España
El deterioro de las instituciones
Hoy quiero dirigirme a todos ustedes como Fernando Jesús Santiago Ollero, como dice un amigo «como persona humana», en mi propio nombre y representación. Sin que tengan ustedes en cuenta mi condición de gestor administrativo. Solo como una persona que observa muy de cerca lo que ocurre en su entorno y cómo impacta en los clientes a los que atendemos.
En muchos años, desde que estrenamos esta joven democracia, es la primera vez que estoy seriamente preocupado. Hasta la fecha, las guerras en las instituciones y entre las instituciones han entrado, en mi modesta opinión, dentro de la lógica de su funcionamiento, y dentro de la lógica de la búsqueda de su espacio por parte de unos y de otros. Sin embargo, ahora creo que estamos presenciando una destrucción acelerada que puede acarrear perjuicios desconocidos.
Se viene comentando desde hace años la pérdida de credibilidad de los políticos, basada en los numerosos casos de corrupción que llevan salpicándonos desde hace años. Y, a pesar de ello, la sociedad civil poco hemos hecho por revertirlos. Parecía que nuestra sociedad se revelaba contra una dura crisis, de la que no había forma de salir, un 15 de mayo de 2011. Pero este movimiento solo sirvió para que aparecieran otras fuerzas políticas que no parece hayan aclarado el panorama institucional.
Escucho a un director general de una empresa de demoscopia que los ciudadanos están cansados pero tranquilos. Y eso me preocupa. Parece como si nos hubiéramos resignado a soportar lo que tenga que llegar. Hoy observamos el espectáculo dantesco ante la renovación del Tribunal Constitucional, mientras los partidos se acusan de golpistas. Y uno, en su ignorancia política, se pregunta si no serán capaces de pensar nuestros políticos actuales que estamos asistiendo quizás a una de las etapas más oscuras desde hace 50 años.
Quizás el afán de mantener un escaño por un sueldo de 4 o 5.000 euros al mes lleve a algunos a no rechistar. ¿Merece la pena? Esta situación, en mi opinión, se debe reventar desde dentro, por parte de todos aquellos diputados que no quieran ser responsables de este asalto a las instituciones por parte de todos los colores, y desde fuera, por una sociedad civil que no debe bajar los brazos. Tenemos que regenerar la clase política. Y mañana quizás sea tarde.
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