Gobierno
Sánchez veta que los barones debatan el pacto con ERC
Un PSOE sin voces críticas. El acuerdo se discutirá solo en la Ejecutiva de mañana
El acuñado como «nuevo PSOE», esculpido a imagen y semejanza del propio Sánchez tras su victoria en las primarias de 2017, ha supuesto un cambio de ciclo en la formación, en el que el otrora sector crítico ha visto notablemente mermada su capacidad de influencia, de manera inversamente proporcional al blindaje de su líder. Prueba concluyente de ello es el hecho de que secretario general ha impedido que los acuerdos de investidura con Esquera Republicana –en los que se hacen concesiones en asuntos medulares del Estado– se discutirán solo en la Ejecutiva que tendrá lugar mañana, es decir, apenas un día antes de que de comienzo el debate de investidura. Poco espacio para el debate interno y para que las voces críticas puedan expresar sus reticencias en un foro autorizado más allá de los medios.
Un análisis de todo el recorrido que ha llevado a cabo Sánchez hasta lograr el pacto con UP y ERC ilustra a la perfeccion esta «catarsis» interna sufrida por el partido, una transformación cuya principal seña de identidad es la anulación de las voces críticas de los barones. La eventualidad de forjar un gobierno Frankenstein –denominación ideada por el desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba– se retrotrae a 2015. Entonces, Mariano Rajoy perdió la mayoría absoluta y los 90 diputados del PSOE –resultado calificado de «histórico» por un debutante Pedro Sánchez– permitían «asaltar los cielos» y el poder de la mano de un pujante Pablo Iglesias (69 escaños) y con la connivencia de los partidos separatistas: ERC (9) y Democracia y Libertad (8). El líder socialista, que hacía un año y medio había asumido las riendas del partido, pero sin la autoridad ni autonomía suficientes para tomar sus propias decisiones, coqueteó con la ambición de llegar a Moncloa apoyado por estos partidos. En su partido, sin embargo, le frenaron tajantemente.
En vísperas de un Comité Federal el Día de los Santos Inocentes, un domingo 27 de diciembre que se alargó hasta la madrugada, los barones territoriales del PSOE impidieron –vía resolución– que Sánchez explorará esta vía con los partidos independentistas. Ni siquiera iniciar el diálogo que ahora se predica. «La autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento sólo traerán mayor fractura a una sociedad ya de por sí divida». Cuatro años después y tras arrollar en las primarias a los críticos de su partido, encabezados por Susana Díaz, Sánchez vuelve a sondear una alternativa que se le negó abruptamente primero, que se exploró después sucintamente en la moción de censura y que ahora supone la principal vía para mantener La Moncloa.
El silencio en el que los críticos se sumieron tras la derrota en el 39º Congreso del PSOE, ninguno logró imponerse en su territorio a Sánchez, se ha mantenido intermitentemente a lo largo de los últimos años. Su capacidad de influencia se ha visto aplacada en los órganos de representación del partido que, si bien ya no se reúnen con la asiduidad que se debiera, tras su rediseño en el cónclave interno arrojaron un equilibrio de fuerzas que también les es perjudicial. El Comité Federal, máximo órgano entre congresos y que en su día se convirtió en el acicate de la crítica al líder, ha pasado a tener un papel tan testimonial como el de los barones territoriales.
Aunque el propio presidente renegara hace escasas fechas de unos soberanistas «que no son de fiar» y que frustraron el nombramiento de Miquel Iceta como presidente del Senado o abocaron a las elecciones del 28-A, los resultados de la repetición electoral de noviembre, unidos a la inhibición de los partidos de la derecha a promover el desbloqueo, devolvieron a primer término la dependencia de ERC. Las 15 abstenciones que se entregaban gratis en julio, ahora convertidas en 13, han aumentado notablemente su peso, provocando que los críticos hayan salido de su autoimpuesta hibernación. Hasta este momento, las reticencias de estos territorios se habían defendido con cierta discreción y con apelaciones a la defensa de la Constitución y a no depender de aquellos partidos que, en su día, la violentaron. Sin embargo, este silencio en el que se habían sumido, más cercano a la resignación que a la abierta oposición, saltó por los aires en las últimas semanas con varios pronunciamientos que dejaron claro que en el PSOE aún conviven muchas almas que no comparten este giro hacia el soberanismo.
A medida que el pacto se tornaba más cercano y desoyendo los consejos desde el propio PSOE que invitan a no enrarecer el clima, presidentes como el de Aragón o Castilla-La Mancha clamaron advirtiendo de que impondrán su responsabilidad institucional en defensa de España a la adhesión interna al partido. Desde estos sectores se sigue abonando la necesidad de mirar a la derecha para lograr la connivencia, incluso de 13 abstenciones, de PP y Ciudadanos que sustituyan a las de los independentistas, una petición que Sánchez hizo en privado en sus reuniones con Pablo Casado e Inés Arrimadas pero que no se materializó en ningún movimiento por parte de los partidos de la oposición. Cuatro años después, Sánchez terminó de negociar con manos libres un apoyo que resucitará viejas rencillas del pasado si no se mantienen las garantías de multilateralismo e igualdad entre territorios que promueve la Constitución.
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