Julio Anguita

Amigo Anguita

Imagen de Julio Anguita hace un mes en Córdoba
Imagen de Julio Anguita hace un mes en CórdobaRAFA ALCAIDEEFE

El sábado fallecía Julio Anguita en su Córdoba querida. He querido respetar unos días el luto familiar antes de escribir sobre él. Su gran corazón no aguantó este último envite, al igual que miles de compatriotas con el azote de la pandemia. Tuve ocasión de tratarle personalmente en el Congreso durante varias legislaturas. Encontré en él a un hombre poco convencional: creía en lo que decía, lo defendía con convicción, y conseguía transmitir sinceridad y honradez ética. Es evidente que encarnaba unos valores políticos en las antípodas de los míos, pero a estas alturas de mi vida, además de no juzgar, he aprendido a fijarme más en las personas que en sus militancias partidistas. Guardo de él un inolvidable recuerdo cuando me manifestó su apoyo a un sensible proyecto educativo.

Su corazón le falló por primera vez en Barcelona, en plena campaña electoral de 1993. Yo encabezaba la candidatura popular allí, y acompañé a Aznar a visitarle al Hospital Clínico donde estaba ingresado. Después vendrían otras deliciosas conversaciones en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, algunas con Rodolfo Martín Villa. Compartimos confidencias humanas y políticas, algunas casi tan agradables como sus «insuperables chocolatitos disfrutados a media tarde con el obispo en su palacio arzobispal». Descansa en paz, amigo Anguita, en compañía de tus admirados Teresa y Juan de la Cruz, que seguro han hecho valer su gran influencia al conducirte ante la Verdad eterna.