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Los partidos minoritarios piden paso

La irrupción de Podemos, cuarta fuerza política, y Ciudadanos pasa factura a las dos grandes formaciones

Los 5 escaños de Podemos, la gran sorpresa electoral
Los 5 escaños de Podemos, la gran sorpresa electorallarazon

Los resultados de las elecciones europeas indican una pérdida de apoyo a las opciones de centro. El centro derecha gana las elecciones, pero pierde respaldos, mientras que el centro izquierda, es decir los socialistas, mejoran pero no son capaces de alzarse con la victoria. Suben, como estaba previsto, muchas de las organizaciones de protesta, desde los nacionalismos a la extrema izquierda y a los antieuropeos.

En nuestro país, la irrupción de pequeñas formaciones Ciudadanos y, sobre todo, Podemos –1,2 millones y 5 escaños– ha erosionado al centro derecha y al centro izquierda. Vox, aunque no ha conseguido representación en la Eurocámara, ha restado al PP más de 240.000 sufragios.

Saber dónde ha ido el voto del centro derecha dará pistas acerca de las razones del desencanto de estos votantes, por lo que es mejor no aventurar datos. La insuficiente subida del centro izquierda parece más fácil de interpretar. Indicaría que los votantes que antes habrían votado a los socialistas como alternativa han optado por otras políticas, que les parecen más claras.

Los que reciben estos apoyos se pueden clasificar en tres grandes grupos. Está una izquierda que asume el papel de los antiguos euroescépticos ante lo que considera las medidas de austeridad impuestas desde las instituciones de la Unión: en Grecia, la coalición de izquierda radical Syriza –primera fuerza en estos comicios en el país heleno–, y en Italia los grupos afines al payaso Beppe Grillo. En nuestro país, en este grupo tenemos a Izquierda Unida y a los variados grupos de extrema izquierda que aspiran a articular una alternativa total al capitalismo y a la democracia liberal. En otro apartado están muchos de los antiguos euroescépticos, que ya se han declarado antieuropeístas y que reclaman la salida de la Unión de sus países (caso del UKIP británico) o la devolución de soberanía, como los Partidos de la Libertad austríaco y holandés. En España no tenemos organizaciones relevantes que respondan a estas características. Por una cuestión histórica evidente: en nuestro país, y salvo en grupos muy elitistas, todavía resulta inconcebible el euroescepticismo. Más aún el antieuropeísmo. Tampoco existe nada parecido a un nacionalismo español que pueda canalizar estas pulsiones nostálgicas de tiempos que no van a volver.

Por la misma razón, menos aún existe, en el ámbito nacional español, nada parecido a los integrantes del otro tercer grupo de radicales contestatarios, es decir de nacionalistas que se basan (y fomentan) el miedo a la Unión, a la globalización, a la desaparición de las fronteras y a unos supuestos poderes extranjeros. Son la versión de derechas del primer grupo (el de los euroescépticos de izquierdas), pero con la ventaja de no tener complejos a la hora de tocar una tecla tan poderosa como es el nacionalismo. No sólo hablan de proteccionismo y de barreras al mercado libre: dan el paso siguiente y hablan de antiinmigración (Frente Nacional en Francia, que se ha alzado con la victoria con un 25% de los sufragios), con posiciones racistas en muchas ocasiones y pulsiones neofascistas, o neonazis, en algunas otras, como ocurre con el Jobbik de Hungría y el Amanecer Dorado griego. El antisemitismo, las tendencias antimusulmanas y la antiinmigración van aquí de la mano.

Aunque en España no tenemos partidos como éstos a nivel nacional, sí que existen a nivel regional. El sesgo ideológico de izquierdas, debido a la irremediable pulsión antiespañola bien cultivada en estas zonas, no debería llamar a engaño. Fuera de eso no hay ninguna diferencia relevante entre los partidos abertzales y ERC, por una parte, y organizaciones como el FN –o los griegos y los húngaros–, por otra. Los nacionalistas «serios», como los de CiU, están en trance de deshilacharse por su empeño en abrazar el mensaje maximalista de esas organizaciones.

Habrá que ver a partir de ahora cuáles son las posibilidades de coalición entre estos grupos. Será muy difícil que lleguen a acuerdos. Lo que parece haber entrado en crisis en toda Europa es una actitud (por parte del centro derecha) que no articula políticamente la necesidad de la nación como elemento básico de la convivencia y, por otra, un socialismo que no ofrece a la crisis más alternativa que la demagogia populista. Esperemos que los responsables políticos nacionales y quienes han venido construyendo la Unión se den cuenta de lo que está pasando antes de que aparezca alguien que sepa combinar, como ya se hizo una vez, el nacionalismo y el socialismo.

También es relevante apuntar que éstas son las primeras elecciones europeas en las que la Unión aparece en el centro de las cuestiones, como prioridad en sí misma. Antes esto se daba por supuesto. Ya no es así. Desde esta perspectiva, los resultados no son malos, ni mucho menos. Tras una crisis tan profunda como la que hemos vivido, era fácil prever una abstención mayor, que habría traducido un desinterés masivo por la Unión, y una bajada más importante de quienes han aplicado políticas impopulares sin que todavía sean visibles sus efectos positivos. No ha sido así, y el resultado abre la puerta a una etapa de la Unión, cada vez más democrática, en la que será necesario articular un nuevo tipo de mensaje político. El centro, como se ve en estas elecciones, sigue siendo la única opción posible para esto.