Pilar Ferrer
Cristina Cifuentes, marcada por su pasado
Llegó a Alianza Popular con tan solo dieciséis años y se afilió a Nuevas Generaciones. Desde entonces, Cristina Cifuentes tuvo una carrera meteórica en el PP de Madrid, cuyas entretelas conoce como nadie. Es evidente que la actual presidenta madrileña no llegó ayer a la formación que durante tantos años gobernó con holgada mayoría absoluta esta Comunidad, pero también es cierto que hasta la fecha nunca ha sido imputada en asuntos de corrupción.
El dardo envenenado de Francisco Granados ha sido enorme y coloca a Cifuentes en una situación inesperada. Rodeada de un núcleo duro que la defiende con fervor, otros en el partido denunciaban su ambición y algunas deslealtades. A pesar de su pasado en Alianza Popular, siempre fue de moderna, agnóstica y abanderada de causas «progres» como el matrimonio gay. Una especie de chica adelantada a su tiempo, algo «rojilla» y sobrada, en opinión de sus críticos. Por el contrario, para sus leales, era incluso la mejor situada para suceder a Mariano Rajoy.
En política, como en todo en la vida, es difícil borrar a los protectores del pasado. Y Cifuentes tuvo tres de peso: Alberto Ruiz-Gallardón, Ignacio González y Esperanza Aguirre, quienes la auparon en diferentes momentos. Retirados Gallardón y Aguirre de la vida política, defenestrado Ignacio González, ella no tuvo reparos en renegar de algunas actuaciones y convertirse en el mayor azote contra los asuntos turbios de su partido. Era una especie de guerrillera sin freno, olvidando tal vez que en otros tiempos la ayudaron. Ello, desde luego, no justifica en absoluto las diatribas de Paco Granados, claramente manchado en aras de una huida hacia adelante para su defensa. Pero viene a demostrar que la discreción y prudencia son a veces más rentables que el ataque a los antiguos compañeros. Sabido es que no hay peor cuña que la de la misma madera.
Cifuentes se querella y está en su derecho, mientras su socio de gobierno, Ciudadanos, que la sostiene por la mínima, la mira con lupa. Nadie duda de que Francisco Granados es un hombre ferozmente dispuesto a atravesar líneas rojas. Pero también dice un refrán que cuando todos se conocen, los riesgos a correr deben ser mínimos.
Cristina fue intrépida, osada y valiente, sin atisbar que en esta fauna política los lobos heridos quieren morder la presa. Unos la veneran como una lideresa implacable contra la corrupción, otros la censuran haber olvidado pronto sus apoyos de antaño y, además, pretender aparentar que era una neófita recién llegada al partido. Su pasado, hasta ahora limpio, es el que es sin discusión. Su presente y su futuro dependen de que las acusaciones de un bravucón se conviertan en pruebas de rigor.
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