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Dentro de un orden

La Razón
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La sociedad catalana vive actualmente un momento marcado por el oportunismo político. Por tanto, pueden descifrarse en clave oportunista muchas de las reacciones que van a darse ante la abdicación real. El planeta nacionalista de la región, llevando el agua hacia su molino, recibirá la noticia como una parte del mundo mágico y contrafactual en el que vive. Al fin y al cabo, no deja de ser un modo de pensamiento mágico aquel que piensa que por nacer en un trozo de tierra concreto debe disponerse de unas características y unos privilegios diferentes al resto de los humanos. Por ese camino, oiremos cosas y argumentos formidables, increíbles. Se citarán los trescientos años que se cumplen de los hechos de la Guerra de Sucesión de 1714. De una manera irracional y supersticiosa, se intentarán hacer parangones numéricos y onomásticos con el hecho de que fuera un Felipe V quién despojara a la región de sus privilegios y ahora, justo tres siglos después, llegue un Felipe VI.

Estamos hablando de un mundo –el nacionalista– que pasea a ex presidentes con alzhéimer por los mítines políticos o que asegura con delirio y deleite que los antisistema de Can Vies son infiltrados gubernamentales venidos para sabotear la imagen frente a Europa de su proceso de independencia. Es un mundo de médiums de la imaginaria voluntad popular y de símbolos rudimentarios que, cuando la realidad niega sus anhelos, prefiere ignorarla e inventar explicaciones insensatas hechas a medida.

Otra parte de los catalanes recibirá el cambio de Jefe del Estado como el resto de España, al igual que recibe diariamente muchas otras cosas. Esa otra parte –la que no vive víctima de los símbolos– percibirá claramente que el Rey tenía detrás precisamente un simbolismo heroico: el hombre que nos devolvió la democracia y se enfrentó al golpe de Estado que quería quitárnosla. Por eso percibirá también con satisfacción que su hijo va a ser el primer monarca plenamente profesional, inscrito desde inicio en la monarquía constitucional. Y es un hecho objetivo que esa monarquía constitucional ha provocado la mayor época de estabilidad, progreso y desarrollo económico en la historia de nuestra península.

El cambio se realiza dentro de un orden legal y pacífico y eso es difícilmente objetable. La parte menos zafia del oportunismo regional es probable que incluso quiera aprovechar la coyuntura con argumentos que le sirvan para, tímidamente, intentar salir del paso de ese callejón sin salida en que se han metido. Con el mismo escaso fundamento que los parangones entre Felipes, se especulará sobre si un rey más joven puede ser, por moderno, sensible a un proceso de independencia regionalista: más dialogante, quienquiera que sepa lo que pretenden significar con eso.

Ese tipo de oportunismo tibio suele buscar coartadas donde no las hay, y lo preocupante es pensar que parecería gustarle que existieran de ese tipo. Olvida que lo grande del sistema de monarquía constitucional es precisamente que el rey no gobierna; cualquier iniciativa legislativa o ejecutiva debe hacerse desde el gobierno libremente elegido por todos los españoles. El Rey no tiene por definición margen de maniobra. El nacionalismo, en realidad, quiere pensar, a través de esas maniobras imaginarias, que el orden se les podría acercar, sin darse cuenta de que inconscientemente solo escenifican las ganas que tienen ellos de volver al orden legal y alejarse del enorme lío en que se han metido con el proceso soberanista. Huir, salvando de alguna manera la cara, aunque sea a costa de perseguir con cabezonería simulacros de urnas sin seriedad. Siempre antes de que el peso de la maquinaria constitucional les pase por encima.

En Cataluña, el lugar donde últimamente se ha llevado la falta de respeto a la veracidad histórica a un punto sin precedentes que avergonzaría hasta a los adaptadores de Hollywood, hay algo que costará digerir a algunos. El hecho de que todo el proceso se lleve a cabo dentro de un orden al que los catalanes pertenecemos por voluntad propia. Algo un poco olvidado por esa sorda actitud milhombres de algunos cuya vida política parece depender de marcar la agenda con declaraciones e iniciativas extravagantes y legalmente discutibles.