Elecciones País Vasco

Examen a Sánchez y a la vía PP-Cs

La coalición de izquierdas será juzgada por la gestión de la crisis sanitaria, y los sondeos apuntan en negro. Génova tendrá que revisar si extiende su coalición con Cs a Cataluña

Feijóo inicia su agenda electoral en Os Peares, su localidad natal
El presidente de la Xunta y candidato a la reelección por el PP, Alberto Núñez Feijóo, aplaudido por vecinos de la localidad de Os Peares, su lugar de nacimiento, durante el acto electoral celebrado esta mañana ante su casa familiar.Brais LorenzoEFE

Las elecciones gallegas y vascas son el primer examen electoral de la era Covid. Para el PSOE, serán el primer juicio de los electores a la gestión que Pedro Sánchez ha hecho de la crisis sanitaria y las encuestas no apuntan bien, en general, para la izquierda. Por su parte, el PP no podrá evitar que el resultado se lea en términos de examen a la coalición con Ciudadanos, por ausencia en Galicia, por imposición de Madrid, en el País Vasco.

Los dos territorios tienen singularidades que alejan la exactitud de la extrapolación a nivel nacional de sus resultados. En Galicia la fuerza del éxito del PP reside en la figura de Alberto Núñez Féijoo, y la eventual nueva mayoría absoluta que las encuestas anticipan en otorgarle se interpretará como un reconocimiento a su gestión y como la victoria de la moderación en el debate de las dos almas del PP.

Feijóo ha diseñado una campaña a su medida. Sin injerencias de Madrid, pero sin distorsiones evidentes tampoco en la unidad nacional. Ha reclamado moderación a Génova y en lo que le toca ha marcado una clara distancia con respecto al perfil de Cayetana Álvarez de Toledo y de Vox. El votante popular periférico no es el votante madrileño y Feijóo hará campaña ajustándose a su parroquia y convencido de que la gestión de la pandemia le beneficia electoralmente. Galicia ha sido una de las comunidades con menos impacto del virus. La Xunta lo atribuye a la eficacia y a la celeridad de las decisiones de Feijóo. La oposición dice que ha sido buena suerte, y que la ola llegará más tarde. Sea como sea, el líder gallego, que ya se presentó en las anteriores elecciones a la contra del compromiso que había asumido de no repetir mandato, tiene el mejor escenario posible para conseguir la hazaña de apuntarse una cuarta mayoría absoluta, reforzando incluso la mayoría que consiguió en las anteriores autonómicas. Es el único presidente autonómico que gobierna con mayoría absoluta.

En Génova han pisado el freno a la dureza en la oposición al Gobierno de Sánchez por varias razones, entre ellas, aunque pueda parecer contradictorio, por motivos electorales. Mantener el pulso y el «no» en el Congreso podría perjudicar a Feijóo, pero, además, perjudica la posición en la que quede Casado en la interpretación de los resultados gallegos. El votante gallego vota al PP de Feijóo, y la política nacional puede inteferir, pero, difícilmente por el microcosmos gallego, con capacidad de ser decisiva. Sin embargo, en la noche electoral, la victoria de Feijóo sí se identificará seguro con el triunfo de la moderación, y si Génova siguiera en estas dos semanas instalada en el frente combativo contra el Gobierno daría aun más margen a contraponer esa victoria de la moderación frente al PP duro de Casado.

En el debate interno del PP tendrá más relevancia lo que suceda en el País Vasco. Génova impuso de manera traumática a la organización regional la coalición con Ciudadanos, y tan brutal fue el pulso que hizo saltar al que era su presidente regional y candidato, Alfonso Alonso, para recurrir «in extremis» a Carlos Iturgaiz, ex diputado y también ex líder del PP vasco.

Casado sacó a Iturgaiz de las listas al Parlamento Europeo, y ante la crisis vasca le recuperó para apagar el incendio interno. Es un político respetado y querido en el País Vasco, posiblemente la única opción para sofocar la crisis alentada por las formas con las que desde Madrid gestionaron la coalición con Ciudadanos. En Galicia, Feijóo hizo uso de su autonomía y marcó desde el primer momento sus condiciones: «sí», a la integración en sus listas de algún representante de la formación naranja; «no», a la coalición ni a mezclar siglas.

Si los devastadores pronósticos para la coalición PP-Cs en el País Vasco se cumplen, en Génova estarán obligados a revaluar la conveniencia de extrapolar también este modelo a Cataluña. Cuando afrontaron el debate de forzar el acuerdo vasco, hubo importantes movimientos internos porque el poder territorial discutía mayoritariamente el acierto de una jugada estratégica pensada sobre todo en clave nacional.

Entonces, Génova daba por hecho que ésta sería la Legislatura de la absorción de Cs, y todos sus pasos se trazaban bajo la idea de facilitar esa unidad del voto en las próximas elecciones generales. Pero como parece que van a confirmar las urnas vascas, la unión de las siglas no implica la suma exacta de sus votantes por separado.

En cuanto al PSOE, no tiene margen para evitar que en los dos ámbitos, el vasco y el gallego, se le mida en función de la gestión de la crisis por parte del Gobierno central. La campaña se celebra en una situación de excepcionalidad, y el debate nacional pesará especialmente en la marca socialista. Feijóo examinará su gestión, y el candidato del PNV, Íñigo Urkullu, la suya.

El voto de castigo también penalizará, según apuntan todos los sondeos, a Podemos, por lo que cabe interpretar que en las elecciones se examina el Gobierno de coalición, y los pronósticos son malos.

En todo caso, si siempre los sondeos hay que dejarlos en cuarentena hasta que dicten sentencia las urnas, ante el 12-J no hay que pasar por alto la excepcionalidad del contexto electoral. No se puede anticipar hasta qué punto la situación afecta a la participación y, en concreto, a la movilización del voto de los mayores, que en el caso de Galicia es el principal nicho de papeletas de Feijóo. Y también pesará en las urnas la demanda de «seguridad» que preside hoy en día todos los ámbitos, económico, sanitario, social y político.

Para la izquierda, las elecciones son, sin duda, un examen difícil. Se percibe resignación y desmovilización, que Sánchez parece que quiere combatir con el cartel del ministro de Sanidad, Salvador Illa, como si estuviera convencido de que presumir de la gestión sanitaria le puede beneficiar.