PP
El gran problema del día después
A finales de 2011, Artur Mas afirmaba en la televisión pública catalana que consideraba que iniciar un proceso independentista era «un planteamiento a corto plazo que, además de todos los problemas que tenemos dentro de Cataluña, partiría, dividiría el país en dos». Esto es, precisamente, lo que ha conseguido el que ha sido el presidente de la Generalitat más dañino de toda nuestra historia democrática. En cuatro años, no sólo nos ha dado buena muestra de sus incoherencias y contradicciones, sino que ha arrastrado consigo al conjunto de la sociedad catalana.
Juntos por el Sí ha ganado las elecciones autonómicas, pero ha perdido el plebiscito que había inventado según sus propias reglas. A pesar de ello, las consecuencias de las elecciones no pueden ser peores para el conjunto de los catalanes: una sociedad rota, con unas instituciones ingobernables e incapaces de hacer frente a los verdaderos problemas que tienen los catalanes.
La política catalana ha llegado a unos niveles de surrealismo inaudito que, lamentablemente, creo que no hará más que crecer en los próximos meses. Aún no sabemos quién –o quiénes, siguiendo la última y estrafalaria propuesta del gobierno coral– será el próximo presidente de la Generalitat. Lo que sí sabemos es que, sea quien sea, estará en manos de la CUP, un partido antisistema que tiene como objetivo romperlo absolutamente todo, un caballo de Troya que pretende cargarse las instituciones desde dentro. Llegados a este punto, lo que menos debería importarnos son todas las escenificaciones, declaraciones y contradeclaraciones que habrá hasta que salga investido el nuevo presidente de la Generalitat, si es que esto llega a producirse. El gran problema empezará el día después.
¿Qué programa electoral va a aplicar el nuevo Govern? ¿Qué políticas sociales, económicas o fiscales va a poner en marcha? ¿Las de Convergència, las de ERC o las de la CUP? ¿Suprimirá los conciertos escolares o los mantendrán? ¿Subirá o bajarán nuestros impuestos? ¿Dejarán de pagar la deuda como propone la CUP, hasta que nadie nos dé crédito y sumamos Cataluña en la bancarrota?
Éste es el resultado de haber concebido una coalición contra natura, unida únicamente por la voluntad de iniciar el camino hacia la ruptura de Cataluña del resto de España. Un proceso independentista que, en primer lugar, no lleva a ninguna parte y, en segundo término –y más importante aún–, no es lo que quieren la mayoría de catalanes, como ha quedado demostrado en las urnas. Pero mientras ellos están concentrados en su «proceso», Cataluña –la Cataluña real– no se para y los catalanes siguen teniendo problemas por resolver: 560.000 personas en el paro, 1.000 niños iniciando el curso escolar en barracones, plantas de hospitales cerradas, seguimos siendo la comunidad más endeudada de España y sobrevivimos gracias a las ayudas que llegan del Gobierno de España. ¿Todo esto lo van a arreglar creando estructuras de estado?
Los catalanes esperan que estemos a la altura y esto pasa en primera instancia por reconocer que Cataluña es plural, que nadie puede hablar en nombre de todo el pueblo catalán. Estoy convencido de que la mayoría de los catalanes creen que ha llegado el momento de abandonar el eterno debate independentista que ha tenido secuestrada a la política catalana durante los últimos cuatro años. Desean un gobierno que se dedique a hacer aquello por lo que ha sido escogido: gobernar.
Éste es también el deseo del Gobierno de España: tener en frente de la mesa a un Gobierno de la Generalitat con quien se pueda dialogar, negociar e incluso discutir, pero siempre desde la lealtad institucional y de acuerdo con las leyes que nos rigen a todos. En este marco, se puede hablar de todo. Ahora que la situación lo permite, se puede hablar de un nuevo sistema de financiación más beneficioso para el conjunto de las comunidades autónomas de España, especialmente aquellas que más aportamos, como Madrid o Cataluña. Se puede abordar incluso una reforma constitucional, desde la serenidad y el consenso, que dé respuesta a la nueva realidad social, económica y territorial de nuestro país.
Aunque con el nuevo Gobierno de la Generalitat parezca prácticamente imposible, el Partido Popular de Cataluña no cejará en su empeño de construir puentes y conseguir la reconciliación entre catalanes y con el resto de españoles. Nuestros 11 diputados, que demuestran la tendencia a la recuperación de nuestra formación respecto a las previsiones de hace tan sólo diez semanas, son una buena base para articular un nuevo proyecto de defensa de todos aquellos catalanes que quieren seguir siendo españoles.
En este camino, confío en tener como compañeros de viaje a partidos como Ciudadanos y al Partido Socialista. Debemos dejar de lado personalismos e intereses partidistas y actuar conjuntamente para acabar con la locura en la que se ha convertido la política en Cataluña. Es mucho el trabajo por hacer, pero los catalanes han de sentir que sí que hay políticos en el Parlamento de Cataluña que apuestan por el diálogo y por construir, por ocuparse de sus problemas y no por gastarse el dinero de todos en utopías que no nos llevan a ninguna parte. Es nuestro deber y nuestra responsabilidad.
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