DGT
El «guasón» despachador de todas las crisis
Gregorio Serrano, director de la DGT, se encuentra en el ojo del huracán por su gestión durante el temporal, pero no es la primera vez que sobrevive a una polémica
Gregorio Serrano, director de la DGT, se encuentra en el ojo del huracán por su gestión durante el temporal, pero no es la primera vez que sobrevive a una polémica.
Ha experimentado estos días la rigidez que antecede a un estallido y las consecuencias de este. Es hermano de la cofradía del Calvario y «muy de Sevilla», donde nació en 1967 y a la que se siente casi sanguíneamente unido. Gregorio Serrano aceptó en 2016 un cargo, el de capitán de la Dirección General de Tráfico (DGT), con cargas implícitas como la lejanía. Pero las obvió, pese a ser navegante aficionado y conocer la importancia del mando de la nave. Optó por seguir la operación retorno de las vacaciones navideñas desde su despacho de la capital hispalense con las alarmas activadas y sin prever que la nieve podía jugarle una mala pasada dejando a viajeros atrapados en sus vehículos durante horas. «Se ha dicho que estaba en el palco viendo el derbi Sevilla-Betis, pero no es cierto. No es aficionado al fútbol. Sí muy familiar (tiene dos hijas) y por eso quiso pasar el Día de Reyes en casa», aclaran desde su entorno. Ya lo había desvelado él mismo en su perfil de Twitter, que autogestiona, con un tono de sarcasmo que no contribuyó a amainar la tormenta, como no lo hicieron sus explicaciones previas en las que lanzó reproches hacia los conductores por haberse lanzado a la carretera en pleno temporal y hacia la concesionaria de la AP-6.
No es la primera vez que sus acciones encuentran eco en los medios y que el popular se hace el sordo. Ya ha sufrido caídas y metamorfosis. Doctor en Derecho Constitucional, es profesor universitario y aficionado a la historia, sobre todo a las batallas y en especial a la Segunda Guerra Mundial, y le gusta que, más allá del círculo íntimo, lo llamen por su nombre, sin diminutivos. Ni Goro ni Gori. Y eso que para los que lo consideran uno de los suyos es un hombre «simpático», «gracioso», «guasón hasta para reírse de sí mismo». Adjetivos que los que compartieron tiempo con él en la bancada de la oposición municipal transforman en «desahogado». Logró ajustarse el fajín de concejal en el Ayuntamiento sevillano durante más de una década y a veces contra todo pronóstico. Tener la capacidad de congeniar con sus superiores puede tener que ver. Era íntimo de Jaime Raynaud, llamado a ser el candidato popular a la Alcaldía sevillana en 2007 hasta que un entonces todopoderoso Javier Arenas decidió hacer público la tarde de Corpus de 2006 que no lo sería. Lo fue el actual ministro del Interior: Juan Ignacio Zoido. Serrano «podía incluso haber aspirado a sustituir a Raynaud», apuntan fuentes del PP, pero «no embrolló». Se rehizo para salir del ostracismo hasta que «encajó» con el nuevo jefe, con el que luego incluso «trabó amistad». Volvió a ser de la cuadrilla de dirección. Zoido lo convirtió en un concejal multitarea al colocarlo al frente de los negociados de Empleo, Economía, Turismo y Fiestas Mayores. Un regalo envenenado. De un lado le permitió ponerse a los mandos de la locomotora municipal, el turismo, y ocuparse de materias tan agradecidas como la Feria de Abril o la Semana Santa. De otro, lo obligó a lidiar con las imposibles cuentas de la judicializada Mercasevilla, lo que le costó disgustos impensados como pintadas amenazantes en su vivienda; a echar el cierre a una deficitaria televisión local, dejando a medio centenar de personas sin empleo, con algunos de los cuales se hizo una fotografía y «se fue de cervezas» el día del adiós; y a clausurar algún otro «coladero de amiguetes», en una definición aportada desde la oposición. Píldoras amargas que engulló aparentemente para nada porque el «zoidismo» pasó de conseguir una histórica mayoría absoluta a perder las elecciones. En el impasse que transcurrió hasta el nombramiento de Zoido como ministro, ambos demostraron ya que podían ser políticamente incorrectos, como cuando aceptaron una invitación de la Armada a pasar unos días de lujo en el buque-escuela Juan Sebastián Elcano. Zarparon. Hubo titulares. Y qué. Serrano desembarcó después en la DGT, según los que lo conocen bien, incluido el ministro, por su «capacidad de trabajo» y su «facilidad para integrarse en equipos». Aseguran que en el consistorio «mantuvo a gente que estaba con el Gobierno del PSOE» y cuentan que «aún celebra una comida con ellos en Sevilla». Lo mismo ha hecho en Tráfico: «Tampoco se ha llevado a nadie, han permanecido los que se encontraban allí cuando llegó, que lo respaldan porque, aunque es exigente y riguroso, es de trato afable», desvelan las fuentes consultadas.
Esa desarmante habilidad para manejarse en las distancias cortas no ha impedido que haya tenido que afrontar varias crisis que de momento no le han hecho morder el polvo. Antes del terremoto de la nevada, se vio envuelto en una presunta cesión irregular de una vivienda de la Guardia Civil por la que toda la oposición exigió la comparecencia del ministro en el Congreso. Un cuerpo al que intentó hacer un «favor» en su etapa en el ayuntamiento, mediando para que Fitonovo, empresa sobre la que gira el caso judicial «Madeja», instalara un «parquecito» infantil en un acuartelamiento. Cómo negarse, tratándose de la Benemérita. Tampoco pasó inadvertida su promoción en el apartado sevillano de Fitur de una muestra sobre la Sábana Santa... de Turín. Ni su contribución a desarmar retóricas bienintencionadas cuando en la campaña de las municipales de 2011 aseveró que si el PP no ganaba, se retiraría porque el sueldo de edil en la oposición no le alcanzaba para sus gastos, entre ellos los paseos en barco (en Madrid cobra más de 85.000 euros brutos anuales). Falta por ver cuál será el siguiente puntal en el cerco que tiende en torno a sí mismo. A salir airoso otra vez no le ayudará el aumento de las víctimas mortales en las carreteras. Tal vez le convendría hacerse con un «kit anti resbalones». Siempre le quedarán los viernes de tabernerío sevillano.
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