Historia

Orden de Santiago

850 años al servicio de España

La nación permanece este año impasible ante la conmemoración del ochocientos cincuenta aniversario del nacimiento de la Orden de Santiago.

Francisco de Quevedo
Francisco de QuevedoEfe

Corría el año 1170 cuando, en el contexto de la Reconquista, el rey Fernando II de León, soportando la presión almohade sobre el Tajo, decidió, inspirado en las órdenes creadas a lo ancho de la Cristiandad, encomendar a trece caballeros la custodia de Cáceres, ciudad nuevamente reconquistada y de la que tomaron su primer nombre. Pronto adquirieron como enseña la cruz roja en el pecho, con forma de espada, bajo la invocación del Apóstol Santiago. Don Pedro Fernández sería su primer Maestre, quien, resuelto a proporcionarles un inequívoco sentido espiritual, les unió, junto a los canónigos de Loyo, en Galicia, a la regla de San Agustín.

Las aspiraciones de estos caballeros fueron amparadas por el clero. El 5 de junio de 1175, el Papa Alejandro III confirmó la Orden. Fue éste un gran acierto, como los siglos corroboraron, como instrumento para el afianzamiento de España y su evangelización. Nació la orden de Santiago, por tanto, para defender la sociedad cristiana y sus principios en un contexto medieval, y lo hizo como instituto de alma monástica y cuerpo militar. Por esa razón, a lo largo de la historia, la Orden ha merecido de los Papas las autorizaciones para persistir con las peculiaridades inherentes a su naturaleza, y, al mismo tiempo, ha obtenido de los reyes las concesiones que cada época ha requerido. En un tiempo fueron tierras, señoríos y jurisdicción, y en otros, su patronazgo y vinculación.

Santiago Apostol, patrono de España
Santiago Apostol, patrono de EspañaMuseo del Prado

La pérdida de la ciudad de Cáceres por la inesperada victoria musulmana, con la consecuente destrucción de su todavía pequeño patrimonio, y la filiación castellana y nobiliaria de algunos de sus miembros fueron, posiblemente, motivos para que la Orden se trasladase a Castilla de la mano de Alfonso VIII, rey que decidió confiarles la defensa de Uclés en 1174, entregándoles el castillo y la villa, siendo desde entonces su emplazamiento central.

A medida que sus filas aumentaban, fueron organizándose jerárquicamente. En la cúspide, el Maestre, después, los priores, con encargos esencialmente espirituales, siguiéndoles el trecenazgo, trece caballeros con funciones consultivas y depositarios del poder de elegir al Maestre, y, por último, los freires eclesiásticos y los caballeros seglares. Sería, no obstante, el cargo de comendador, titular de la encomienda para administrar los bienes, el anhelo de todo caballero.

A la muerte de Alonso de Cárdenas en 1493, último Maestre, la orden acumulaba un enorme poder, tanto que, en cierto modo, hacía sombra a los reyes. Los Reyes Católicos accedieron, por ello, a su administración y, más tarde, en 1523, el Papa Adriano VI aprobaba una bula por la que, desde entonces en adelante, el maestrazgo quedaría indefectiblemente unido a la Corona.

Abundantes han sido los servicios que la Orden ha prestado a España en favor de la religión, de la monarquía y del orden público. Hija fiel de España y de su tradición, puso sus banderas entrelazadas con las de sus reyes en momentos cruciales de la Reconquista, como en las Navas de Tolosa, y sus caballeros participaron en los acontecimientos más distinguidos de nuestra historia, como en Granada en 1492, en Orán en 1509, en Flandes o en la batalla de Otumba en 1520, desde donde todavía resuena aquel grito de “¡Santiago y cierra España!”

Donación del Castillo de Uclés
Donación del Castillo de UclésBiblioteca Nacional

Este aniversario nos evoca, asimismo, los servicios prestados por sus máximos protagonistas. Caballeros de Santiago fueron, entre otros muchos, los militares Gonzalo Fernández de Córdoba, Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Pedro Menéndez de Avilés, Pedro de Alvarado o Álvaro de Bazán, hombres, todos ellos, de eterna memoria para todo español. Y hombres de las artes y de las letras contribuyeron con sus servicios a la gloria de España por conducto de la Orden. Caballeros como los escritores Garcilaso de la Vega, Pedro Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo, o el pintor Diego de Velázquez, son algunos de los nombres que han contribuido, con todos los honores, a la unidad y engrandecimiento de España durante sus ocho siglos y medio de trayectoria.

Pocas líneas son estas para poder sintetizar discretamente otros campos en los que la Orden ha intentado, con esmero, ofrecer lo mejor de sí misma. Valgan sus monasterios, sus hospitales, sus albergues y, en general, sus obras piadosas, como breve muestra.

Pero la Orden, como toda obra humana, ha pasado por momentos menos luminosos. Con la proclamación de la Primera República en 1873, se decretó la disolución de las órdenes militares españolas como instituciones del Estado, entre ellas la de Santiago, recomendando la misma norma, después de ensalzar su historia, su conversión en forma asociativa, a fin de conservar sus recuerdos históricos. Pero pronto, en abril de 1874, se restableció con todos sus honores, y, con ello, la Orden entró en un nuevo período de tranquilidad hasta que, con el advenimiento del segundo período republicano en abril de 1931, se suprimieron las órdenes militares españolas, no sin polémica, pues el cardenal Pedro Segura, en sus valientes protestas contra los actos del Gobierno Provisional, defendió la conexión de las órdenes con la espiritualidad religiosa contemporánea, a la par que, con toda firmeza, declaró su pesar cuando vio a los dirigentes políticos despreciar las grandezas de sus mayores o destruir sus recuerdos. En esta coyuntura, se transformó de nuevo en asociación privada, forma jurídica dispar a la tradicional, y que en nuestros días mantiene de acuerdo con la legislación vigente, junto con las órdenes de Calatrava, Alcántara y Montesa.

Hoy, a los compatriotas que conforman la Orden, les cabe, seguro, el honor de ser continuadores de una tradición enormemente gloriosa para España. Y por ello, con el paso de los siglos, no flaquean, aunque con otros modos, en su fidelidad a la religión, su compromiso con España y en su lealtad a la monarquía.

Este es un escueto recuerdo de una corporación con ocho siglos y medio de historia. Baste, para finalizar, evocar las sencillas pero profundas palabras que en 1874 firmó el republicano y progresista Cristino Martos, cuando, refiriéndose a las órdenes españolas de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, anotó que desconocer sus hechos sería un error insigne, y olvidarlos, una ingratitud manifiesta.