Partidos Políticos
El PSOE se disuelve como un azucarillo
El pasado domingo 2 de diciembre los socialistas hemos conmemorado el 30º aniversario de la investidura de Felipe González como presidente del Gobierno de España. Han pasado 30 años desde que ganamos con 202 escaños unas primeras elecciones democráticas en un país que recientemente acababa de salir de la dictadura franquista. Con Felipe González se inició en España una gran transformación en todos los ámbitos que se consolidó en sus dieciséis años de Gobierno.
Indudablemente, con claroscuros. Como todos los gobiernos que hemos tenido en este país.
Pero ese acto ha servido para presenciar, una vez más, la enorme distancia que existe dentro del partido y del partido con la sociedad.
Ad intra, del acto sólo destacaría la voz de una mujer diciendo que se escuchara «a las bases». Sí, se refería a las bases del partido -entre ellos, BeR-, a los militantes, que están pidiendo una regeneración interna e ideológica, que cambie la estructura y el funcionamiento interno para que realmente sean democráticos; que están pidiendo «una reforma completa de los estatutos que dé participación y voz a la militancia en los procesos internos de decisión y elección de los cargos y órganos de dirección, establecidos actualmente mediante un sistema de cooptación que ha hecho del PSOE un partido de cúpulas, rígido y encorsetado, que impide la permanente renovación propia de cualquier organización que se reclama de izquierda». Se trata de conseguir un partido que se enriquezca día a día con sus militantes; un partido que demuestre que se tiene vocación de servicio público y que nadie está cosido al sillón; un partido que quiera cambiar el sistema electoral para que las listas sean abiertas, para que se limiten los mandatos y para que se renueven permanentemente los cargos públicos; un partido que luzca por su transparencia y no por su opacidad. En definitiva, un partido donde la participación y la opinión se premien y no se castiguen con amenazas de expulsión.
Ad extra, y en palabras de Felipe González, el partido ha perdido su vocación de mayoría y tiene que recuperarla mirando a la sociedad. Buscar esa mayoría, en mi opinión, significa buscar la centralidad en una sociedad que mayoritariamente es de centro-izquierda. El PSOE, con el tiempo, se ha ido convirtiendo en un partido de centro-derecha, criticado por sus políticas neoliberales y por abandonar los más elementales principios socialdemócratas. Para buscar esa mayoría hay que tener un proyecto ideológico y político que sirva para volver a gobernar; que se pueda demostrar a la sociedad que hay otro modo de entender y hacer política. Y eso, en mi opinión, no se ve. Falta un proyecto creíble e ilusionante que presentar a los ciudadanos y a los colectivos más vulnerables. Falta demostrar que los riesgos no importan cuando se trata de defender principios. Y que no nos importa apostar por una España de las autonomías «repensada» sin necesidad de girar hacia un federalismo asimétrico decidido por unos cuantos y no por todos los españoles.
Ha pasado un año desde las elecciones generales del 20-N de 2011. El PSOE ha pasado de gobernar a ejercer la oposición. Desde esa derrota electoral se ha ido perdiendo sucesivamente y de forma creciente votos y apoyo popular en todos los procesos electorales siguientes: elecciones andaluzas, gallegas, vascas y catalanas. Perder las elecciones catalanas ha sido un error estratégico para el PSOE. Por un lado, Cataluña se necesita para gobernar España. Y, por otro, si los ciudadanos están cada vez más lejos de los partidos políticos, los ciudadanos cada vez están más lejos del partido socialista y los ciudadanos catalanes cada vez más lejos del socialismo catalán. Y así, no sólo no se gobierna España, ni Cataluña, sino que tampoco se ejerce una buena oposición.
Ahora es el momento de iniciar una profunda transformación, con una Conferencia Política para 2013 y sin procesos electorales hasta 2014. El PSOE está en sus horas más bajas y tiene que cambiar de la A a la Z o acabará disolviéndose como un azucarillo apareciendo «un nuevo socialismo».
De momento, lo más próximo, apreciado y afectuoso del acto socialista fue la llamada del presidente Zapatero a que el PSOE «reclame y mantenga los afectos, la lealtad y la unidad». Pues eso.
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