Opinión
Otra manera de hacer política
Se leían las elecciones andaluzas hoy en clave de vaticinio, quizá porque esta legislatura se nos está haciendo eterna al ciudadanito de a pie y estamos que nos votamos encima. Los andaluces votaban, pues, por ellos y por todos sus compañeros. Así que el batacazo monumental de la izquierda y, en especial, de la izquierda situada a la izquierda de la izquierda, es fácilmente interpretable como el anticipo atronador de lo que está por venir. Juanma Moreno ha conseguido en Andalucía lo que el PP debe y puede conseguir a nivel nacional: ilusionar de nuevo a su votante y recuperar al que perdió, desde la moderación, alejándose de populismos, crispaciones y polarizaciones. Pasaba esta noche este PP en Andalucía de 26 escaños a 58, una mayoría absoluta histórica que apuntala una reagrupación del voto de la derecha: Vox sube solo en dos escaños y, con esos 14, no le necesita Moreno para formar gobierno.
El mensaje parece claro: Basta ya. Y por más encaje de bolillos que se haga en las interpretaciones de estos resultados (como apunta, certero, el gran Jose Ignacio Wert, hay un sector de la creación de opinión que no sólo no se entera de nada; es que ni siquiera se entera de que no se entera) lo cierto es que son los que son y que parece inevitable que esto se traslade a unas elecciones nacionales en las que un Feijóo recién llegado y con estos mimbres se enfrente a un Sánchez desgastadísimo y con sus aliados naturales heridos.
Convenía esta victoria holgada. Tras los experimentos con gaseosa de gobiernos con servidumbres se añoraba la estabilidad de uno que, a priori, parezca tener al alcance de su mano la posibilidad de gobernar más preocupado por los ciudadanos que por asegurarse el butacón. Casi podría leerse entre líneas un “no” a los populismos en estos comicios, una vuelta (ojalá) a la política adulta tras empujar a lo residual a formaciones que nunca deberían haber sacado las patitas del cajón de “lo pintoresco”.
Se trata esta de una victoria histórica para el PP, sí, pero el fracaso, también histórico, del PSOE es doble. Por un lado, porque se queda a 28 escaños del PP. Por otra porque al no entrar Vox en el gobierno, pierde su principal alimento. Ahora mismo, toda victoria de Vox, por mínima que sea, a quien nutre es a los socialistas casi más que a ellos mismos. Qué paradoja.
Y al porrazo de la izquierda -ya andan echándole la culpa a D´Hondt, a la abstención, a la lluvia, a la playa, será que no me amas- hay que añadir también el de Ciudadanos, que se cae de la foto. Cero escaños, agonía a cámara lenta de un partido al que alguien debería tener la conmiseración de aplicar una pequeña eutanasia y no alargar más la angustia.
Así las cosas, y aún con la (casi) certeza -me la juego aquí como vidente- de que Pedro Sánchez no adelantará las elecciones y apurará hasta el último momento su mandato (que anda que no le gusta a él), haría bien en tomar nota de lo que viene de ahora en adelante. Es este un golpe directo al gobierno de coalición y a un modo de hacer política. Andalucía ha gritado, y lo ha hecho en nombre de todos nosotros, que estamos hartos de esto en lo que han convertido la política en los últimos años. Que ya no funcionan las amenazas, las profecías apocalípticas, ni los “arderán las calles”. Que menos gritos de tardoadolescentes pancarteros y más propuestas serenas y promesas alcanzables. La victoria ha sido contundente y debe ser celebrada. Porque es la promesa del cambio de rumbo político que nos merecemos.
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