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Cómo hemos cambiado: De la España del Bollycao a la de Paquita Salas
La España cuarentona no ha tenido más remedio que aprender a expresarse contando caracteres y a comer sumando calorías. Hemos pasado del aerobic al «mindfulness»
La España cuarentona no ha tenido más remedio que aprender a expresarse contando caracteres y a comer sumando calorías. Hemos pasado del aerobic al «mindfulness».
Suele ocurrir que cuando uno cumple 40, cada vez más gente empieza a llamarle de «usted». Son los que cumple la España constitucional y bien está el «usted» si lo hace disfrutando de una madurez que no habría alcanzado en edades más jóvenes. El mundo que conocimos cuando se aprobó la Carta Magna ya ni existe. Es tan irreconocible como aquella aldea que se encontró al despertar el protagonista de «Rip Van Winkle», un viejo cuento de Washington Irving, después de quedarse dormido durante años bajo la sombra de un árbol.
En lugar de mantenerse agazapada, nuestra sociedad ha querido aprovechar el amparo de las normas que aprobó aquel 6 de diciembre para crecer y llenar ese lienzo en blanco ávido de nuevas vivencias. Al soplar las velas de una imaginaria tarta de cumpleaños, topamos con la primera gran transformación: igual que nos hemos acostumbrado a expresarnos contando caracteres y aprendimos rápido a echar las cuentas en euros, aquí ya no hay quien coma sin sumar calorías. Por cada pedacito de tarta con virutas de chocolate, tendremos que nadar a mariposa al menos media hora.
Después de que los 80 nos llenaran la despensa de grasas trans y la sangre de colesterol del malo, hemos optado por una vida light, aun a costa de quitarle sustancia a las cosas. Hasta el denostado Bollycao regresó a las mochilas con un 50% menos de grasas saturada y un 30% menos de azúcares. Cada día más personas se alimentan exclusivamente de alimentos de origen vegetal. Unas 700.000 en España. El «fast food» lo hemos dejado para las series baratas, que se producen en tiempo récord, se consumen rápido y, como la comida basura, son realmente adictivas. Véase «Paquita Salas» o «La casa de las flores».
Y a pesar de los esplendorosos 80 años de Jane Fonda, hemos cambiado sus entrenamientos de aerobic por el «mindfulness», la última moda de la meditación oriental que hace furor en Occidente, y hemos hecho de la felicidad un objetivo vital. Los años ya no nos hacen viejos ahora que sabemos cómo revertir el envejecimiento con nuevos fármacos, cosméticos, cirugías y una vida saludable. Y quién sabe si entre los invitados a este festejo alguno porta un microchip insertado bajo la piel con el que hace cosas como pagar un viaje en tren o almacenar su historial médico. Unas 10.000 personas en todo el mundo viven ya con él.
Hasta las vacas se han apuntado a la revolución inteligente para evaluar su bienestar y detectar posibles enfermedades. Algunas granjas monitorizan y analizan el comportamiento de los animales en su entorno y miden su temperatura a través de un sistema de imágenes térmicas. En varios establos introducen chips a las cerdas para que envíen la señal de celo a una antena cuando se acerca al macho.
Brindamos porque es nuestra joya de la corona y la queremos en plenitud de forma. Recibe una felicitación especial ese artículo 43 que reconoce el derecho a la protección de la salud. Aunque limitado a lo económicamente posible, nuestro sistema de salud está protagonizando cirugías, tratamientos y trasplantes pioneros. Y nada habría sido igual sin el esfuerzo de los legisladores, que han tenido que adaptarse, desde un plano ético y legal, al progreso de la ciencia. Cuidarse es un nuevo imperativo ante el incremento de la esperanza de vida, la cronicidad de la enfermedad y el elevado precio de los nuevos fármacos. No ha llegado la cura para males que hasta hace bien poco se consideraban un estigma, como el cáncer o el sida, pero ambas se están convirtiendo en una enfermedad crónica. Cada día nos sorprende un nuevo hito. En la carrera espacial, algo se intuye cuando en un festival de música como Sónar cobra protagonismo un desfile de moda con prendas pensadas para un mundo de gravedad cero.
Cuarentona sí, pero la España constitucional presenta su mayor esplendor y aplomo para responder a injusticias como el «cyberbullying» o la dominación del hombre sobre la mujer. Aunque todavía falta igualdad y la violencia de género sigue matando, el movimiento #MeToo ha supuesto un punto de inflexión. Lo peor es que vivimos tiempos líquidos, tan efímeros como un instante. El filósofo polaco Zygmunt Bauman lo expresó con una frase: «Los móviles ayudan a estar conectados a los que están a distancia y permiten a los que se conectan mantenerse a distancia». Ahora que empezábamos a desentrañar la compleja maquinaria del amor y de nuestras emociones, nos perdemos en relaciones insustanciales que a veces ni siquiera trascienden el teclado. Escribir es un sucedáneo de la conversación, decía Carmen Martín-Gaite, que en 1978 promocionaba su última novela «El cuarto de atrás», pero no se refería a esto.
A los 40 hay ropa que ya uno no puede ponerse y aumentan los desasosiegos. Aparte del paro, las dos mayores preocupaciones son el terrorismo islamista y el cambio climático. Batimos récord de concentración de gases con efecto invernadero y empezamos a sufrir el brutal impacto que va a tener en nuestras vidas: meteorología extrema, subida del nivel del mar y peor acceso a los recursos como el agua y los alimentos.
Tirón de orejas también a la educación. A pesar de las continuas reformas, hay muchos déficits que nos dejan en pésimo lugar en los informes Pisa, el examen de referencia a nivel mundial y arma arrojadiza entre partidos políticos. Al menos nuestra pericia en las chuletas es indiscutible. Qué lejos están aquellos papelitos dentro del bolígrafo o los cambiazos de folio de última hora. Hasta los pinganillos han quedado obsoletos frente los relojes con Bluetooth que se conectan al Smartphone y permiten el acceso a todo el contenido.
De las cosas de entonces, pocas quedan aún imperecederas: el reinado de Isabel II, nuestros descalabros en el festival de Eurovisión y el gusto por el cotilleo, aunque nos lo sirvan cada día en formato más vulgar. Este cumpleaños nos invita a una parada en el ritmo de los acontecimientos y un nuevo encuadre para iniciar la madurez que exige estrenar década.
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