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Aznar se desliga de la corrupción

Asegura que como presidente del partido siempre actuó "tajantemente"y "de una manera determinante"cada vez que tuvo que afrontar un caso de corrupción.

El expresidente del Gobierno José María Aznar
El expresidente del Gobierno José María Aznarlarazon

Aznar ha comparecido ante la comisión del Congreso de los Diputados que investiga la supuesta financiación ilegal del partido a petición de la mayoría de los grupos parlamentarios.

La jornada que ayer celebró la comisión parlamentaria sobre la presunta financiación irregular del PP no aportó nada a los hechos que investiga la Justicia ni tampoco en la vertiente política de los mismos. Pero esto no sorprendió a sus protagonistas. Por un lado, el ex presidente del Gobierno José María Aznar, que regresó en plenas facultades al Congreso catorce años después de haber abandonado La Moncloa y de que por última vez pisara la Cámara Baja, entonces para responder ante la comisión de investigación sobre el 11-M. En el otro frente del «cuerpo a cuerpo», los portavoces de Podemos, Pablo Iglesias, y de ERC, Gabriel Rufián. En competencia, cada uno en su estilo, para colgarse la medalla de «campeón» en colocar contra las cuerdas a quien en su imaginario político representa a la «bestia negra» de la derecha.

Desde esta estrategia y con estos objetivos había pocas posibilidades de que la sesión sirviera para algo más que un fuego cruzado, un intercambio de golpes, en algunos casos de mal gusto y con formas más de taberna que propias de representantes de la soberanía nacional. En este «pecado» incurrió sobre todo la caricatura con la que Rufián se maneja en los momentos de máxima tensión parlamentaria.

Los casos de corrupción que se han llevado por delante millones de votos del PP y que han sido un quebradero de cabeza para ellos desde que estalló el «caso Gürtel» tienen su origen en la etapa de Aznar como presidente del partido. Y la mayoría de sus principales protagonistas, hoy también la mayoría en la cárcel, estaban ya en el PP durante su largo mandato como líder nacional de los populares. Pero Aznar se desentendió por completo de esta realidad, de los casos de corrupción y de sus actores principales. En el Congreso sostuvo que no se sentía en la obligación de «pedir perdón» porque nada malo obra en su expediente. Restó relevancia a la sentencia del «caso Gürtel» que desencadenó la moción de censura que terminó con el Gobierno de Rajoy. Y ese duro fallo judicial lo circunscribió a una cuestión local madrileña, de un par de ayuntamientos, además de criticar que incluyera aseveraciones no fundamentadas jurídicamente. Nada pudo evitar que todo el interés quedase reducido a medir la capacidad de Aznar para nadar en el lodazal que le tenían preparado los grupos de izquierda y los independentistas. Fue un Aznar en estado puro, fiel a su estilo, incisivo y cortante en la réplica durante los agrios encontronazos con los portavoces parlamentarios. El acta de la sesión quedó marcada por las acusaciones de «golpista», «sinvergüenza» o «señor de la guerra», dirigidas contra el ex presidente. Por el recuerdo de un pasado reducido a Irak, la boda de la hija de Aznar en el Monasterio de El Escorial o los «golpistas del 36», origen en el que Rufián señaló la fundación del PP. Y por las cortantes respuestas del interpelado.

Un combate sin pudor en el reparto de golpes a diestro y siniestro. Y en el que sobre la materia que justificó la convocatoria de la comisión, la financiación del PP, sólo se constató la negación de Aznar de la caja B, a pesar de que la Audiencia Nacional la haya dado por acreditada, y de su relación con los Correa, cabecilla de la «trama Gürtel», y compañía. «Yo no conocía ni contraté al señor Correa», señaló el ex presidente. «No conocía al señor Correa, pero en aquella boda de la que fue padrino (en alusión a la de la hija de Aznar con Alejandro Agag) había más delincuentes por metro cuadrado que en la película de Coppola», le increpó el portavoz del PSOE, Rafael Simancas.

La nueva etapa del PP y la vieja etapa, cerrada en el Congreso del partido de julio, comparten la misma estrategia de defensa, en la que no ha variado ni una coma después de la sentencia de la Audiencia Nacional de mayo de 2018, que condenó al ex tesorero Luis Bárcenas a 33 años por blanqueo y al PP por beneficiarse de Gürtel. Así, el ex presidente no sólo negó cualquier responsabilidad en la financiación irregular del PP, sino que también marcó diferencias con su sucesor Mariano Rajoy. «Jamás fui imputado ni llamado a declarar como testigo». El combate con Rufián sacó al Aznar más duro, a aquel que echó en cara al diputado de Esquerra que sea el representante de un partido «golpista», que quiere «destruir el orden constitucional, y que tiene a sus principales dirigentes en prisión acusados de rebelión y sedición».

Y el choque con Pablo Iglesias fue igual de bronco, pero en un plano algo más contenido porque el portavoz de Podemos marcó distancias con el republicano. «Mi simpatía por usted es perfectamente descriptible. Me parece un peligro para las libertades y para la democracia en España y lo demuestra todos los días», le espetó el ex presidente del Gobierno. También dijo de Iglesias que «no es un señor fiable ni que respete la verdad», y subrayó: «Su populismo no me impresiona ni mucho ni poco».

Los dos se desearon «lo mejor» en lo personal. Pero Iglesias zanjó el cuerpo a cuerpo con la afirmación de que al Congreso había llegado un ex presidente del Gobierno y había salido «el jefe de los corruptos». Y Aznar se llevó del Congreso el apoyo cerrado del grupo parlamentario que preside Pablo Casado, y que le acompañó, por haber mordido en el cuello a los portavoces que le interrogaron.