ERC
Dirigentes del PSOE: «Todos tenemos temblores»
Admiten temor ante el apretado calendario de los presupuestos. La coincidencia con la convocatoria electoral en Cataluña dispara las dudas
Algo ha quedado claro tras el viaje de Pedro Sánchez a Cataluña: un voto de confianza de los empresarios y una buena estrategia para quitar argumentos a los independentistas. Así lo reconocen fuentes de Moncloa, que no ocultan su satisfacción por la visita presidencial. Al margen de las imágenes públicas, la presencia de Sánchez en Barcelona ha tenido un trasfondo de calado. En el plano político logró «domesticar» a un Quim Torra bastante desorientado. Y en el área económica, durante su visita a la patronal catalana Foment del Treball, la más importante, larga e intensa de las que mantuvo durante dos días, el presidente del Gobierno insufló un ánimo de confianza a la élite empresarial catalana. Habló durante hora y media con todos los asistentes, escuchó mucho, preguntó en varias ocasiones y tomó notas en una libreta con pluma estilográfica. Sus primeras palabras fueron contundentes: «Vengo sin distancias, sin barreras». El presidente de Foment, Josep Sánchez-Llibre, se ha apuntado un tanto espectacular. Rodeado de más de sesenta empresarios, los de mayor peso de Cataluña en el IBEX, ejerció como perfecto anfitrión en el caserón de la barcelonesa Vía Laietana. Hace ya tiempo, desde su etapa como veterano diputado en el Congreso, que Sánchez-Llibre mantiene muy buena relación con el hoy Jefe del Gobierno y en La Moncloa aseguran que el presidente de la patronal catalana es un «cualificado interlocutor» para el conflicto actual. Su documento con las siete prioridades que se consideran esenciales para la economía catalana es calificado por los asesores de Pedro Sánchez de «potente y bien elaborado». En su conversación privada, el presidente coincidió en que la estabilidad política y económica es capital para la confianza, la inversión y la creación de empleo. Por su parte, los empresarios de Foment vieron a Pedro Sánchez «receptivo, tranquilo y asequible». Parece que una nueva etapa se pone en marcha.
Esta visita a Barcelona nade tiene que ver con la anterior, hace algo más de tres meses, que tuvo un cariz amargo. Sánchez fue recibido con toda la pompa en el Palau por un Torra calmado, la calle estuvo tranquila, con un separatismo minoritario, y los empresarios respiraban por vez primera. Lo que para el PP y Cs es una «vergonzante rendición», para la Moncloa es una estrategia de «restar argumentos» al independentismo. Varios de los empresarios que departieron sin trabas con el presidente así lo definen: «De momento, Sánchez va ganado la partida».
Naturalmente, la fiera no se amansa en un día. Torra exige autodeterminación, amnistía y relator y Puigdemont, candidato con toda probabilidad a las elecciones catalanas, quiere exhibir músculo independentista. Ello forzará a Esquerra Republicana a radicalizarse ante la urgencia de aprobar los Presupuestos del Estado, la gran asignatura pendiente de Sánchez, que depende de ERC. El duelo entre los separatistas es enorme y en las filas de Junts hay satisfacción por haber recobrado protagonismo en la famosa Mesa de Diálogo. Puigdemont sigue manejando los hilos desde Waterloo y Torra piensa inmolarse cuando le llegue la inhabilitación definitiva. «Todos tenemos temblores», admiten dirigentes del PSOE ante el apretado calendario de los Presupuestos en medio de la convocatoria de elecciones en Cataluña.
El amplio documento que Sánchez le entregó a Torra y sus ofertas de autogobierno buscan debilitar al independentismo y, al menos, que una parte de ellos se instalen en la abstención. Así se lo comentó el presidente a los empresarios y así lo reconocen en Moncloa. El camino es muy difícil, pero Sánchez quiere pasar a la historia como el hombre que logró desencallar el conflicto. Algunos veteranos nacionalistas opinan que Sánchez «les ha dejado tocados» con este viaje y sus propuestas. Para el PP, Ciudadanos y Vox se ha metido en un camino peligroso, en un jardín enrevesado y en la destrucción de España. Pablo Casado, Inés Arrimadas y no digamos Santiago Abascal, no piensan darle tregua y, si finalmente consigue aprobar los Presupuestos, se avecina una Legislatura altamente bronca.
El presidente lanzó un mensaje de tranquilidad a los empresarios, algunos de ellos bastante inquietos por la entrada de Podemos en el Ejecutivo. Al tiempo, les pidió un margen de confianza, con garantías de que las reformas serán «medidas y modernizadoras», y que el control de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos, un órgano clave, está en manos de la vicepresidenta Calviño. En Moncloa destacan la moderación, hasta el momento, del vicepresidente Iglesias y los ministros de Podemos con una consigna clara: habrá estabilidad. «Una cosa es la oposición y otra muy distinta gobernar», añaden en el entorno del presidente. No obstante, varios empresarios se preguntan cuánto tiempo tardará Iglesias en montarla de nuevo. De momento, los actores de este viaje a Barcelona parecen contentos, si bien nadie lanza campanas definitivas al vuelo. El cansancio de la sociedad catalana y una debilidad del independentismo son las bazas que juega Sánchez. Su buen entendimiento con Colau vaticina una futura alianza tripartita con los Comunes, que todavía observan con recelo muchos dirigentes socialistas. Sus ofertas generosas a Cataluña le pueden abrir un frente con los «barones» de su partido. «No se puede dar con una mano lo que nos quita a otros», advierte uno de ellos. Pero hasta la fecha, Sánchez tiene el control absoluto y está decidido a sacar los Presupuestos «como sea». Una frase que acuñó también Zapatero. Y la historia se repite: el equilibrio pasa, una vez más, por Cataluña.
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