Elecciones autonómicas

El pacto que sí cambió España

En el pueblo de El Tiemblo, donde se ubican los Toros de Guisando, sorprendió la «ironía» de Rajoy

Un grupo de jóvenes se fotografiaba el pasado viernes con las cuatro esculturas, pertenecientes a la Edad de Hierro
Un grupo de jóvenes se fotografiaba el pasado viernes con las cuatro esculturas, pertenecientes a la Edad de Hierrolarazon

En el pueblo de El Tiemblo, donde se ubican los Toros de Guisando, sorprendió la «ironía» de Rajoy

Son las 17:30 horas del viernes. El conjunto escultórico de los Toros de Guisando está abierto al público de forma gratuita. «¿Les suena haber escuchado esta semana alguna mención a los toros?», preguntamos. «El caso es que sí... ¿quién fue?», responde Ricardo, que junto a su mujer, Rosa, se están fotografiando con las esculturas. «¡Ah, es verdad! Rajoy... Pero no, no ha influido», bromea. «Venimos de Zaragoza y habíamos planificado este viaje por Ávila desde hace tres meses», añade. Sea como fuere, la mención que realizó esta semana el presidente del Gobierno al pacto que se celebró en este enclave durante la sesión de investidura de Pedro Sánchez no ha pasado desapercibida en el pueblo abulense de El Tiemblo, municipio que acoge en sus afueras uno de los monumentos más antiguos de la Península Ibérica. Primero, acogieron la referencia con extrañeza. Después, con satisfacción. «Lo vi en directo. Tuvimos que escucharlo dos veces para acabar de entenderlo. Pero el presidente es gallego y echó mano de la ironía», dice Rubén Rodríguez, alcalde del PP de esta localidad turística de unos 5.000 habitantes.

«Ese gran pacto histórico que los niños estudiarán en las escuelas, sólo comparable al de los Toros de Guisando», dijo Rajoy el pasado miércoles, en referencia al fallido acuerdo entre PSOE y Ciudadanos. «Igualito...», comentan con sorna en el pueblo. La Historia nos sitúa en septiembre de 1468, con un reino de Castilla dividido entre los partidarios de Juana de Trastámara y los de la infanta Isabel como posibles sucesoras al trono que ocupaba Enrique IV. El monarca debía elegir entre la primera, hija ilegítima –fue conocida como la «Beltraneja» al ser concebida por el noble Beltrán de la Cueva, mientras que Enrique era llamado «el impotente»–, y la segunda, su hermanastra. Al final optó por los lazos de sangre. No sin el recelo de Isabel –la leyenda dice que el pueblo de El Tiemblo recibe su nombre porque Isabel «temblaba» ante las intenciones de su hermano–, ambos se acabaron citando en la venta de los Toros de Guisando. Aún quedan algunas piedras de esta venta situada junto a las cuatro esculturas de granito elaboradas en torno al siglo II a.C. por el pueblo vetón, «una de las poblaciones celtas más guerreras», relata Rodríguez. Al juntarse ambos, Isabel se arrodilló ante Enrique. Su hermanastro la levantó al instante. «Una infanta de Castilla no se arrodilla ante nadie», le dijo. Isabel sería la futura reina de Castilla.

¿El resultado? Casi nada. Lo que vino después es de sobra conocido. «Un momento clave en la historia de España. Aquel pacto evitó guerras y lo cambió todo. En un momento en el que las mujeres tenían tan poco peso en la sociedad, fue una reina la que acabó unificando los reinos. Sin olvidar que Isabel fue la que de verdad apostó por el descubrimiento del Nuevo Mundo. Sin aquel pacto no existiría la España actual. La mención de Rajoy pone de manifiesto su cultura histórica, reconociendo este sitio como el lugar en el que se firmó el pacto más importante de nuestra historia », dice el alcalde. No precisamente como el acuerdo PSOE-Ciudadanos, «sin fuerza, sin votos y sin posibilidades si no hay acuerdo con alguno de los grandes partidos: del PP, el partido que ha ganado las elecciones mal que les pese a muchos, o de Podemos, que ha entrado con muchísima fuerza», añade. Ni que decir tiene que los cuatro testigos de piedra de aquel pacto crucial suponen un orgullo para El Tiemblo: todos las primeras quincenas de septiembre, los habitantes del municipio recrean, vestidos de época, aquel momento ocurrido hace casi 550 años.

Se desconoce por qué los vetones edificaron los toros. Algunos sostienen que constituían una suerte de «amuleto» para proteger al ganado, clave de su subsistencia; otros afirman que con las esculturas querían señalar el centro geográfico exacto de la Península Ibérica. El misterio sigue abierto. Casi tanto como el de quién conformará el futuro Gobierno de España.