Rebeca Argudo

Enero preelectoral

Sánchez tiene hasta mayo para levantar cabeza y no lo va a tener fácil

Apuntaba Sánchez en la homilía que fue su última rueda de prensa del pasado año, ese 2022 que parece ya lejano, aquello de «descansen que el próximo año será intenso». Y, raro en él, no mentía. Lo empezamos con las elecciones municipales y autonómicas a tiro de piedra y vienen con un inconfundible aromilla a anticipo, casi vaticinio, de las generales. Y, salvo ese CIS de un Tezanos enamorado de la luna, todos los sondeos sitúan al Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo a la cabeza.

La reforma de los delitos de sedición y de malversación no ha ayudado, precisamente, a este PSOE que en un periodo especialmente aliñado de problemas realmente graves (guerra y pandemia incluida) ha conseguido que la política se coloque entre las grandes preocupaciones de los ciudadanos (por delante del paro, de la vivienda o de la violencia de género). Reconozcamos que tiene mérito. Tiene hasta mayo para levantar cabeza y no lo va a tener fácil. Entre otras buenas noticias, acabamos de saber que España se queda fuera de la lista de los quince países con más PIB. Al mismo tiempo que se conoce este dato, presume Sánchez de que España «avanza y crea empleo de calidad», pero seguimos sin saber los datos reales sin la manipulación de ese invento que son los «fijos discontinuos» y que sirven para maquillar las cifras y sostener la ficción. Lo que sí parece, de momento, ineludible sería el gobierno en coalición: PP necesitaría del apoyo de Vox y PSOE de Podemos, Sumar y los separatistas.

La diferencia entre unos y otros es que, mientras PP y Vox a lo que se enfrentarían es al juicio moral de aquellos que ven ultraderecha en todo lo que se sitúa más allá de su propio perímetro ideológico (cada vez más limitado) y satanizarían ese pacto, el PSOE de Sánchez lo haría a los desencuentros constantes a los que nos tiene acostumbrado este cansado matrimonio de conveniencia que es el gobierno de coalición. La ventaja es que ya sabe nuestro presidente la devoción de sus socios por la poltrona y el sueldito público, así que puede seguir haciendo lo que quiera mientras la Señoradé tenga carguito y un par de carteras ministeriales de las de hacer bulto caigan en alguno de los morados. Luego, ya sabe: morretes y pataleta, protestas en redes y una última (penúltima siempre) oportunidad o rompen la baraja. A Ciudadanos ya es que no le echamos ni cuenta, lastimica.

Y la única sorpresa, por llamarlo de alguna manera, en realidad sería que Podemos y Sumar no fueran capaces de poder sumar (perdón por el chiste, no he podido evitarlo) y se presentaran por separado.

Esa fragmentación de la izquierda radical no beneficiaría a ninguna de las dos formaciones, pero reafirmaría la impresión de que la nueva política se parece mucho a la vieja política y está enfrentada con todo el mundo pero, sobre todo, con ella misma: Podemos ha resultado ser muy parecido a un Gremlin mojado alimentado después de las doce, pasando de uno con cierta gracia que caía bien a todos (muy al principio) a muchos siempre enfadados y dispuestos a cargárselo todo con tal de aguantar hasta el final de la película. Lo que parece claro es que no nos vamos a aburrir de aquí a mayo y que casi podemos apostar todo a que la crispación se acentuará. Sobre todo porque algunos tienen claro que solo gritando «que viene el lobo» van a ser capaces de movilizar a un electorado al que no se convence en positivo después de todo lo visto. Así que tendrán que tirar de la técnica del asustaviejas, ese clásico. ¿Feliz año?