Nacionalismo
El fantasma de la identidad nacional
A pesar de que han pasado 40 años desde el fin del franquismo, muchos españoles no se sienten cómodos con la idea de España y sus símbolos.
¿Por qué los españoles hemos tenido tantas dificultades a la hora de definir y vivir con naturalidad nuestra identidad nacional, nuestra ciudadanía de españoles? Esa es la pregunta básica a la que intenta responder «Sueño y destrucción de España». La respuesta más sencilla es que los símbolos nacionales y la idea misma de España fueron politizadas por la dictadura de Franco. Ahora bien, la dictadura se acabó hace cuarenta años, y la democracia y la economía españolas han sido un éxito rotundo. Nuestra sociedad es una de las más prósperas, dinámicas, abiertas y tolerantes de la tierra. Aun así, muchos españoles no se sienten del todo cómodos con su ciudadanía. El contenido de la palabra España sigue siendo polémico y no suscita el acuerdo general que sería de esperar.
«Sueño y destrucción de España» avanza una explicación nueva. Está relacionada con el concepto de nacionalismo, una palabra escurridiza y tramposa como pocas. El nacionalismo puede ser definido como una ideología y un movimiento político encaminados a construir la nación. En este caso, el problema de la definición se traslada a la palabra nación. Efectivamente, el objetivo del nacionalismo puede ser la construcción de una nación moderna, constitucional, pluralista, la de los ciudadanos con derechos y deberes: las naciones políticas tal como se empezaron a construir en el siglo XIX. O bien puede ser una nación bien distinta, formada por un grupo étnico o cultural. Este grupo aspira a monopolizar el término nacional mediante la exclusión y la depuración de todos aquellos que no comparten ciertos rasgos: es el nacionalismo surgido a finales del siglo XIX, para aliviar y resolver las ansiedades que provocó la crisis de aquellos años trágicos.
Una respuesta a la crisis
Si se confunden las dos formas de nacionalismo, resulta imposible distinguir el «nacionalismo» de Churchill del «nacionalismo» de Hitler. En una perspectiva española, liberales como Martínez de la Rosa, Pi y Maragall, Castelar o Cánovas quedan equiparados a José Antonio Primo de Rivera o Francisco Franco. Por eso, en «Sueño y destrucción de España» el nacionalismo sólo se utiliza en el segundo sentido: como la respuesta a la crisis de finales del siglo XIX. Fue una crisis general de la conciencia europea, que afectó a la política (la crisis del liberalismo), la cultura (la crisis de la razón), la religión (con el avance de la secularización), el arte (con fórmulas radicalmente nuevas) y a la estructura misma de la identidad personal (con el descubrimiento del inconsciente). La crisis también pone en juego el concepto de nación y de Estado, que ya no pueden ser definidos según los parámetros del siglo XIX. El nacionalismo es, de hecho, un movimiento revolucionario encaminado a acabar con la nación liberal, la nación de los derechos y las libertades y sustituirla por otra nación, excluyente e intolerante.
En nuestro país, llamamos «crisis del 98» a la forma española de esta crisis general. Es la misma, con las mismas cuestiones de fondo en juego, y con respuestas similares en todos los campos: desde el político al estético. Una de esas respuestas es precisamente el nacionalismo. Y así como el nacionalismo empieza a surgir en Francia, en Italia, en Alemania y en muchos otros países europeos, también aparece en España. Aquí a los nacionalistas los llamamos «regeneracionistas». «Regeneracionismo» es el nombre que damos al nacionalismo español, que aparece, como es natural, al mismo tiempo que el nacionalismo catalán o que el vasco y, como también es natural, con los mismos rasgos que tiene el nacionalismo en todas partes. Lo propio del regeneracionismo es la ansiedad nacida ante la idea de que la nación que ha construido el liberalismo, el sistema de los derechos humanos y de la libertad, está a punto de desaparecer por degenerada, por corrupta y por falsificadora de la auténtica naturaleza del verdadero pueblo. Sólo el nacionalismo –el regeneracionismo en nuestro caso– puede expresar esta identidad sin traicionarla.
La peculiaridad española –compartida con otros países europeos, como Francia– es que aquí el nacionalismo español, el regeneracionismo, no tuvo éxito y no consiguió transformarse en un movimiento político capaz de sustituir al régimen liberal. La Monarquía constitucional resistió hasta que la incapacidad de reformarse condujo a nuevas experiencias: la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la dictadura de Franco después de la Guerra. En todas ellas el regeneracionismo, es decir el nacionalismo español, jugó un papel fundamental. Y todas van dirigidas contra la nación liberal y constitucional, con argumentos similares: siempre la misma negación de la diversidad, del diálogo, del pacto... en el fondo, de la racionalidad y de la política. Para entender el sentido cabal y la gigantesca influencia del movimiento, conviene comprender que el regeneracionismo, es decir el nacionalismo español, no es sólo político. También tiene una dimensión filosófica, espiritual y estética, que investigaron con extraordinaria brillantez algunos de los más grandes artistas, escritores y pensadores de la época, desde Unamuno a Falla pasando por Ortega, Maeztu y Giner de los Ríos.
La muerte de Franco, el final de la dictadura y la reinstauración de la Monarquía, ahora parlamentaria, con la llegada de la democracia liberal a nuestro país, dieron la ocasión de acabar de una vez con esta tradición nacionalista que hacía del fracaso de la nación liberal moderna el eje de toda su acción. Era el momento adecuado para pasar página, dejar atrás una historia torturada y emprender un camino nuevo, que recogiera lo mejor de la gran tradición española y lo insertara en una modernidad a la que nuestro país nunca había sido ajena. Así se hizo en múltiples campos y el espectacular éxito español de los últimos cuarenta años lo atestigua con creces.
No ocurrió así, sin embargo, en cuanto a la reflexión sobre España y la nacionalidad española. En vez de superar el discurso regeneracionista, las elites intelectuales y académicas españolas –las que elaboran el marco del discurso político– volvieron a reanudar con el fondo del regeneracionismo, es decir del nacionalismo español. Y partieron otra vez de la misma constatación básica: la del fracaso del liberalismo y de la nación moderna española. Así que para alejarse del nacionalismo de Franco, se han utilizado los mismos argumentos que la dictadura de Franco utilizó para hacer la crítica del régimen y de la nación liberal, que serían, según esto, una construcción –ahora se dice relato, o narrativa– artificial y postiza, como antes lo fue la «revolución burguesa», también fracasada en nuestro país... El gigantesco malentendido, más o menos voluntariamente sostenido durante más de cincuenta años, ha pesado como una losa en la vida española. Ha impedido formular una idea clara de España. Ha socavado la identidad nacional de los españoles. Ha dificultado la expresión de la lealtad nacional y los grandes consensos nacionales. Ha hecho casi imposible la comprensión de la historia de España, convertida en la historia de un fracaso. Ha bloqueado la expresión política de posiciones morales básicas, como la condena del terrorismo nacionalista. Y ha introducido a España en un interminable proceso de construcción nacional, del que parece que nunca logramos salir. Esa es la raíz de lo que muchas veces llamamos los complejos de los españoles a la hora de hablar de nuestra nacionalidad y nuestra ciudadanía.
Las cosas podrían estar a punto de cambiar. El experimento de construir una democracia liberal sin nación que la sostenga está dando sus últimos coletazos. Hemos apurado el discurso antinacional –es decir nacionalista– hasta el final. La propia sociedad española pide con claridad un marco estable, consensuado, sensato, que permita comprender la realidad como es, sin populismos, ni radicalismos, ni pulsiones destructivas, ni ideales utópicos, y que haga posible la perpetuación del pluralismo, del diálogo y de la integración. Eso es la nación, la nación española.
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