75 cumpleaños de la Reina
Coetáneas de la guerra
No conocieron la guerra, pero tampoco pudieron abrigar recuerdos de los «felices veinte» ni de otras fechas que marcaron la Historia de España. Su crecimiento fue paralelo a una posguerra de hambre y necesidad, de estraperlo y cartillas de racionamiento, de consignas rimbombantes no siempre acompañadas de pan crujiente. Sometidas a una ley que las convertía en menores de edad en cuanto que, no pocas veces siéndolo todavía, se casaban, no podían disponer de su dote, caso de tenerla, ni tampoco abrir una cuenta bancaria, arrendar un local o solicitar un crédito sin el permiso del cónyuge.
No era la única desigualdad. El Código Penal permitía matarlas si incurrían en adulterio. Sin duda, una triste y expuesta suerte –por muy moralizadora que pudiera resultar– que compartían con la hija fornicaria. No tenían posibilidades de cambiar de medias, aunque para eso las llevaban a las mercerías, donde les cogían los puntos. Desconocían el detergente porque para eso estaba el jabón Lagarto. La lavadora no estaba al alcance de la mayoría, pero echaban mano de la tabla de lavar. El planchado de las camisas del marido y de los hijos, confeccionadas con tejidos malévolos y necesitados desesperadamente de almidón lo realizaban con dos pequeños adminículos metálicos y negros que se calentaban alternativamente. Por lo que se refiere al arreglo de prendas, dominaban el arte del zurcido con la ayuda de un huevo de madera, podían volver del revés una camisa y eran diestras en el pegado de coderas y rodilleras. Hoy, la mayoría parecería insoportablemente conservadora, beata y pasiva.
Puede que, efectivamente, pronunciaran una oración a san Judas para dar con un dedal caído de la mano en la incansable labor de costura. También es cierto que su visión de la sexualidad no era precisamente la que se contempla ahora en televisión, incluso en horario infantil. Sin embargo, de lo que nunca se les podrá acusar es de pasividad. Sabían mantener la casa como los chorros de oro, aunque fuera a costa de colocar bajo las plantas de los pies de los familiares aquellos trapos que permitían sacar brillo al pavimento. Llevaban a los hijos repeinados como si fueran pinceles y a los maridos, más limpios que una patena, no recatándose a la hora de poner, cual no digan a aquellas que no cumplían con tan elementales funciones. No dudaban en realizar mil y una tareas mientras el cocidito madrileño repicaba en la buhardilla, como cantó el clásico, o las lentejas, después de un buen expurgado, iban a parar al puchero.
Seguramente, pocas generaciones tuvieron menos que echar al agua hirviendo y pocas llegaron a cocinar mejor. Pero su labor inenarrable no terminaba entre las cuatro paredes de casa. Con su entrega increíble, paralela a la de los que intentaban conseguir que el país arrancara después de una guerra civil y de dos décadas terribles de socialismo con camisa azul, ahorraron millones y millones al contribuyente en jueces, carceleros y policías, siquiera por el empeño que pusieron en enseñar a los hijos a ser buenos y a las hijas a comportarse con decencia.
Cuando llegaron la Transición y el destape, la mayoría se encontró con el pie cambiado, pero supieron adaptarse. Raras eran las que habían ido a la universidad, pero ahora todas intentaron enterarse de lo que era la democracia. Llegaron a aceptar el divorcio y la homosexualidad de los hijos; saltaron de la radio a los programas de telebasura y siguieron, con los matices que se quiera, deseando lo mejor para los suyos. Ahora, con ocasión del aniversario de la Reina, algunos las recuerdan. En realidad, habría que levantarles un monumento por todo lo que, anónima y perseverantemente, han dado a España durante estas décadas.
Paloma O`Shea- Presidenta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía
En su casa, desde bien niña, se respira música. A los cinco años, esta mujer menuda nacida en Guecho (Vizcaya) en 1936 y que preside la Fundación Albéniz aprendió a tocar el piano y, aunque hoy lo tenga un tanto abandonado, tal es la querencia al instrumento que cuando uno de sus hijos se ha casado ha recibido uno como regalo. Hacia Doña Sofía sólo tiene palabras de afecto, respeto y admiración: «La Reina ha sido nuestro principal mecenas por el apoyo y respaldo que ha prestado a la escuela», explica de la institución que lleva su nombre.
- ¿Cómo ve a la generación de mujeres a la que pertenece Doña Sofía?
- La generación de la Reina, siendo también la mía, tengo que pensar y decir que es la mejor, pero eso sería menospreciar a nuestras predecesoras. Lo que sí le digo es que las mujeres de nuestra generación hemos vivido una etapa apasionante de grandes logros y de grandes retos, ante los cuales nos hemos entregado por entero y cuando uno hace todo lo que puede, no está obligado a más.
- ¿Tiene alguna anécdota significativa de alguno de sus encuentros?
- Anécdotas como tal no tengo ninguna. Lo que tengo es la sensación íntima y profunda de su proximidad y de su compromiso con la Escuela y con nuestro país.
- ¿Cómo la valora?
- Doña Sofía, como se dice ahora, es un verdadero «crack». Tenemos mucha suerte de que sea nuestra Reina. No he visto una persona más dedicada a su tarea que ella. Y lo hace muy bien.
- ¿Qué papel cree que desempeña la Reina en el mundo de la cultura?
- Si la Escuela lleva el nombre de Su Majestad la Reina no es, desde luego, por casualidad. Es por que sin su ayuda la Escuela no existiría. La Reina entiende y valora la cultura y además es una gran embajadora de la marca España.
Soledad Lorenzo- Galerista
Soledad Lorenzo, una de las damas del arte, de las mujeres que más sabe de ese mundo de lienzos y aceros que a veces cortan, acaba de cumplir 76 años. Cerró su galería a principios de año y la calle Orfila perdió uno de sus espacios más emblemáticos. Nadie ha ocupado su lugar. Sigue amarrada a la cultura, aunque ya sin las dictaduras de relojes y horarios imposibles. Cuando habla de su generación, que es la misma que la de Doña Sofía, la voz se le vuelve aún más dulce: «Creo que nosotras fuimos las primeras que pudimos hacer cosas ya de manera más natural, abrimos un poco de brecha. Tuvimos que luchar mucho menos que quienes nacieron sólo tres años antes. De alguna manera, yo siento que con los años no maduré,sino que me afirmé. La nuestra fue una presencia de logro. A mí me gusta llamarlo así. Las luchadoras nos precedieron y de ellas aprendimos. Conseguimos nuestras pequeñas victorias en la manera de actuar, en tu modo de vida o en cómo vestías...», recuerda. Con Doña Sofía ha coincidido unas cuantas veces. En su stand de ARCO, tan grande, tan espacioso, se detuvo algunas veces. Y charlaron. De arte, de todo: «Tengo muchísimo respeto hacia ella porque su comportamiento me parece de una seriedad convencida. Es una mujer absolutamente natural. Recuerdo que en una ocasión reunió a un centenar de mujeres y se detuvo con cada una de nosotras. Estuvo extraordinaria en su discurso. Demostró tanta naturalidad», dice, para añadir que «valoro el esfuerzo que hace, su actitud, su personalidad, sus silencios y sus presencias. La respeto mucho, muchísimo».
Soledad Becerril- Defensora del Pueblo
–¿Qué recuerdo guarda del día en que Doña Sofía fue coronada Reina de España?
–La proclamación del Rey, y la Reina como su esposa, significó la instauración de la Monarquía parlamentaria; hecho transcendental en nuestra historia.
–¿Qué supuso para su generación?
–Supuso un cambio importantísimo para España. Los Reyes han jugado un papel decisivo en la Transición.
–¿Alguna anécdota o recuerdo especial que tenga con la Reina?
–Recuerdo la llamada y las palabras de consuelo de la Reina cuando ETA cometió el atentado terrorista en Sevilla y asesinó al teniente de alcalde y a su mujer.
–Una generación como la suya, ¿ya lo ha conseguido todo?
–Hemos conseguido un Estado de Derecho; un país homologable a democracias antiguas muy consolidadas. Un éxito.
–¿En qué aspectos se identifica la Reina, como mujer, con las ciudadanas de a pie?
–La Reina ha sabido estar siempre junto a los españoles, en miles de ocasiones, para apoyarles, darles ánimo y cariño. También para alentar iniciativas y fomentar proyectos de interés. Siempre lo ha hecho con buena cara y saber estar en momentos muy difíciles.
Margarita Salas- Bióloga molecular
Asegura que el hecho de haber sido nombrada marquesa de Canero –su localidad natal en Asturias– hace ahora cuatro años no le ha cambiado la vida ni le hace sentirse más «noble». «Yo sigo haciendo mi trabajo, yendo al laboratorio todos los días, hago mi vida normal... ¡Tampoco voy por la vida exhibiendo el título!», asegura. Pero Margarita Salas sólo tiene palabras de gratitud hacia los Reyes de España cuando se le recuerda aquel detalle. Uno más de una larga lista de reconocimientos, sólo equiparable con la de sus hallazgos científicos. Y la Casa Real siempre ha estado presente. Especialmente la Reina Sofía, con la que coincidió por última vez con motivo de la exposición conmemorativa del tricentenario de la Real Academia, celebrada en la Biblioteca Nacional el pasado septiembre.
Apenas 28 días las separan en la fecha de nacimiento. Misma generación, idénticos problemas. «Las mujeres de entonces teníamos que luchar por nuestra carrera profesional. No era demasiado corriente que la siguiéramos», dice la doctora Salas. En su caso, «tuve la suerte de que mis padres siempre creyeron que tanto yo como mi hermana debíamos hacer una carrera universitaria, igual que mi hermano. No nos discriminaron. Pero no era lo habitual. La mayoría de mujeres se dedicaban a lo que se llamaba "sus labores": atender a la familia y cuidar la casa», asegura. Acabada su tesis doctoral, aterrizó en Nueva York, se puso a las órdenes de Severo Ochoa y, afortunadamente, hoy podemos hablar de una figura capital de la ciencia española, impulsora de la investigación en biología molecular en nuestro país.
¿Cómo es la Reina Sofía en las distancias cortas? «Es una persona muy cercana, amable y agradable. Siempre con ganas de agradar a todo el mundo. Y de conocer cosas. Pregunta mucho, se interesa por todo... Es una persona muy abierta a todo lo que es conocimiento. Como se ha dicho muchas veces, opino que es una gran profesional», afirma Salas. De hecho, la difícil situación por la que pasan los investigadores en nuestro país no le ha sido ajena. «A veces me pregunta cómo va la ciencia en España. Sabe que la situación no es muy buena en estos momentos. Se preocupa por la ciencia, incluidos también sus aspectos biomédicos. Está al día de lo que pasa y de lo que ocurre. Se interesa mucho porque las cosas vayan lo mejor posible. Está muy motivada en ese sentido».
Su nombramiento como marquesa no dejó de ser una muestra más de la admiración que le profesan Sus Majestades. «El hecho de que el Don Juan Carlos tomara esta decisión implica que el Rey también sabe valorar la ciencia», asegura. No en vano, ninguna mujer había recibido hasta entonces un título nobiliario por sus méritos científicos. También en eso ha sido una pionera.
Con información de Gema Pajares, C.S. Macías y J. V. Echagüe
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