer 2.000. El mismo por el que se despistó cuando en mitad del mitin una moto pasó provocando un ruido ensordecedor y tuvo que interrumpir su discurso. Si hay dos cosas que caracterizan al líder de la formación naranja cuando habla es tanto su habilidad para conseguir aplausos como su incomodidad al recibirlos si le desconcentran.

Rivera tiene pocos espacios para desconectar y comer bien –nunca despreciará una buena tabla de quesos con una copa de vino o un buen arroz–; si no está dando un mitin, está reunido con el comité de estrategia del partido planificando el día, o haciendo entrevistas para los medios regionales o nacionales. Si la memoria no le falla, cree que sólo se ha tomado un gin-tonic a lo largo de toda la campaña. Por eso, a partir de las 23:00 horas procura no responder a llamadas o mensajes profesionales, y sí saber cómo ha pasado el día su hija Daniela, de cuatro años y medio, la «personita» de la que más le cuesta separarse y a la que no puede contar durante estos días historias y cuentos antes de dormir. Hace tres días recibió un vídeo de ella haciendo ballet, y asegura que lo primero que hará el día de reflexión será pasarlo junto a ella.

Fuentes del partido creen que pese a la bajada en la intención de voto que dan las encuestas a la formación naranja, por las que ha pasado de tener en el objetivo al PP a posicionarse como tercera o cuarta fuerza, Rivera no ha perdido el ánimo y se ha reservado esta última semana para endurecer el mensaje hacia lo que consideran «la vieja política». Un tono que ya se ha notado en sus últimas palabras, en las que tildó directamente de «mediocre» el duelo entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Rivera sabe jugar con las palabras, no escribe discursos ni se los escriben, apunta ideas que luego desarrolla en el atril. Ha ganado concursos de oratoria en la universidad e intenta transmitir cada vez que habla la filosofía que su «fetiche» Johan Cruyff les decía a sus jugadores: «Salid y disfrutad». Pero no siempre es así, el líder de Ciudadanos, al que su equipo define como una persona muy positiva, idealista y de una gran resistencia, hay ocasiones en las que pierde la paciencia: hace dos días, en Guadalajara, se detuvo a hablar con un chico joven que cuestionó una de las medidas «estrella» de su programa: el contrato único. En mitad de la conversación, en la que el candidato a La Moncloa por Ciudadanos intentaba explicársela, no tuvo reparo en espetarle que le parecía que «no tenía ni idea» de en qué consistía la medida. A pesar de estos momentos, al candidato de la formación naranja le gusta hacer trayectos de una ciudad a otra en el autobús de la prensa hablando con los periodistas, y acoge las críticas como los halagos: con la actitud segura del que realmente cree en lo que está haciendo.

Rivera se siente cómodo en el formato «paseo» en campaña, que le permite estar cerca de la gente. De hecho, fuentes del partido afirman que para cerrarla harán principalmente «actos de calle». Una campaña que para diseñarla se han basado en las realizadas anteriormente por otros países, como las del Partido Demócrata en Estados Unidos.

Ciudadanos se la juega esta semana: un 20 por ciento del electorado indeciso dependerá de su órdago final. Una prueba para demostrar el fuelle del nadador que es y corredor nato.

En más de una ocasión, Rivera ha negado que no ganar el sprint final vaya a suponer un fracaso para él, que lidera un partido que cuenta con «cero escaños». Pero en caso de que en el algún momento para decir con Dios le sobren los motivos, que diría Sabina, su otro cantautor de cabecera –sin despreciar a Alejandro Sanz– asegura que volvería a las clases para terminar su doctorado en Derecho, aunque de momento su prioridad sea saber si su próximo domicilio será La Moncloa –o tendrá que buscar un piso «por el centro de Madrid» en el que instalarse con su novia Beatriz, quien ha pedido vacaciones en Air Nostrum para apoyar a su novio en estos días– y reeditar así «El año mágico de Adolfo Suárez». No en vano se titula así el libro, de Luis María Anson, que ha ocupado su mesilla de noche para no perder de vista a la referencia política que quiere encarnar.