Terrorismo

Capbreton fue la victoria del poder militar de ETA al borde de la ruptura

El autor material, «Ata», segundo de «Txeroki», tomó la decisión sobre la marcha. «Txeroki» intentaba imponer su mando frente a los «políticos» de «Thierry»

Varios gendarmes, en la escena del crimen el 1 de diciembre de 2007
Varios gendarmes, en la escena del crimen el 1 de diciembre de 2007larazon

El asesinato, el 1 de diciembre de 2007, en la localidad francesa de Capbreton, de los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero supuso, además del crimen en sí mismo, un intento de reafirmación del poder «militar» frente al «político» en el seno de ETA.

El asesinato, el 1 de diciembre de 2007, en la localidad francesa de Capbreton, de los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero supuso, además del crimen en sí mismo, un intento de reafirmación del poder «militar» frente al «político» en el seno de ETA, que en esos momentos sufría una de sus peores crisis, y que a punto estuvo de provocar una escisión.

El hecho de que entre los autores del doble asesinato estuviera un miembro de la «dirección» de la organización criminal, Miguel Carrera Sarobe, «Ata», alineado con la línea de su jefe, Garikoitz Aspiazu, «Txeroki», frente a los «políticos», encabezados por el recientemente fallecido Francisco López, «Thierry», se convirtió, fruto de la casualidad, en un capítulo más de esa pugna interna que mantenían ambas facciones.

Desde que se conoció el atentado, se dio como seguro que la decisión de asesinar a los guardias debía haber sido tomada por un terrorista con el suficiente poder dentro de la banda como para adoptar una decisión de este tipo que, conllevaría (y eso no lo podía ignorar un elemento tan fanático como «Ata») un reforzamiento de la lucha antiterrorista en suelo galo, en este caso con la estrecha colaboración de la Guardia Civil y demás Fuerzas de Seguridad.

Sin embargo, en Miguel Carrera, según expertos antiterroristas consultados por LA RAZÓN, pesó más el odio a los agentes de la Benemérita, auténtico enemigo de ETA desde la fundación de la banda (y no porque el Cuerpo Nacional de Policía no lo sea también) y el intento de dar «un golpe en la mesa» del debate interno que en esos momentos mantenían las citadas facciones.

«Ata», cuando tomó la decisión de acribillar a Centeno y Trapero, y hacerlo con especial saña, se sentía respaldado por su jefe, Garikoitz Aspiazu, «Txeroki», que hoy también se sienta en el banquillo, aunque no haya podido ser acreditada su presencia en el lugar del crimen. Algunos investigadores dan como seguro que no estaba muy lejos del lugar de los hechos, como acreditan sus huellas y rastros de ADN en los distintos coches utilizados para huir del lugar del crimen.

«Ata» se encontraba, además, acompañado de dos miembros del «aparato militar», de obediencia ciega a «Txeroki», Saioa Sánchez Iturregui, «Hintza», y Asier Bengoa López de Armentia, a los que, probablemente, iba a conducir a una entrevista con Aspiazu para que les diera las últimas instrucciones antes de entrar en España con el fin de cometer atentados.

Para el común de los mortales resulta complicado entender que un sujeto pueda tomar una decisión tan grave (incluso para ETA, como se pudo comprobar con posterioridad) de asesinar a dos guardias civiles en Francia y hacerlo en un espacio de pocos minutos. La explicación es fácil: «Ata», como dirigente del «aparato militar» era, y es, un ser «fanatizado, en el que, por una serie de circunstancias adversas para los agentes españoles (todavía no habían empezado su servicio y entraron a desayunar en la cafetería, en la que ya estaban los etarras), se encontró con la oportunidad de dar rienda suelta a su odio y, a la vez, lo que podía ser tan importante para él en aquellos momentos: demostrar al «incompetente» (así le calificaba Carrera en un escrito interno de ETA) «Thierry» quién es el que mandaba en la banda.

Además, como quedó demostrado en el comunicado que la organización criminal hizo público a los pocos días para hacerse responsable del doble asesinato, «obligaban» al resto de la «dirección», integrada, además de por «Thierry», por Ainhoa Ozaeta e Igor Suberbiola, a respaldar la acción delictiva. No es que los del «aparato político» tuvieran la más mínima simpatía o compasión por los guardias civiles, como han demostrado a lo largo de su siniestra historia, sino que les habían «ganado por la mano»; les habían demostrado una supuesta operatividad (de la que ya carecían) frente a la «incompetencia» de los «políticos». Éstos tenían, entre otras misiones, facilitar objetivos claros y centrados para los atentados y, en los últimos tiempos, si algo demostraban es que estaban fuera de juego.

Todo aquello, con la vida de dos jóvenes guardias civiles vilmente asesinados, sólo sirvió para que «Thierry» esperara el momento para vengarse de «Txeroki» y de «Ata». Cuando le detuvieron en Burdeos, en mayo de 2008, gracias a la información aportada por la Guardia Civil, se le olvidó, al ingresar en prisión, comunicar a los responsables de la banda (en la correspondiente «kantada», en la que los etarras deben informar de todos los detalles posibles sobre su captura) de que le habían cogido información que, tarde o temprano, acabaría con el arresto de Aspiazu y Carrera, como así ocurrió y gracias también a los datos que facilitó la Benemérita.

Una auténtica traición que marcó el declive de ETA y que obligó a la banda a ceder ante Batasuna la dirección de un «proceso», pactado con socialistas y nacionalistas, que, a día de hoy, se encuentra, afortunadamente, en un callejón sin salida gracias a la firmeza del Gobierno de Mariano Rajoy y la inestimable colaboración del Ejecutivo francés.

La sucesiva detención de los cabecillas etarras y la predisposición de Batasuna, que contaba entonces con el aval de ETA (eso ya no está tan claro hoy en día), animó a los nacionalistas y socialistas (que habrían engañado a la banda, al asegurar que Rajoy estaba enterado y de acuerdo) a pactar con la banda y su entramado el supuesto «cese final de actividades» (en octubre de 2011. A cambio, se les ofreció la legalización del brazo político de los terroristas (que se cumplió gracias al Tribunal Constitucional) y la salida de los presos, a la que el Gobierno popular se ha negado, así como a la retirada de las Fuerzas de Seguridad y de los Ejércitos del País Vasco y Navarra. Confiaban los que, pese a sus reiterados desmentidos, negociaban con los terroristas, que el anuncio de ETA daría la victoria a los socialistas (sobre todo después de los espectáculos lacrimógenos de Rubalcaba y López) o, al menos, que Rajoy no alcanzaría la mayoría absoluta. No fue así.

Cuando «Ata» apretó el gatillo contra Centeno y Trapero no se podía imaginar nada de esto. Hoy, cuando esté sentado en el banquillo junto a los demás procesados, quizás haya tenido tiempo de meditar por los meses que lleva en la cárcel y los que le esperan.

Los procesados, según el sumario

Mikel Carrera Sarobe, Asier Bengoa López de Armentia y Saioa Sánchez Iturregui

Por haber asesinado voluntariamente, el 1 de diciembre de 2007, a Raúl Centeno Bayón y Fernando Trapero Blázquez, militares de la Guardia Civil española, con la circunstancia de que los hechos fueron cometidos con premeditación. Y, además, con la circunstancia de que fueron perpetrados intencionadamente en relación con una acción individual o colectiva, con el objetivo de perturbar gravemente el orden público mediante la intimidación o el terror.

Garikoitz Azpiazu e Ibon Gogeascoechea

Por haber ocultado intencionadamente un vehículo Peugeot 307, matrícula 6150 TJ 18, que los inculpados sabían procedente de un robo cometido el 19 de julio de 2007, con la circunstancia de que los hechos fueron cometidos en banda organizada y de forma intencionada, con el fin de perturbar gravemente el orden público mediante la intimidación o el terror. Por haber estado en posesión y transportado sustancias o productos incendiarios o explosivos, elementos o sustancias destinados a integrar la composición de productos o artefactos.

Eider Uruburu

Por haber ocultado el citado vehículo. Entre otros delitos, que también se imputan a los anteriores, haber falsificados documentos oficiales, como pólizas.

Irache Sorzabal

Juzgada en rebeldía por los mismos delitos y por participar en un grupo formado o una confabulación, con el objetivo de preparar, mediante uno o varios hechos, actos terroristas.