El análisis

La «amnistieta»

Lo que Òmnium Cultural nos propone suena a que en Cataluña perdonemos cualquier mal paso o chanchullo político de un pariente

Manifestantes independentistas protestan durante la Diada en Barcelona.
Manifestantes independentistas protestan durante la Diada en Barcelona.Morenatti / Ap

Quizá haya llegado a sus oídos que la entidad catalana Òmnium Cultural (una organización, a pesar de su nombre, más política que cultural) ha cuantificado en 1.432 casos aquellos que se verían afectados por la tan publicitada amnistía que se le pide como pago a Pedro Sánchez a cambio de los votos necesarios para hacerle presidente.

Claro, lo primero que humanamente uno piensa es en la persona que se halle ahora mismo en el número 1.433 de la lista, la cual debe estar subiéndose rabiosamente por las paredes, ya que marcar un número de casos y señalar un corte no deja de ser arbitrario, por mucho criterio que se excuse para justificarlo.

Lo característico de los regímenes autocráticos ha sido siempre la arbitrariedad, que dejaba a la población indefensa en medio de la inseguridad jurídica. Hace poco se hablaba de 4.000 casos, que es una cifra tan arbitraria como otra cualquiera. Ahora se nos dice que esa lista se ha expurgado de casos de corrupción, pero ¿cómo saberlo? ¿No se habrán expurgado más bien los casos de corrupción escandalosa a ver si cuela? Porque delimitar lo que es corrupción (grande o pequeña) corresponde a los tribunales de justicia. Y, hasta que estos no se hayan pronunciado, a ver si no va a ser arbitrario adelantar cualquier criterio a conveniencia del interfecto.

Más de la mitad de la lista que propone Òmniumparecen ser sanciones administrativas, algunas de las cuales están esperando al Tribunal de Cuentas. O sea, que lo que Òmnium Cultural nos propone suena a que en Cataluña perdonemos cualquier mal paso o chanchullo político que haya podido dar un pariente querido, como pudiera ser la hermana de nuestro padre o madre. Es decir, que más que en el terreno de la amnistía estamos ya en los terrenos de la «amnistieta», en afortunada expresión del grandísimo Chema Nieto, haciendo referencia a la letra de la canción «La Tieta» de Serrat.

La «amnistieta» sería un invento que satisfaría mucho al socialismo catalán: les permitiría retener el poder usando esa meliflua retórica de diminutivos a la que tan proclives son desde que se convirtieron en el Partido Situacionista Catalán. Ya sabrán ustedes que ahora aspiran a posar como constitucionalistas; a pesar de las sanciones tripartitas por no rotular en catalán, de oponerse al castellano en las aulas y de apoyar un Estatuto que no pasaba por los filtros ni plebiscitarios ni constitucionales. Cuando las situaciones cambian, intentan cambiar de adjetivo. Pero sus diminutivos tienen un problema: que saben a poco para sus socios independentistas, tan dados a la hipérbole y la cosa grande –hiperdimensionada– para darse los pobres la importancia que ni la Historia, ni la población, ni las cifras rasas les otorgan. A ellos, les parecerá que los socialistas les están recordando precisamente esa incómoda condición que ellos quieren tapar con tanto pecho inflado. Con ese «misal dormido en la mesilla» que decía la letra de Serrat, «buscando una mano sin encontrar a nadie, como ayer, como mañana…».

El problema ahora mismo del socialismo catalán es que tiene mucho relato (un variado y contrapuesto catálogo de ellos) pero poco proyecto. Es cursi y facilón intentar vender un relato de reencuentro a través de «amnistietas», pero el inconveniente de ese relato es que no tiene nada que ver con la realidad. Porque lo cierto es que, a pesar de todas las locuras de una minoría de irresponsables con la ley, los catalanes, con la paciencia infinita propia de la realidad, hemos seguido trabajando juntos sin desencuentros más que en lo ideológico. El inconveniente es que hay dos proyectos contradictorios en la región: uno piensa que el futuro está con España y con la ley; el otro quiere abandonar el proyecto de España como sea, incluso tirando a la basura las leyes. Los socialistas han de demostrar cuál prefieren. Quizá es que no se atreven o no lo saben. Pero no deberían olvidar que, en el implacable –pero entrañable– retrato de Serrat, la tieta tenía un gato castrado y viejo como único compañero de sus noches de oscuridad.

Si es el único proyecto que saben ofrecernos para Cataluña comprenderán que, francamente queridos, a muchos catalanes eso nos huela a cuerno quemado.