Opinión

Y el meteoro Ayuso carbonizó al maniquí

Los espectros de la Moncloa convencieron a Pedro Sánchez de que Isabel Díaz Ayuso era carne de picadora. Estimulados por la soberbia de unos asesores incapaces de contradecir al líder, entretenidos por el eco de sus pedos, que confundieron con el runrún de la calle, no entendieron que en Madrid estaba naciendo un meteoro. Ignoraban que Ayuso había roto con el pelotón. No por deslealtad sino por fidelidad a unas convicciones liberales que iban más allá del recetario de frases rellenas de helio con que los marrulleros confunden los principios ajenos. Después de un año de peste, luego de arrostrar una campaña atroz, Ayuso va camino de ingresar en el club de los políticos trascendentales mientras que Sánchez acaso enfile su destino, que nunca pasó del de concejal de deportes y fiestas en un pueblo mediano o subjefe de planta en unos grandes almacenes arrollados por el comercio electrónico.

La carrera de los políticos está mediatizada por la tiranía de la imagen. Pero no hay spot que ahogue la potencia combinada de una gestión estelar y un carisma irrompible. Frente a los gobiernos autonómicos pacatos, muertos de miedo ante el poder central, resignados a todos los conjuros, trapisondas y trolas del gobierno central, Ayuso apostó por vadear la catástrofe tratando de no tumbar la economía y el tejido productivo. Esos arcanos imposibles de imaginar para quienes han hecho de la gestión pública un vivac a la intemperie de la iniciativa y el esfuerzo. Al final los números cantan ópera. Con los comercios abiertos y la hostelería a salvo de la quema, Madrid no presenta tasas superiores de enfermedad y muerte a las de otras grandes capitales europeas. Respecto a España, el 29 de abril acumulaba unas tasas de enfermos por 100.000 habitantes inferiores a las de Guipúzcoa, Lérida…

Con un aeropuerto internacional que operaba como vía de acceso de la mortandad que llegaba de fuera, Ayuso exigió controles en Barajas. Igual que quiso cerrar antes que nadie y que, muchos meses más tarde y ante la torpeza de la Unión Europea con las vacunas, tanteó la hipótesis de comprar fuera, como luego hizo la mismísima Angela Merkel. El compromiso con el conocimiento científico, tantas veces pregonado por los chamanes oscurantistas, que antepusieron las guerras culturales a la salud pública, le llevó a competir con la narrativa desquiciada de Moncloa. Pilotó entre nubarrones la nave de la gran urbe española frente al fuego de unos profetas ciruelos. Cuando el gobierno sostenía, por boca del pobre Simón, que las mascarillas no valían la pena, apostó por repartir las FFP2. Reclamaba la cooperación público/privada, la movilización de las farmacias y el uso de test de antígenos. El coro sanchista respondía con gran choteo y exabruptos. También abanderó los cierres perimetrales. Hace tres meses, cuando convocó elecciones, sostuvo que «Madrid ha vivido el momento más duro que se recuerda en democracia. A la pandemia se une una crisis económica y social sin precedentes. Por tanto es tiempo de pensar en grande y olvidarnos de nosotros mismos y decidir qué es mejor para los ciudadanos. Madrid necesita un gobierno estable, ideas claras, soluciones ambiciosas, estabilidad y sentido de Estado».

Son palabras importantes porque España, con Pedro Sánchez, vive años de postración, lastrada por la miseria nacionalista y la entente con las furias populistas. Está amenazada la comunidad política y con ella la unidad de decisión y justicia. Lo repite a menudo el sabio Félix Ovejero, que tiene nuevo libro, el formidable Secesionismo y democracia (Página indómita), donde advierte de que no hay democracia posible, democracia en serio, si permitimos que los descontentos, muchos o pocos, se merienden el tablero. Frente al ricino que Iván Redondo vende como si fuera ambrosía, ante los pactos miserables con Bildu y pistoleros afines, Ayuso fue sinónimo de esperanza más allá de su electorado. Su triunfo anuncia la carcoma de un sanchismo que hizo de odiar Madrid el pasatiempo favorito de miles de columnistas apesebrados con tópicos.

En Madrid los pájaros visitan al psiquiatra y las estrellas se olvidan de salir, pero no hay vocablos asquerosos para señalar al forastero ni al recién llegado. Hablaron las urnas, y descubrimos que los madrileños no toleran que nuestros representantes ensucien la historia reciente de un país que tanto peleó para darse una democracia homologada. Madrid, contaba Bergamín, anocheció cubierto del cristal más transparente, y qué bien tu nombre suena, escribe don Antonio, rompeolas de todas las Españas. La reconstrucción de la cultura democrática empezaba esta noche en la puerta del Sol, epicentro de un tsunami con rostro de porcelana y el mandato de plantarse frente a los enterradores de la Constitución.

Pierde el trilero en Moncloa. Gana una Isabel Díaz Ayuso tan rock and roll star que ya compite con Sabina, Umbral, Tierno Galván y Almodóvar en el monte Rushmore madrileño.