Política

Casa Real

«Al Rey le tranquiliza la personalidad de Rajoy»

Mariano Rajoy y el Rey charlan durante la última Pascua militar en enero de 2013
Mariano Rajoy y el Rey charlan durante la última Pascua militar en enero de 2013larazon

En la mañana del 21 de diciembre de 2011, tres días antes de la Nochebuena, Mariano Rajoy juraba su cargo como presidente del Gobierno de España ante Su Majestad el Rey. Hombre de creencias, utilizó la misma fórmula que Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo y José María Aznar, mientras que Felipe González y José Luis Rodríguez-Zapatero habían solemnizado la promesa. Con la mano derecha ante el ejemplar de la Constitución, deslizada la izquierda hacia la Biblia y un crucifijo, Rajoy llegaba al mando del Ejecutivo en un momento bien difícil. Aquel día, en el Salón del Palacio de la Zarzuela comenzaba una etapa muy distinta a las anteriores. Algunos acontecimientos en torno a la figura de don Juan Carlos, como el accidente de Botswana, y el nuevo estilo del líder gallego así lo predecían. Nada más terminar la jura, el Rey hizo el primer aparte a solas con el nuevo presidente. Dicen que aquella entrevista, en el antedespacho de madera dónde el Monarca celebra los despachos oficiales, fue cordial y de calado. El Jefe del Estado y Mariano Rajoy, ambos con dilatada experiencia y excelentes conocedores de nuestro país, eran conscientes del crucial momento. Mientras tenía lugar la entrevista, altos cargos institucionales seguían en el Salón de Audiencias. Los máximos responsables de la Casa del Rey, Congreso, Senado, Tribunal Constitucional, CGPJ y Tribunal Supremo conversaban distendidamente. La conclusión era unánime: en Zarzuela se recibía con alivio a Rajoy y se esperaba mucho de un político serio, sensato y de palabra. Sin aspavientos, nada frívolo, firme y con rigor.

Aquel despacho del Rey con el nuevo Jefe del Gobierno fue el primero de una larga serie de encuentros a solas, que han ido en aumento a tenor de los acontecimientos de la vida de España, con enorme discreción. Al margen de los habituales despachos semanales, que tejen la relación institucional entre la Corona y el Gobierno, ha habido en estos años, y sigue habiendo, otros encuentros de cariz más personal. Para nadie es un secreto la compleja situación que se ha vivido en La Zarzuela desde el accidente del Rey en África, sus problemas de salud y el «caso Urdangarín» . Fuentes de la Casa Real aseguran que don Juan Carlos siempre ha encontrado en Rajoy un consejero leal, sereno y con sentido común. Una especie de «bálsamo institucional», comenta alguien muy cercano al Monarca, con años de trabajo a su servicio. En efecto, Rajoy ha sido un referente de sosiego, en medio de las tensiones políticas y familiares. Un defensor de la Corona, frente a ataques, a veces muy fuertes e interesados. Un presidente apacible ante desafíos separatistas. Y un garante de la Ley y el Estado de Derecho. «Al Rey le tranquiliza la personalidad de Rajoy», dicen en La Zarzuela. Y lo que empezó siendo una relación protocolaria, se ha convertido en algo más profundo y directo. Don Juan Carlos tiene en el presidente un colaborador de absoluta lealtad. Y Mariano sabe la importancia de la Corona en un trance complicado, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y vértice de la unidad de España. Como dicen en el entorno del Monarca: «De Rajoy nunca se espera una salida de tono». Es el hombre perfecto para esta etapa convulsa, de crisis y desafíos. Las relaciones de los seis presidentes democráticos con el Rey han sido diversas y con altibajos personales. Expertos que han trabajado largo tiempo en Zarzuela y La Moncloa coinciden en el diagnóstico. En los años setenta, con Adolfo Suárez, se vivía un momento excepcional. «Eran como dos amigos de la misma edad, ilusionados con devolver la democracia a España». En general, mantuvieron una buena relación hasta el final, cuando el incesante zarpazo del terrorismo y el intento golpista del 23-F acabaron con la era suarista. Leopoldo Calvo-Sotelo fue un presidente fugaz, monárquico por familia y convicción, apenas profundizó con el Monarca. Distinto fue Felipe González, con quien el Rey mantuvo una «gran complicidad». Un ministro de entonces afirma que al Rey le gustaba el carácter de Felipe: simpático, extrovertido, con carisma. Era una relación basada «más en la afinidad que en la profesionalidad». Fue la época en que mayor número de viajes hizo el Rey al extranjero y en la que más se cruzaron «simpatías personales» entre Zarzuela y Moncloa. Algo que ahora ya no sería posible, eran otros tiempos.

La llegada de José María Aznar propició «una cierta tirantez», en palabras de un miembro de su Gobierno. El carácter recto, introvertido y distante de Aznar chocaba con un Rey jovial, locuaz y flexible. Fue el presidente «menos borbónico de todos», según la misma fuente. En cuanto a Rodríguez Zapatero, las versiones coinciden en que la relación fue cordial, aunque al Soberano no le gustaban «ciertas frivolidades» del presidente. En especial, las que vaticinaban una «relajación de principios y valores, y un riesgo para la unidad de España». Con Mariano Rajoy las cosas son bastante diferentes. La cacería de Botswana, los problemas de salud del Rey, el escándalo Urdangarín, la grave crisis económica y el desafío separatista abrieron el debate sobre una estricta «profesionalización» entre el Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno. En Zarzuela cae muy bien la personalidad de Rajoy: Discreta, pero firme. Silenciosa, pero obstinada. Sin ruido, pero sin titubeos. El perfecto antídoto para un hombre como don Juan Carlos, con excesos en el pasado y una serena madurez en el presente. Su alejamiento de la primera línea por la sucesión de intervenciones quirúrgicas, ha sido suplido a la perfección por un Jefe de Gobierno siempre en su puesto. Sin un solo desliz o «metedura de pata» hacia la Institución Monárquica. Durante estos meses de obligada convalecencia regia, ambos se han visto y hablado mucho. La comunicación entre Zarzuela y Moncloa es muy buena, «se trabaja con seriedad y en sintonía». Fuentes de ambos equipos afirman que el Rey sigue muy de cerca toda la vida política, y que en estos momentos le preocupan la salida de la crisis, el problema de Cataluña y el dolor de las víctimas, en un momento delicado tras las excarcelaciones por la supresión de la doctrina Parot. Don Juan Carlos y Rajoy mantienen una excelente relación personal, según sus allegados, a pesar de la diferencia de edad. El Rey cumple setenta y seis años, y quiere hacerlo en plena forma, por encima de escarpados momentos. Rajoy se encamina a los cincuenta y nueve. Ambos tienen en común una profunda entrega al país, un exhaustivo conocimiento de la vida pública. Queda mucho trabajo por delante, pero a ninguno le flaquean las fuerzas. Quienes presenciaron la jura de Rajoy hace tres años, cuentan que el Rey, con su habitual campechanía, le preguntó: «Bueno, Mariano, ¿cómo lo ves?» A lo que el presidente, contestó con ironía gallega: «Con mucho lío, Majestad, pero con esfuerzo y seriedad, las cosas irán bien en el futuro». Escribió Tagore que «La verdadera relación entre reyes y políticos resplandece en la oscuridad». Ante desafíos oscuros, el Rey y el presidente del Gobierno cumplen esta máxima a la perfección. Con lealtad institucional, profesionalidad y absoluto servicio a España.