El desafío independentista

Cataluña, entre el acoso y la muerte civil

Profesores, periodistas y políticos denuncian la situación a la que se enfrentan día a día por defender la unidad de España: «Acabaremos como en el Úlster»

Quienes defienden el constitucionalismo en Cataluña viven un situación complicada para poder defender sus ideas sin miedo a sufrir represalias / Efe
Quienes defienden el constitucionalismo en Cataluña viven un situación complicada para poder defender sus ideas sin miedo a sufrir represalias / Efelarazon

Profesores, periodistas y políticos denuncian la situación a la que se enfrentan día a día por defender la unidad de España: «Acabaremos como en el Úlster»

En Cataluña la democracia camina con respiración asistida. Los políticos leales al 78 vuelven a llevar escolta y hace unos días la Guardia Civil detuvo a 9 tipos acusados de planear acciones terroristas. Para Alejandro Fernández, presidente del PP en Cataluña, la autonomía «no se ha ulsterizado todavía, pero podría si se sigue aceptando como normal que determinados municipios o universidades sean espacios totalitarios a los que el constitucionalismo debe renunciar incluso a visitar».

Pepa Labrador, ex concejal de Ciudadanos en Reus, relata los continuos abucheos y silbidos durante sus intervenciones cuando había mociones de carácter político, «tanto si las presentábamos nosotros, como si dábamos respuesta a las mociones provocadoras de la Cup o Esquerra». «Con ocasión del pregón de las fiestas locales», añade, «el PP y nosotros decidimos no asistir porque el pregonero era Xavier Grasset, el que había tratado a Alfonso Sastre de “gran reserva del independentismo”. Pues bien, tuvieron la desfachatez de colocar seis grandes lazos amarillos en nuestros asientos y el alcalde lo permitió. Nos avisaron y la concejal del PP y yo fuimos hasta el Ayuntamiento, entramos en el salón de Plenos y nos los llevamos. Excuso decirte el abucheo que nos llevamos por parte de los asistentes que no sólo llenaban el salón sino también todos los espacios hábiles donde había pantallas para seguir el acto».

Preguntado por las situaciones de acoso en la Universidad, Félix Ovejero, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona, comenta que «No todas las universidades son iguales, ni todas las facultades. Ni todos los rectores. Ese es el mayor problema, que las autoridades universitarias, por convicción o cobardía, o por un diseño institucional que los hace dependientes de una pseudemocracia, no se atreven a encarar los problemas y se dejan amedrentar. Y pervierten la idea misma de la comunidad académica. ¿Qué es eso de que la universidad adopte puntos de vista políticos, como si pudiera hablar en nombre de cada uno?». «En 2017 intentaron parar una clase para una asamblea», rememora, «lo conté en el muro del Facebook, destacando que un alumno argentino intentó parar la clase, hicieron una captura de página y me acusaron de racismo. Y las autoridades se pusieron a la defensiva, pidiéndome explicaciones, en lugar de decirles que se dejaran de majaderías».

Por supuesto, más allá de los incidentes más o menos violentos, hay ninguneo. Cuando a Ovejero le concedieron el Premio a la Tolerancia recibió una «carta del rectorado diciéndome que me convocaría para una suerte de reconocimiento. Supongo que la cosa era automática, porque en cuanto se enteraron de qué iba la cosa y quién era, no supe más».

Otro de los intelectuales más destacados en la lucha contra el nacionalismo, Arcadi Espada, explica que «los nacionalistas han dividido el mundo entre los que existen y los que no. La discrepancia ideológica consiste en que mañana manda Podemos o el PP y eso fastidiará más o menos a quienes no comparten sus puntos de vista, pero con el nacionalismo es distinto. Sencillamente dejas de formar parte de la comunidad. Los enemigos políticos convencionales te dicen: los tuyos ahora no mandan y te jodes. Los nacionalistas se limitan a decirte que te largues. Esa es una diferencia importante para el discrepante. El nacionalismo, por definición, no tiene oposición. Pero lo más grave no es que los nacionalistas hayan intentado borrarnos, que para algo somos sus enemigos. Lo peor ha sido que los teóricamente no nacionalistas, la gente que desde los gobiernos de España tuvo la posibilidad de proteger a los antinacionalistas en Cataluña, nunca lo hizo, tampoco ahora». ¿Por qué? «Porque el poder español, los políticos, los periódicos, etc., han hecho negocios con los nacionalistas, comerciales unos y políticos otros, el PP y el PSOE. Lo que sorprende es el estado de absoluta indigencia en que han dejado a los contrarios al nacionalismo. Hay una serie de responsables políticos, culturales y económicos que han dejado absolutamente desvalida a la oposición.

El estado de indigencia en que han vivido y viven asociaciones dedicadas a la defensa de la lengua castellana, a la defensa de los valores cívicos... Toda esa gente, lejos de ser celebrada, fue ignorada, y el ejemplo políticamente más claro fue el de Alejo-Vidal Quadras, la única persona que hasta la llegada de Ciudadanos dio fisonomía a la oposición al nacionalismo, y al que liquidaron en el Pacto del Majestic».

Para el dramaturgo Albert Boadella, quizá el primero de los grandes creadores catalanes perseguido por el mandarinato nacionalista, «los distintos gobiernos del Estado han mirado a otra parte por intereses electorales. Si hace 30 años el gobierno central hubiera intervenido en el adoctrinamiento educativo y mediático nada de lo que tenemos hoy hubiera sucedido. El Estado español nos ha dejado solos en manos de los más sinvergüenzas».

El periodista y escritor Ramón de España, habla de «ninguneo». Los nacionalistas «viven en su nube subvencionada y todo lo que está fuera es el mal. Nos despreciamos mutuamente, que es algo muy español. Hay gente que te mira mal, pero no abre la boca. Otros han tenido menos suerte : recordemos el linchamiento a mi amiga Isabel Coixet ».

Al preguntarle por la desatención, Alejandro Fernández reconoce que «la asignatura pendiente del pacto constitucional no es integrar al nacionalismo, que tiene todo, sino proteger a los constitucionalistas que desean expresar libremente sus ideas en Cataluña y el País vasco. Y efectivamente, las élites en Madrid se han sentido históricamente más cómodas paseando con las élites nacionalistas que protegiendo a los humildes y cuasi marginales constitucionalistas, que a veces se han visto como un engorro».

El profesor Ovejero recuerda «la compra de los intelectuales por el pujolismo». «La crítica se ha hecho desde los márgenes», añade, «con historiadores aficionados y periodistas temerarios. Incluso la generación del 50, que despreciaba el nacionalismo, por exquisitos, le reían las gracias. Basta ver su reacción cuando el manifiesto del los 2000».

De vuelta a las aulas añade que los «verdaderos héroes están en los institutos. Allí el acoso es mayor, son menos conocidos y los colegas están más fanatizados. El libro de Antonio Robles, Historia de la resistencia, lo cuenta muy bien».

Uno de estos profesores de secundaria, que prefiere hablar desde el anonimato, explica que «lo peor de la presión hacia el profesor no independentista es que opera como una especie de mano invisible. Se trata del absoluto poder coercitivo, intimidatorio, que provoca la sensación de absoluta unanimidad: los comentarios en la sala de profesores siempre son en la misma dirección, los centros siempre compran la prensa afín al nacionalismo, los sindicatos te bombardean con propaganda en la que se posicionan a favor de conceptos terribles como la «construcción nacional» o la «España opresora»... y después hay otros detalles: directores o inspectores que militan en partidos nacionalistas, que ejercen cargos políticos, que, en el caso de los pueblos pequeños, tienen una enorme influencia en diferentes ámbitos; u otros detalles, más nimios, pero no menos significativos, como el hecho de que se conmine a un alumno a que guarde una bandera española porque se argumenta que está provocando, mientras no se les dice nada a los alumnos que portan simbología independentista; o, por ejemplo, la exigencia de realizar el «Treball de recerca» (Trabajo de investigación) de Bachillerato en catalán, salvo si se realiza una investigación relacionada con la Lengua o la Literatura Españolas, extremo que, en ningún caso, hasta donde yo sé, viene estipulado en la Ley de Educación de Cataluña. Incluso los alumnos expresan su temor por ser penalizados si realizan su trabajo en castellano. Insisto: ningún hostigamiento directo, sino, simplemente, la creación de todo un entramado que te condiciona hasta el punto de no atreverte a decir nada en la sala de profesores que contradiga el discurso dominante. Otro detalle: cuando a principio de curso nos presentamos en los equipos docentes, a pesar de que hay profesores castellanohablantes habituales, todos nos presentamos en catalán, no vaya a ser que le cuelguen a uno el estigma. De hecho, a mí, en una ocasión, medio en broma medio en serio, me dijeron que en los claustros se tenía que hablar en catalán».

Dice Boadella que «la marginación y el boicot a los que no comulgábamos con el nacionalismo empezó en 85. Pujol hizo sus listas. En el mundo cultural significaba el silencio de sus medios de comunicación y la marginación en las instituciones que dependían del partido gobernante. A partir del 2000 hay un cambio sustancial, con la denuncia pública de quienes se oponen al régimen, lo que conlleva la división social y el señalar como traidor a quien se manifiesta en contra. En Cataluña, como en la España franquista, se puede vivir muy bien si no te manifiestas públicamente contra el régimen».

A la luz de las detenciones de los CDR, pregunto al autor de Adiós Cataluña por la posibilidad de que un sector del independentismo degenere a una situación de podredumbre tal que desemboque en el terrorismo: «El nacionalismo es violento de raíz. Su esencia es xenófoba y paranoica al señalar el enemigo común inexistente. Necesita víctimas y mártires para alimentar su fe. La violencia depende de los medios con los que cuente y de la respuesta del Estado».

«Hay que distinguir entre Barcelona y el resto de Cataluña», explica el periodista José María Albert de Paco , «particularmente algunos pueblos del interior, donde el hostigamiento a cualquier forma de españolidad forma parte del ambiente».

«Lugares como Vic, Olot o Berga se parecen cada vez más a lo que, de hecho, ya eran durante el franquismo: santuarios ultras, donde impera el culto obligatorio a la nación. Aunque mitigada por el efecto capital, esa cruzada ha alcanzado Barcelona. Empieza a ser habitual, por ejemplo, que te dediquen una mirada de reprobación por llevar bajo el brazo un diario español, o, cuando se trata de personajes públicos (en un restaurante, por ejemplo) exhibir una mueca de desprecio. Eso habría sido impensable años atrás».

En cuanto al puro secesionismo «la cosa ya no da más de sí y lo saben», remata De España: «Habrá algaradas tras la sentencia –en referencia al inminente fallo del Supremo sobre el “procés”–, hasta que se cansen. Y poco a poco el independentismo volverá al habitual 20%. La manifestación del 1 de octubre en Barcelona ha sido muy significativa: 18.000 ceporros tras los 180.000 del año pasado. Perder el 90% de la tropa en un año es un desastre maquillado por Tv3 y la prensa del régimen. No se puede hacer una revolución con burgueses bien comidos. No basta con egoísmo, racimo y mala baba».