España

Trasvase hacia la ruina

Cada papeleta que desemboca en la faltriquera de Más Madrid contribuye a reventar la herencia del 78

La deriva de votos de Ángel Gabilondo a Mónica García, fortalece la política más biliosa. Cada papeleta que desemboca en la faltriquera de Más Madrid contribuye a reventar la herencia de 1978. García, madre y médico y viceversa, sostiene que los hombres violan y matan. Ya, venga, en un porcentaje infinitesimal. Pero eso, si acaso, lo discutimos luego. De momento no busquen diferencias con el mensaje voxista, que emponzoña a los menas, que los contrapone con tu abuela, pobrecita, porque no existe, frutos botulínicos de unos políticos que contemplan el mundo con las anteojeras del prejuicio, abonados a los tópicos, las hormas y los etiquetados, felices de zanjar al individuo, al que odian, y permanentemente embelesados y humillados ante la tiranía del origen o la dictadura de la apariencia. Nos quieren estabulados.

Los votos que acaben en Más Madrid lucen en apariencia mejores, más frescos, que los que premian la catastrófica gestión de la pandemia por Moncloa. Aunque embellecen el mismo descosido. Validan una forma de desempeñarse alienta la infantilización, el empobrecimiento intelectual y moral, el plató de televisión como nueva ágora y el show en prime time como fondo reservado del que extraer los materiales para tumbar el sistema. Los votos que malbarata Gabilondo y acaban en García validan las acusaciones contra Isabel Díaz Ayuso, a la que fusilaron por, uh, «segregar» cuando especulaba con una tarjeta de vacunación; una idea que en Estados Unidos defienden Joe Biden y el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, los dos demócratas, mientras que los republicanos más asilvestrados están en contra. Pero trumpista siempre es el otro. Especialmente a ojos de quienes, como los dirigentes de Más Madrid, no tienen ni idea de qué cosa es el trumpismo y desconocen que han importado sus tácticas, técnicas y argumentos.

Los votos a Más Madrid fulgen subidos a la peana de una teórica superioridad moral (nunca demostrada), abanderaba por una peña que disparó contra Ayuso por fletar aviones con toneladas de material sanitario, por la proeza del hospital del Ifema y por un Isabel Zendal que en cualquier otro país habría sido aplaudido por los defensores de lo público. La sangría rumbo a Más Madrid luce como renovación fetén, moderna, verde, interseccional e inclusiva, de la sanchedaz. Pero dónde estaban y qué hacían cuando el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, usaba Madrid para postularse en Cataluña. Los votos a Más Madrid vitaminan por persona interpuesta a un gobierno, el del jefe de Gabilondo, que tapó las cifras de muertos, mintió con las mascarillas y prolongó durante meses un estado de alarma inconstitucional. Son aplausos para los pilotos de las guerrillas culturales, que antepusieron la lucha contra el talibanato que nos devora a la salud de unos españoles y unos madrileños que pocos días más tarde morirían ahogados. Genuflexiones para la veda abierta contra Madrid por gente como el ministro Alberto Garzón, de IU, que defiende el cupo vasco mientras señala con ojos de Marlon Brando en Apocalypse now el horror, el horror, el horror y el dumping fiscal. Madrid nos odia. Madrid nos aborrece. Madrid, hija de mil viajeros y emigrantes, carece de derechos neardentales, como esos que justifican que el País Vasco pase cantidad de aportar a la solidaridad con el resto.

Más Madrid, como Unidas Podemos, como el PSOE, como la peor parte del PP, que también existe, no discute la basura animista proyectada sobre las naciones. Juguetes y movidas mágicas, construidas frente a los afanes de la modernidad. Más Madrid baila de perfil ante la chatarrería identitaria y minusvalora el papel de las lenguas en tanto que tótem de construcción nacional. Más Madrid, soporte necesario de la gran mentira nacionalista, blanquea los postulados de una ultraderecha tribal que sólo en España, desgraciado país, cuenta con la complicidad de una izquierda a la que podríamos aplicar los estacazos que Juan Antonio Bardem dedicó al cine de cuanto entonces, o sea, que es «políticamente ineficaz, socialmente falsa e intelectualmente ínfima». Los entusiastas de Más Madrid como punto de fuga socialdemócrata, que recuperaría lo mejor de un PSOE dañado, deben recordar que el partido no razona según los puntos cardinales del juego democrático. Su principal teórico, Íñigo Errejón, gran defensor de la dieta venezolana, también ha teorizado sobre los escraches. Concretamente, cuando una jauría acosaba a Pablo Iglesias, explicó que «un escrache es una forma de protesta puntual que visibiliza una problemática social y da voz a quien no la tiene. El acoso a Pablo Iglesias e Irene Montero es una persecución ideológica intolerable». Acoso fascista cuando me atacan; protesta puntual, perfectamente justificable, cuando machacamos a la familia del enemigo.

Más Madrid, que dice ser un partido progresista, que representa las cosmovisiones de unas clases medias/altas acomodadas dentro del perímetro de la M-30 y del contorno que marcan Netflix, HBO y las solapas de los libros de Naomi Klein, demuestra un talante torvocuando antes del acto de Vox en Vallecas firmó un manifiesto que justificaba preventivamente la violencia, calificaba de provocación los mítines en tierra extraña y callaba frente a las agresiones contra la libertad de expresión”