Ministerio de Defensa

El último gran héroe vivo de España

A sus 90 años, el ahora comandante retirado Juan Moncadas es el último militar español que queda en pie en posesión de una de las más altas condecoraciones

El entonces sargento Moncadas en 1958 (izquierda) y en 2019 (derecha) con la Medalla Militar individual
El entonces sargento Moncadas en 1958 (izquierda) y en 2019 (derecha) con la Medalla Militar individuallarazon

A sus 90 años, el ahora comandante retirado Juan Moncadas es el último militar español que queda en pie en posesión de una de las más altas condecoraciones.

«Yo me guardaba una bala y pensaba: “Antes de caer prisionero, me pego un tiro”. Aunque no sé si hubiese tenido el valor». Al sargento Juan Moncadas no le hizo falta tomar esa difícil decisión, la cual le acompañó durante diez largos días de noviembre de 1957, los que él y sus 50 compañeros paracaidistas resistieron asediados al sur de Ifni por las tropas del Ejército Marroquí. Diez días recibiendo disparos, sin apenas víveres y viendo morir a sus compañeros. Diez días en un infierno que en realidad él no debería haber pisado, pero que le sirvieron para que le concedieran la Medalla Militar Individual, una de las más altas distinciones militares de España.

Un «héroe a la fuerza», como se describe él hoy, a los 90 años. Pero en realidad, el ahora comandante Moncadas puede presumir de ser el último gran héroe vivo de España. Todos los que fueron condecorados con esta distinción o con la Laureada de San Fernando ya han fallecido.

Su historia de héroe comienza a los 27 años: «Hice el curso de sargento en el 56 y en el 57 salí sargento. Llegué directamente a la Segunda Bandera Paracaidista, a la séptima compañía». Sentado en el salón de su casa, rodeado de recuerdos de su época de «paraca», rememora ese episodio de su vida como si fuese ayer. «Hombre, hay cosas que no se olvidan», cuenta a LA RAZÓN con una energía envidiable. Sus manos, marcadas por la edad, acompañan el relato casi con la misma intensidad que sus ojos, los mismos con los que vio caer a sus compañeros.

«A mediados del 57 nos marchamos para Ifni y al principio bien, porque la mayoría no sabíamos a dónde íbamos», prosigue, para añadir un hecho sin el que esta historia no hubiese tenido el mismo final: «A mí no me tocaba ir, pero un compañero casado y con hijos me preguntó que si tenía inconveniente en ir. Y yo, como era soltero y me daba lo mismo estar en Alcalá de Henares que en Sidi Ifni, me fui para allá». Así que se desplegó junto a sus compañeros. Los primeros meses vivían tranquilos y sin demasiados problemas, yendo y viniendo «al zoco del pueblo para comprar lo que necesitábamos para la Bandera». Pero a finales de noviembre llegaron malas noticias de los puestos avanzados españoles.

El Ejército de Liberación Marroquí los estaba atacando y había que marchar a defenderles. El calendario marcaba 23 de noviembre y la 3ª sección de la 7ª compañía, al mando del teniente Antonio Ortiz de Zárate, había sido la elegida para acudir en auxilio de los militares que se encontraban en el puesto de T'Zelata, a unos 40 kilómetros al sur. «El capitán me dijo que si tenía inconveniente en acompañar como segundo jefe al teniente y respondí que ninguno, porque realmente desconocía a dónde íbamos». Pero tardó poco en descubrirlo.

Partieron a la mañana siguiente y a los pocos kilómetros comenzaron a hallar los primeros obstáculos en el camino: «Encontramos la carretera llena de rocas que teníamos que ir apartando para avanzar, pero llegó un momento en el que no podíamos continuar y tuvimos que parar los vehículos». Cambiaron los planes y optaron por tomar una loma cercana sin saber que, en pocos minutos, iban a estar cercados por el enemigo. Allí fallecieron los primeros efectivos: «Un cabo primero y varios paracaidistas que nos esperaban arriba», recuerda Moncadas. «Llegamos arriba, pero nos quedamos rodeados».

«¡El teniente ha muerto!»

Los disparos no cesaban, así que los 51 militares españoles aseguraron como pudieron la posición y prepararon una serie de puestos de tirador para dar más protección. «El teniente –Ortiz de Zárate– y yo nos turnábamos para ver los puestos. Dos horas él y dos horas yo», explica. Era la mañana del día 26 y el sargento llamó a Ortiz de Zárate para que le relevara. «Fue entonces cuando atacaron y mataron al teniente», recuerda Moncadas. «Me enteré porque oí a los paracaidistas que gritaban: “¡Avisad al sargento que el teniente ha muerto!”. Yo estaba al lado de una ametralladora y ordené que tiraran hacia los que nos atacaban». Fue su primera orden como nuevo responsable de la 3ª sección.

Para el sargento, asumir ese mando y esa gran responsabilidad fue «como si el cielo me cayera encima. Recién ascendido, sin tener idea de nada, en mi primer combate... Si me hubieran dicho “muérete”, me muero tranquilamente», recuerda mientras ríe. «Se me pasaron tantas cosas por la cabeza... No sé, me sentí solo, porque al final el mando siempre está solo». Había logrado defender la posición, pero el enemigo seguía rodeándolos. Durante los siguientes días, el silbar de las balas marroquíes sería su banda sonora. Y el hambre, la sed y el calor, sus compañeros. «No teníamos apenas víveres. Venían aviones a tirarnos suministros, aunque era muy difícil que cayeran en la posición. Una vez pudimos bajar para traer solo agua, pero era muy peligroso porque seguían disparándonos», cuenta el sargento. Así que lo único que se llevaban a la boca eran hojas de chumbera. «Nos vinieron muy bien. Nos comíamos las hojas y con su líquido calmábamos la sed». En cuanto a la munición, reconoce que no les faltó pero que tampoco les sobraba: «Nos lanzaron un paquete con munición, y como la tiraron desde el avión, mucha no servía porque estaba golpeada».

Pero su mente –y la de muchos de sus compañeros– no paraba de pensar qué ocurriría si finalmente les capturaban: «Eran unos bárbaros. A algunos de los que cogían los destripaban... Yo únicamente pensaba en no caer en sus manos como fuera. Rendirse era mucho peor, así que sacábamos fuerzas de donde no había para aguantar». Fue en esos momentos en los que optó por guardarse una bala. «Por si me tenía que pegar un tiro».

La «esperanza» del rescate

Pese a todo y a que les «pegaron de tiros hasta arriba», Moncadas y su sección estaban confiados. «Teníamos la esperanza de que iban a socorrernos, porque venían aviones a lanzarnos agua y víveres», explica. Tardaron, pero así fue. Cuando contaban el décimo día, los disparos enemigos cesaron y se hizo el silencio. «Estábamos rodeados y los marroquíes dejaron de tirar porque llegaban tropas desde Ifni para rescatarnos. En cuanto los vieron abandonaron las posiciones y nos dejaron libres». Y ante la pregunta de qué sintió en ese momento, responde casi con el mismo alivio que ese 2 de diciembre de 1957: «¡Buff, buff! No tiene explicación... es una cosa que... (para un segundo) como si te liberaran de todo lo malo de golpe, incluida la responsabilidad». Tiene los ojos completamente abiertos y prosigue: «Fuimos al puesto de T'Zelata y allí nos quedamos una noche. Y al día siguiente, con otras unidades, regresamos todos a Ifni». Allí fue donde «el teniente general Mariano Gómez Zamoalla me comunicó que sería condecorado con la Medalla Militar Individual». Con una sonrisa en la cara, recuerda: «Por cierto, que el teniente general –que había recibido años atrás la misma distinción– me dejó la suya hasta que tuve la mía».

Hoy, 62 años después, reconoce modestamente que «no sé si lo hice bien o mal. Simplemente hice lo que creía que tenía que hacer». Y recuerda el apoyo imprescindible de los cabos Jiménez Calderón, Oliva Hernández y González García: «Cada uno estaba al mando de un pelotón y defendieron con todo la posición que teníamos».

Pero al sargento Moncadas todavía le queda una espinita clavada. Su ceño se frunce y apunta tajante: «Me pareció un escándalo que nos hicieran ir a luchar, que les venciéramos y que al final les entregáramos todo... He visto morir a compañeros y no sirvió para nada. ¿Para eso he luchado? No es el final que uno espera. ¡Habérselo dado antes, coño!».

Recuerdos que no quiere borrar

El recorte de prensa de la concesión de la Medalla, el de la visita de Gila y Carmen Sevilla a las tropas, sus fotos de «paraca» o la de su sección tras la liberación. Moncadas guarda y exhibe en su casa numerosos recuerdos de aquella campaña de Marruecos, la mayoría recogidos por su padrino. También muestra orgulloso su diploma de socio de honor de la Asociación de Veteranos Paracaidistas.