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Desmontando la coartada de Manikkalingam

La Razón
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Expertos antiterroristas, consultados por LA RAZÓN, han señalado que la versión dada ayer por los «verificadores» en la Audiencia Nacional no deja de ser una «mala coartada», dado que no se ajusta a las formas de actuar de ETA ni las medidas de seguridad y clandestinidad que mantienen sus miembros, según ha quedado acreditado en las últimas detenciones realizadas en Francia y en otros países.

A este respecto, citan los siguientes extremos, que demostrarían que se trata de una versión montada para evitar contar la verdad. Si fuera cierto lo que narraron habría que empezar a dudar si los que les citaron actuaban bajo la supervisión de la «dirección» de ETA o era un montaje, de algún sector del separatismo vasco (¿la kale borroka, terrorismo callejero, registrada ayer en Bilbao puede ser una primera respuesta a la pantomima) con el fin de «vender» que ya se ha iniciado el «desarme».

1. ETA no cita nunca a nadie con tanto tiempo de antelación en un punto concreto. No lo hace, porque en ese periodo los Servicios de Información de las naciones implicadas en la lucha contra el terrorismo pueden enterarse de ello y pedir a Francia que monte una operación para detener a los pistoleros implicados.

2. No existe cita previa de seguridad. Es algo habitual en la banda para comprobar que las personas con las que se van a reunir llegan con «rabo» (seguimientos policiales) o están «limpios». A la cita se seguridad sigue siempre una segunda, que es en la que, una vez comprobado que no hay peligro para los terroristas, se produce el contacto.

3. Los «verificadores», personas conocidas por haber salido sus fotografías, no sólo en la Prensa española, sino en la de toda Europa, pudieron viajar a cara descubierta por las calles de Toulouse. Es decir, que si un juez español, en colaboración con los de Francia, así lo decidiera y los «verificadores» lo aceptaran (ayer dijeron estar dispuestos a colaborar con la Justicia en todo momento) podrían identificar fácilmente el edificio donde se montó el «tenderete».

4. ¿Cuántas vueltas dieron por Toulouse para que el conductor terrorista, con sus gafas y gorro –muy de película pero impropio de ETA– comprobara si eran seguidos? Muy seguro debería estar y eso es algo sencillamente increíble entre los miembros de la banda, que han llegado a desmantelar ellos mismos un «comando» porque alguien les fallaba a una cita o no respondía a una llamada telefónica de seguridad.

5. La versión sobre la exposición de las armas y su posterior desaparición en una caja de cartón, no se sostiene. Además, los «verificadores», según su versión, actuaron con una gran negligencia. ¿Por qué no comprobaron el número de serie de las armas, o, si éste había sido borrado, consignaron esta circunstancia, como prueba de que habían realizado la gestión? No consta que preguntaran cuántas armas tienen de los distintos modelos expuestos en el «tenderete»; si la banda guarda otras de otro tipo, como misiles, morteros de largo alcance y potencia, etcétera.

6. No explicaron cómo abandonaron el piso, si ETA les marcó algún tiempo de espera antes de salir a la calle, porque se supone que volvieron a la estación por sus propios medios, sin el citado conductor-terrorista del gorro y las gafas que les había llevado hasta el inmueble. Algo impensable en ETA, que también se cuida de este extremo como medida de seguridad.

8. La banda criminal ha demostrado, a lo largo de su siniestra historia, que cuida mucho las escenificaciones, tanto en la lectura de comunicados (con armas o sin ellas), entrevistas o demostraciones armadas, como la del monte Arichulegui, durante un «Gudari Eguna» («Día del Soldado Vasco»). Lo de Toulouse (si es que fue allí), es, a este respecto, una chapuza desde el primer momento. El banderín con el Bietan-Jarrai, en plan tenderete de venta de recuerdos turísticos; el silencio que en todo momento guardan los terroristas, que podían haber aprovechado una ocasión tan mediática como ésa, difícil de repetir, para lanzar alguna de sus soflamas; y su desaparición, con una caja de cartón llena de armas y explosivos debajo del brazo, sin más comentarios. Lo del sellado y firma de los «verificadores» resulta tan chapucero e improvisado que es impropio, insisten las fuentes consultadas, de las formas de actuar de una banda que se considera llamada a salvar el País Vasco y llevar a su pueblo a la auténtica libertad.

9. La conclusión es que los «verificadores», lejos de cumplir con la misión que da nombre a la comisión a la que pertenecen, limitaron su acción a un visionado de lo que unos encapuchados les quisieron enseñar. Se dieron por satisfechos, no se sabe si por aquello de «coge el dinero y corre» o porque se dieron cuenta tarde de que estaban en medio de una encerrona.

10. Resulta impensable que «conflictólogos» tan eminentes y experimentados como dicen ser los miembros del CIV hayan «verificado» y avalado un desarme con una visita de minutos a un piso, la visión de un tenderete, un par de cartas recibidas y promesas de palabra, que tienen la fuerza que le quiera dar quien las emitió.