Gobierno de España

Pacto o gestión para elecciones

La política tradicional, a izquierda y derecha, avisa que no hay salida sin un gran acuerdo. Sánchez da la impresión de que se aferra a ERC y a sus socios aunque no tengan agenda

Pleno para aprobar nueva prórroga del estado de alarma
Fotograma con doble exposición del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el pleno celebrado este jueves en el Congreso de los Diputados para aprobar una nueva prórroga del estado de alarma, en un debate en el que también se aborda la nueva fase que se abrirá en las próximas semanas con el levantamiento progresivo de las restricciones a la movilidad por el coronavirus. EFE/Mariscal POOLMariscalAgencia EFE

Pedro Sánchez echó a rodar la pasada semana en el Congreso la propuesta de un gran pacto de reconstrucción como si estuviera enumerando una más de las tantas iniciativas que se corean desde la Tribuna parlamentaria, y que desde su nacimiento, y a sabiendas del promotor, están condenadas a caer en el olvido.

Sin solemnidad, sin cuidarla, sin que haya el trabajo previo detrás necesario para que se pueda confiar en que esta solución de urgencia salga adelante en un país necesitado de medidas extraordinarias y urgentes. En la izquierda tradicional socialista de siempre y en la derecha no sometida a los condicionantes del manual del poder sostienen que este gran acuerdo es la única salida posible para el país en una situación como ésta. Pero, sin embargo, lo que se percibe entre quienes tienen en su mano trabajar para que ese gran acuerdo salga adelante, tanto de un lado como de otro, es escepticismo y desgana.

Moncloa da la impresión de que se resiste a no contar con sus socios de investidura, que intenta volverse a atar a ERC, aunque los republicanos lleven semanas trasladando la impresión de que ya andan por libre porque ellos sí son conscientes de que la agenda que creían poder pactar con Sánchez la ha hecho saltar por los aires la pandemia del Covid-19. Puede ser ERC, y con ella EH-Bildu, o puede ser que el presidente del Gobierno tenga en mente que Podemos y PP no son dos términos posibles de combinar en la misma ecuación, ni siquiera con una catástrofe sanitaria y económica como la presente. Pero lo que se sigue percibiendo es que el presidente del Gobierno está más preocupado por no molestar a sus socios, incluso cuando la deslealtad viene de ellos, que por atraer al PP a una mesa de diálogo.

La vieja política de un lado y de otro, la de quienes no están hoy en primera línea, coincide, salvo alguna excepción, en que España se enfrenta a la tragedia más grande que ha vivido en su historia democrática, prácticamente desde la Guerra Civil.

La gestión sanitaria y la depuración de responsabilidades puede y debe seguir un curso paralelo, pero no hay salida, se escucha en la izquierda y en la derecha, sin que Gobierno y oposición, y ahí tiene que estar obligatoriamente el PP, pacten las bases económicas y sociales de un nuevo modelo para una nueva etapa. Todo lo demás serán salidas improvisadas e inestables. Para esta vieja política también es difícil entender que el «patrón» de la nave siga instalado en vicios de la «nueva política que no valen para afrontar esta tragedia». Y tampoco entiende que a la dirección del PP se le note que se mueve por los impulsos de los cálculos electorales, por muy cargada de razón que estén algunas de sus críticas a la gestión socialista de la pandemia. Sobre todo a la falta de suministro y al retraso con los test, claves para la vuelta a la normalidad con garantías de seguridad.

Sánchez puede tener razones para pensar que no habrá pactos de Estado o para pensar que Pablo Casado no está por la labor de ayudarle a superar una situación económica y social extrema, pero tiene el poder de la iniciativa y de dar contenido a un «relato» que, en todo caso, le sería beneficioso: ese discurso de que por él no ha sido que no se haya podido avanzar en el gran acuerdo nacional de reconstrucción.

De hecho, en la lectura más estrictamente partidista de la situación, en el PP admiten que los acuerdos son la única y la mejor salida posible que tiene Sánchez en estos momentos. Si no fuera porque no creen que haya voluntad real de impulsar ese gran pacto, en primera línea algunos temerían los resultados de esta política por si pierden posiciones en su ansia por ser la alternativa.

Dar forma a la mesa de diálogo, convertir en cómplices, compañeros, a todos los partidos y presentarse ante la sociedad como un hombre de Estado parece, con un mínimo sentido político, que es el único camino por el que puede transitar ahora el jefe del Ejecutivo para ver si es capaz de sobrevivir al temporal. Sin embargo, aun existiendo esta coincidencia en el análisis en derecha e izquierda, la impresión que dejan los hechos es que el presidente del Gobierno sigue convencido de que tiene que aferrarse a Podemos y a los socios que ya le han demostrado que no están dispuestos a sacrificarse por él ni a mancharse con las consecuencias de la pandemia.

Las próximas semanas serán decisivas para comprobar si el anuncio del gran pacto de Estado que necesita España prospera o se queda reducido a un nuevo dossier de fotos de reuniones bilaterales en La Moncloa. Pero es todo un aviso de lo que puede pasar que en los «cuarteles generales» de los partidos, al menos en el del PSOE y en el del PP, ya se escuchan voces que hablan de elecciones generales para en cuanto se pueda y de nuevas estrategias para ganar el pulso por ver quién impone en el relato la máxima de que el culpable de que no haya acuerdos nacionales es el adversario, y no uno mismo.

Sin un acuerdo nacional que siente las bases de la reconstrucción el Gobierno tendrá muy poco margen para hacer una cosa distinta a la de gestionar un contexto preelectoral, por más que Sánchez intente retrasarlo todo lo posible. Y esto implica en sí mismo una pérdida de tiempo en la confrontación política que la sociedad española no tiene en estos momentos.

Una sociedad en la que hay ya constatación policial de que en barrios de alguna gran ciudad hay intentos de robo por la calle de los carritos de la compra. Sobre el alcance del drama no hay discusión. Ni tampoco sobre lo difícil que será hacer que aguante una sociedad en la que millones de españoles aún no se habían recuperado de la crisis de 2008.