Política

El último samurái en combate

El líder del PSOE y candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez
El líder del PSOE y candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchezlarazon

Llegó al PSOE como la gran esperanza blanca después de que Zapatero dejase el país en barbecho y a las federaciones socialistas divididas.

Joven, formado, moderado. Y sin pasado contaminado. Eran las mejores credenciales de un joven diputado, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, desconocido para la mayoría, aunque ya bien conectado en la sombra de las Federaciones del PSOE. «Se las sabe todas en Economía y se está pateando el partido», aseguraban parlamentarios socialistas, intelectuales y economistas, muy críticos con Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya había tocado techo en todas las encuestas.

Pedro era el diamante en bruto, una especie de esperanza blanca después de José Luis Rodríguez Zapatero, que había dejado el país en barbecho, la economía debilitada y las federaciones divididas. Muy poca gente lo sabe, pero el nombre de Pedro empezó a ser importante en una cena discreta de Felipe González con un grupo de destacados empresarios del Ibex. «Esta vez espero no equivocarme», les dijo Felipe a un elitista grupo empresarial.

Y aquí llegó, nadie puede dudarlo, con los votos democráticos de su partido, como nuevo y flamante secretario general del PSOE. Un madrileño que estudió en el Instituto Ramiro de Maeztu y en la Universidad Complutense, apasionado de la Generación del 98 y la Institución Libre de Enseñanza, profesor de Estructura e Historia del Pensamiento Económico. Admirador desde niño de la Revolución francesa y La Ilustración, con varios doctorados en Economía y Política Monetaria Europea en la Universidad de Bruselas, lo que le permite dominar varios idiomas. «Un guaperas que deberá demostrar algo más», decían algunos diputados del grupo parlamentario socialista, en su día críticos hacia Pedro Sánchez, y sobre todo, en el llamado grupo «madinista». Es decir, el grupito aglutinado en torno a Eduardo Madina, el vasco herido por ETA, que rivalizó con Sánchez y perdió en el Congreso del partido.

Pedro Sánchez ha compaginado su vida política con el ámbito universitario y varios cargos en la UE. Fue asesor del Parlamento Europeo y jefe de Gabinete del Alto Representante de Naciones Unidas en Bosnia. Ya en España, concejal del Ayuntamiento de Madrid, donde se decantó por Trinidad Jiménez en su pugna con el díscolo Tomás Gómez. Pero entonces, muy prudente, no se definió por ningún «clan» en concreto. Ni «vieja guardia», ni «zapaterista». Un político valiente, honrado y de nuevo cuño, opinaban veteranos socialistas, en apuesta por un candidato «limpio, sólido y de savia nueva». Pero su entrega a los radicales de Podemos, su palanca absoluta a los comunistas de extrema izquierda, su cesión a los gobiernos municipales y autonómicos, que nunca habrían tocado poder, ha sido, y puede ser, según todas las encuestas, su tumba definitiva.

Pudo tener el Gobierno municipal de Madrid y lo desechó. Pudo facilitar otros gobiernos y sucumbió a un «cordón sanitario» contra el PP que ahora se le ha vuelto en contra. Nadie, ningún votante moderado del PSOE y el espectro sociológico del centro-izquierda se lo podrán nunca perdonar. En su obsesión por salvarse él mismo dentro del partido y, sobre todo, frente a su gran rival, Susana Díaz, este joven líder socialista puede haber firmado su acta de defunción definitiva. Manuela Carmena en Madrid, Ada Colau en Barcelona, Compromís en Valencia, Kichi en Cádiz, y lo más grave, hasta Bildu en Navarra, son el exponente de un líder endeble que no supo serlo y llevará al PSOE, un partido serio y de gobierno, a las más ínfimas cotas de apoyo electoral. «No hemos votado al PSOE para acabar en manos de los comunistas de Podemos». La frase corresponde a veteranos dirigentes de la «vieja guardia» socialista en un reciente almuerzo cerca del Congreso de los Diputados.

Acaba de cumplir cuarenta y tres años. Su manejo de la Economía y su experiencia europea le convertían en una «esperanza blanca» del socialismo futuro. En sus intervenciones en el Congreso lo hizo bien, con oratoria y telegenia. Pero su pactos con Podemos le pasarán factura. «Quien con un escorpión se acuesta, con un aguijón se levanta». Es el comentario general de destacados dirigente del socialismo madrileño, durante una cena celebrada hace dos noches en Madrid, y donde los cuchillos hacia Sánchez eran de antología. En su despacho de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Empresariales de la Universidad Camilo José Cela, con un montón de libros, voluminosos tratados económicos, junto a retratos de su mujer y sus dos hijas, Pedro se definía socialdemócrata y con un credo de conducta: España necesita políticos valientes, austeros y esforzados. Era un feroz látigo contra la corrupción y se perfilaba como una firme alternativa en el Congreso del PSOE. «El nuevo Felipe», según muchos cuadros históricos del partido.

Pero sus pactos con Podemos le van a pasar factura. Esto, ni los más leales, ya no lo dudan. Su mujer, Begoña, es su gran confidente y compañera. Vasca, economista, lista y atractiva, dicen en su entorno que es ahora muy crítica con algunos colaboradores de su marido. Pedro Sánchez, un día la gran esperanza blanca del nuevo PSOE, llega al gran debate cara a cara con Mariano Rajoy con las espadas en alto: es el samurái, al menos, en este combate del actual socialismo. Llegó al Congreso un día con una mochila al hombro todo por avanzar. Es la suya la historia de un guerrero samurái: «Esto ha sucedido, pero no puede estar pasando». «Dixit» Murakami. A saber, el PSOE.